Tendrían que pasar los días, cuando la silueta observada de lejos era una convulsión incontrolable de los pensamientos. El ángulo de visión permitía jugar con las perspectivas; así, transformando la tensión en juego, el tiempo se pasó en mirar el anhelo desde todas las sombras, desde todas las luces. La risa desde lejos, era el jardín soñado en las noches de los sueños. Hay que insistir en la risa, porque era un universo abarcando otro, abarcando esa fría brisa que hacía del paisaje algo inventado por misteriosa magia. Las turbulencias, casuales o causales, hicieron que todo quede detenido. Atrás la pista de un aeropuerto hacía de escenografía a un misterioso desespero, otra vez inventado. La avenida llena de autos y de gente, ahora era un desierto después de que la visión desapareció. Las manos preguntaban mudas. Los ojos trataban de ver poesía en esa soledad tumultuosa. Otra vez los pasos conducirían al refugio de los laberintos, ahí encontraría un espacio donde descansar el peso de la ausencia. Siempre fueron preferidos los espacios que parecen respirar las rutinas misteriosas de la masa humana. Hasta allá ha llegado cargando el resto de la tarde. Hasta allá ha llegado para ponerse los zapatos cosmopolitas que le hacen sentir un invisible importante. Ahí ha desplegado un pasado periódico, intentando hacer perder en el mundo de las palabras, la perdida de los momentos escritos en las noches.