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Lorenzo llevaba horas manejando por la ruta, a través de los campos, con las manchas aisladas de los grupos de árboles y el ganado inmóvil surgiendo y perdiéndose en la neblina. Disminuyó la marcha, salió del asfalto y se detuvo sobre el pasto. Bajó para desentumecer las piernas. Encendió un cigarrillo y fumó recostado contra el auto. Un sol pálido acababa de romper las nubes, la neblina se estaba disipando, luego pudo ver frente a él la estación del tren.

Un hombre pasó por su lado, era de baja estatura, la cabeza estaba adornada con escasos cabellos grises hacia los lados, tenía un rostro picado de viruela, llevaba una camisa blanca, y zapatos muy desgastados. “Buenos días señor”. Dijo el hombre. “Eres el hijo de…?”. Lorenzo lo miró de arriba abajo y contestó: “No soy de aquí”.

El hombre que se caracterizaba por ser bonachón le dio la bienvenida y le preguntó: “Qué puedo hacer por usted?”. Lorenzo por salir de paso le dijo que solo estaba mirando la estación del tren y que se dirigía hacia el próximo pueblo.

“Ah la estación del tren, fue construida con la ayuda de 1.500 trabajadores en 9 horas, con una jornada completa y una hora extra, ni un minuto más, todos habían sido organizados en siete unidades para abordar diferentes tareas al mismo tiempo, que viene siendo 600 minutos ó 36.000 segundos tal como yo lo calculé. Hace media hora salió el tren hacia la dirección que usted conduce con una velocidad de 100 km/hora, en este momento tiene una distancia recorrida de 50km, si usted parte ya a una velocidad de 110 km/hora en 5 horas estará alcanzándolo y al mismo tiempo llegará a su destino”.

Lorenzo lo volvió a mirar de arriba abajo con incredulidad, pues no podía creer que un hombre con acento fuerte de frases descuidadas, que evocaba al mirarlo la vida sencilla y cándida de los campesinos pudiera haber dicho eso. Lorenzo recordó que en la mañana había leído un artículo en el periódico sobre un personaje con la habilidad para los números, pero se negó a pensar que fuese él, sin embargo, entró al vehículo, buscó en la guantera, le pasó el periódico por la ventana y le preguntó: “¿Usted es el hombre del artículo?”. Este contestó: “No sé qué dice ahí, no sé leer”.

Lorenzo se marchó, pero antes leyó de nuevo el artículo, el individuo de la nota se llamaba Jaime García, luego esbozó una sonrisa, pensando en lo absurdo de su confusión, no podía creer que un hombre iletrado supiera tanto de números. Lorenzo condujo a 110 km/hora y en 5 horas exactas alcanzó al tren y llegó a su destino, como lo calculó Jaime García.

Texto agregado el 14-09-2020, y leído por 90 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-09-2020 Tú mismo cuento responde la cuestión que se plantea Lorenzo: El(Jaime) sólo era iletrado. En un campo de mi país había también un hombre iletrado que con una mirada decía el número exacto del ganado que había en cualquier finca. Y cuándo se le preguntó la forma de hacerlo, dijo: simple, cuento las patas y divido entre cuatro. Te felicito. peco
14-09-2020 Impagable, un relato fuera de serie. Que ganas de conocer a Jaime... Abunayelma
 
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