Cada cosa comienza al amanecer de Dios(es) pues el hombre a esa hora sigue roncando. Gaia reparte el bacalao mientras las damas aprovechan ese ratito de oscuridad y frío en que el rocío se forma entretanto la paz y tranquilidad reinan. Algo tiene la convivencia con cucarachas que hizo al murciélago ciego. Por eso debimos salir del culto a la caverna con el cargamento a cuestas del campo al mercado. Una vez instauradas la época fordiana y el simulacro electoral, estuvo todo, menos que más, convincentemente sustentado. El recuerdo de esa abuela esclava que dió prana a cambio de la libertad tardía de sus hijos será nuestro legado. Entre metas de aire acondicionado central y el actual sueño Coca-Cola devenimos a través de pancartas hiperlumínicas; sobreestimulados por la contaminación sonora y existencial que oprime nuestras tuercas con cada cuerda al reloj. Pero hablemos del tiempo y del clima en otro momento. Ciertamente es la piel donde se curten las cuentas y es en este muñeco que habitamos llamado cuerpo donde nuestros ojos entrevén los espasmos de cada caricia y lágrima desdibujando el ansia codificada del deber perdurar.

“Noblesse oblige” dijo un tipo en mi Pequeño Larousse. “Calambres en el alma” acunó Charly sobre sustancias que residen en mi silla turca.