A todos les andaba diciendo que estaba poseída, lo decía con tanta seguridad que empezaron a tenerle miedo. De un ser endemoniado se puede esperar lo peor. La invitaban a la iglesia a rezar, pero ella no se sabía ni una sola oración, no era de esas mujeres rezanderas que desayunan, almuerzan y cenan con oraciones. Le gustaba hacer lo que quería, pues no ofendía a nadie. Un día le echaron la policía encima por decir que no creía en la virginidad de María. Ya no la llamaban por el nombre, nadie le decía Estela, sino la poseída. Lo que nadie sabía es que ella le daba por decir que andaba poseída después que hacíamos el amor.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA