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Inicio / Cuenteros Locales / clandestino / El codiciado metal amarillo. II

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Conociendo a una familia agradecida.

Con el tiempo el geólogo canadiense se vio en la necesidad de contratar un par de jóvenes que le ayudaban en labores de medición de terrenos y su ubicación con la ayuda de un GPS, así como a recoger muestras del subsuelo, que pasaba todos estos datos a una tarjeta electrónica. Tenía una gran habilidad y carisma en el trato con sus ayudantes y en especial cuando tenía jornadas de trabajo que concluía al anochecer, platicaba con ellos anécdotas de su experiencia vividas en otros países, como en Pará, al norte de Brasil y Antofagasta, Chile.

Cierta ocasión uno de ellos Enrique Ascacio quien era un hombre joven, delgado y de aspecto anímico, quien tenía más tiempo trabajando con él, le dijo:
- Inge, ¿Por qué no va el domingo al pueblo a distraerse?
- Aquí tengo todo muchacho, no hay necesidad.
- Si pero no es lo mismo… allá puede caminar, entretenerse, probar el helado más sabroso que prepara don Carlos, ver la sonrisa de las mujeres hermosas cuando salen de misa luciendo sus mejores vestidos, ver la felicidad que irradia el padrecito cuando juega con los niños al terminar la homilía, ver jugar dominó a los señores mayores del pueblo como festejan cuando ganan una partida, bajo el cobijo de los viejos árboles de encino.

El geólogo comprendió el mensaje bien intencionado de aquel joven, por lo que agregó:
- Está bien, te prometo que el domingo iré al pueblo me sentaré en la mejor banca del parque y esperaré a ver a esas mujeres hermosas que señalas.
- ¡Ah que bien!…allí estaré esperándolo y lo llevaré a mi casa para presentaré a mi familia.

Con el tiempo, a sus ayudantes les consiguió un rudimentario galpón para pasar la noche, para evitarse la vuelta de ellos al pueblo con el propósito de iniciar las actividades del día siguiente más temprano. Se ganó el cariño de la gente, las madres de sus ayudantes a menudo le mandaban comida local como nopalitos en carne de cerdo, asado de boda, escamoles con flores del semidesierto, que a decir verdad, le vinieron gustando. Era tal el cariño y respeto que le profesaba Enrique, que lo invitó a su graduación de técnico minero.
En la ceremonia realizada en la propia escuela el geólogo llegó a paso lento y tranquilo, la clave de su personalidad era la virtud de no apresurarse. La madre de Enrique ya le tenía preparada una cómoda silla en la tercera fila.
- Pensé que no vendría, le comentó la madre.
- Traté de no olvidarlo, no podía quedar mal con su hijo, él me ha ayudado mucho.
- Muchas gracias ingeniero, de aquí pasaremos a la casa a comer.

Al inicio del evento estuvo atento, sin embargo, a mitad del mismo le entró una somnolencia extrema a punto de dormirse. Enrique lo detectó desde el estrado, no obstante, sonrió al darse cuenta de que esto le pasaba muy seguido; estaba feliz de que aquél experimentado geólogo y jefe estuviera presente entre sus familiares e invitados más cercanos.

Texto agregado el 08-10-2020, y leído por 137 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-11-2020 Me gusta este tipo de literatura, bien contado además, saludos desde Colombia nelsonmore
 
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