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Cuando S. P. descubrió que con sus escritos ya había entontecido suficientemente al personal, en lugar de cejar en el empeño, siguió con tal ejercicio dactilográfico, pero ahora sólo por haber oído que mejoraba la circulación.
Paradójicamente, fue entonces cuando más celebrada fue su obra, cuando el hombre no quería más que ejercitar la mano izquierda.
Se veía que la pretenciosidad es enturbiadora de mentes y de resultados; y que la misma, había desaparecido en el preciso momento en el que había decidido escribir para sanar. De tal época son sus mejores títulos: el escribiente paciente y, sobre todo, su gran obra: cosas que pueden pasar y que a veces pasan.
Había descubierto el hombre, que la literatura es el universo de lo imposible; un margen entre la ciencia y el absurdo. Ahí hincaba los dientes el escritor. Se acababa la ciencia pero no era el fin. A veces lo lograba; sustentarse en tal función.
Pues bien, cuando empezó a escribir sólo para mover cartílagos, se situó plenamente en tal región.
Tal región, en la que nadaban indistintamente la filosofía y la ficción, fue su auténtica patria desde entonces.
También, por aquel tiempo, conoció a una mujer. La que le ilustraba, con su cháchara imparable, de los auténticos temas de actualidad. Y le daba masajes en el cuello, y ponía oído, sobre todo, a sus quejas, con mayor eficacia que las paredes-frontón de hasta entonces. Que hacen compañía, pero no tanta. El tenis es divertido pero un frontón devuelve las pelotas al deportista solitario creando ilusión "de otro". Y quién dice, que sea mala la ilusión.
Esto es: hay alternativa al imperio del acompañamiento. Se dijo a sí mismo, para el caso, pensó, de que aquella tenista no fuera de su parecida condición; que resultase más anodina que un frontón.

Entre unas cosas y otras, su vida, dio un giro inesperado, cuando todo hacía pensar que era el final. Al fin y al cabo- pensó-, la vida no era el mero hecho biológico, sino, más bien, un cambio dentro de aquélla. Y tal cambio, en la suya, existió. Es decir, una transformación. Pero no fue la única que experimentó.

Algún tiempo después, ya en el sanatorio mental, lo comprobó.

De vez en cuando la prensa hablaba de él. De tal forma que, en lugar de orate común, alcanzaba matices su existencia de cierto carácter excéntrico, que lo distinguía de aquél. Pues, al fin y a la postre- se decía el tipo-, en algún sitio se ha de vivir. Lo importante es el país; lo importante- se decía-, es la región.

Texto agregado el 15-09-2020, y leído por 53 visitantes. (0 votos)


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