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Inicio / Cuenteros Locales / dario_b_malik / La Bella Catástrofe o el porqué de la destrucción del Pabellón de Oro por el joven Mizoguchi

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“El joven sacerdote japonés entregó su vida al templo. Representaba en su mente la antítesis de sí mismo. Toda su fealdad, el defecto de su habla, tenían su opuesto en aquella edificación, perfectamente equilibrada y dimensionada. La existencia del templo, siempre lo había creído, estaba destinada a contrarrestar su propia vida. El no poder abandonar aquella obsesión acabó por convertirle en su propio destructor”.


Uno de los conceptos que ha traído de cabeza al ser humano a lo largo de los tiempos, ha sido el de la belleza. Como inicio he de reiterarme en la teoría del epistemólogo Tino Blanco, que sostiene que toda experiencia estética está siempre mediada por otras experiencias del propio observador. Esto es, no hay forma alguna razonable de convertirla en una consecuencia universal, y sí construída, fundamentada en la cultura, las vivencias y las circunstancias puntuales de cada individuo.
Otro aspecto a destacar es que no existe experiencia estética sin simbología, sin que suponga una reflexión, una metáfora y un recuerdo.
No es producto de la casualidad, por ello, que un objeto bello para muchos, represente indiferencia para otros. Generalmente el objeto viene acompañado de las sensaciones que nos produce, y que entrelazadas con vivencias que nos evoca, acabamos por idealizarlo. La razón de existencia de ese objeto es entonces la contemplación.
El arte es arte por su ejecución, pero especialmente por su representación y todo cuanto ha rodeado – cultura, historia, contexto – su transmisión.

Cuando hablamos de la belleza de las personas no dejaremos de encontrar ciertas similitudes. Entendamos, dicho sea previamente, que el concepto de belleza no se sujeta tan solo a una percepción física, sino que se acompaña, lo mismo que una expresión artística, a nuestra interpretación, a las sensaciones que nos produce, a las situaciones que nos evoca. A menudo una persona es contemplada por nosotros como bello/a. Se puede afirmar sin equívoco que esa belleza no tiene por que ser contemplada por otros del mismo modo. Ni siquiera tiene porqué ser vista por nadie más. ¿En qué consiste entonces? Nuestras vivencias, nuestra interpretación, nos lleva a la idealización de una persona, hasta encumbrarla hasta la altura de objeto cuyo fin es ser contemplado. Se convierte en un trampantojo que acaba, no por representar a la realidad, sino por sustituirla.

En base, cualquier percepción que el hombre posee, actúa de ese modo. La Alegoría platónica hace más de dos mil años ya sostiene que toda nuestra percepción no es más que producto de la mediación entre el objeto al que no tenemos acceso directo, y el propio observador. Sin embargo el moralizante ateniense equivoca su fin de la Alegoría al vaticinar que cuando se tiene acceso al mundo de las ideas puede suponer la liberación del hombre. Más al contrario, el descubrimiento de la realidad que encubría la idea, enfurece al ser humano que se ha sentido engañado. ¿Por qué si no el Mizoguchi de Yukio Mishima iba a destruír el Pabellón de Oro? Aquel a quien ha obsesionado la belleza de un objeto, acaba por convertirse en el detractor del propio objeto cuando descubre que aquella belleza tan solo fue una absurda idea generada por sí mismo.

Texto agregado el 03-10-2004, y leído por 152 visitantes. (0 votos)


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