Santiago como diamante suspendido bajo el cielo, compuesto entre otros gases tóxicos, por el vaho de la manada. Somos la bestiada que lejos avanza mordiéndose entre sí, trashumantes, marchando a cada corral donde seremos ordeñados hasta terminar la jornada. Aun así, la ciudad es bella, casi etérea, bajo la luz del atardecer. La luna tímida nos observa tras la cordillera, con su telescopio cósmico. Disfrutamos del espectáculo de la ciudad y su lento anochecer, porque es el tiempo donde todos nuestros demonios salen a transitar. Quizás, encontremos un amor para olvidar que todas somos esas gardenias que deben marchitarse, apresuradas en amar y gozar, porque la vida tiende a desaparecer demasiado pronto las tardes aletargadas.