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I
Se veían mucho, lo necesario para cansarse rápidamente el uno del otro. Sobrellevaban alguna que otra crisis de manera constante, de las que no se acobardaban. Podría decirse que las superaban dentro de todo bien. De todos modos, formaban un muy buen equipo y lo aseveraban en varias oportunidades. Se habían vuelto más buenos amigos que buenos amantes, y aunque con contratiempos, trataban de hacer lo mejor posible para el bienestar de la pareja.

Según ella el rostro de él era hermoso y singular. Tez blanca, abundante vello negro distribuido armoniosamente y con algunos sobresaltos bien localizados. La cicatriz que decoraba su bigote no guardaba rencor del rasguño que sufrió por aquel sutil detalle. La sonrisa delataba a veces, su semblante de niño, ésta era juguetona, sincera y feliz. Al esbozarse, dejaba ver el enfilamiento blanco, del que se formaba un breve espacio entre sus dos paletas, casi igual al de ella (era una de las similitudes que guardaban, la dentadura y los ojos color marrón, aunque ella podría jurar que su iris tenía un tinte verdoso).

El año que había transcurrido desde su primer encuentro, podría camuflarse en un par de meses, pero de esos intensos. Debido a eso ella no sabia ya como medir el tiempo y últimamente todo le parecía relativo, o casi todo. Había aprendido en su vida a mirar con distintos puntos de vista cada situación que se le presentara, aunque desde que lo había conocido a él, ya dudaba de su manera de pensar. No estaba mal que contemplara todas las aristas posibles de una misma cosa, sino que, según él, no se podía partir de “la nada” para comenzar el análisis. Él vino a demostrarle que detrás de la subjetividad se sustenta un fin último (o primero), del que no nos podemos olvidar.

Un buen día, acompañado de un febo radiante, tomaron un paseo de esos que frecuentaban. De vez en cuando estos terminaban en una heladería de la preferencia de ella. O también de él, ya que aquella mujercita estaba bien dispuesta y no era de encapricharse. Las veredas por las que transitaron tenían sus defectos y aunque ella podría haberse tropezado en unas cuatro o cinco oportunidades, lo hizo el doble de veces por su falta de concentración en el andar. La charla que la mantenía desenfocada en una cosa, pero enfocada en otra, se ponía cada vez más interesante. Hacía mucho ella no se apasionaba tanto en un diálogo con él.

- ¿por qué no confiás en la vida? - interrumpió ella unos de los monólogos que el solía hacer.

- ¿y cuándo dije eso? - el solía parecer molesto cuando ella le recriminaba ¡cosas que él nunca había dicho!

-perdón, entendí que tu concepción de que el amor no es de este mundo, implicaba que no confiaras en la vida- quedó dubitativa, su intención no era resultar irónica.

- ¿y por qué asegurarías que el amor si corresponde a esta dimensión? ¿por qué los seres humanos podríamos tener la capacidad de conocer o sentir algo tan grande como Dios? - él nunca era irónico, su compromiso y respeto en cada diálogo siempre eran intachables.

Ella quedó en silencio demostrando, sin querer, que estaba en jacke. No se llevaba muy bien con las faltas de respuestas, las hacían sentir impotente y confundida. Situación en la que no le gustaba hallarse.

Texto agregado el 14-09-2020, y leído por 57 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
15-09-2020 Vas bien. Ojo con lo de jaque mate ;) saludos, sheisan
 
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