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Tal vez fueran las palabras del inspector de policía, no estoy seguro, pero creo que me estaba convirtiendo en un ser despreciable.

- ¡Sí no baja ya el volumen de esa música, le aseguro que conseguiré una orden judicial y allanaré esta maldita oficina, y se arrepentirá de sus provocaciones!

No le hice ningún caso y subí aún más la potencia. En realidad no quería provocarlo.

Todo comenzó, creo, cuando mi chica me abandonó. Ese día estuve a punto de derrumbarme, pero recordé una vieja canción que me gustaba cuando era más joven, y tenía en mí un efecto sedante.

Fui a una tienda de empeños y compré por solo 20 dólares el disco, más el equipo para reproducirlo.
Me encerré en mi oficina, y no paré de escucharlo desde ese momento.
Ya llevaba ocho días así. Pedía comida por teléfono, y hasta me había bañado un par de veces allí mismo.

Las quejas de los vecinos del edificio fueron llegando. A ellas se sumaron las reiteradas advertencias de la policía, pero solo quería escuchar esa bendita canción.

Mi chica ya no estaba, y yo seguía actuando como un autómata.

Al octavo día el oficial contaba con una orden de allanamiento y discutía con el grupo SWAT sobre la mejor manera de irrumpir en la oficina.

A mi nada me importaba y solo volvía a reproducir la música.

Alcancé a escuchar a una abogada que decía ser enviada por el Juzgado como última instancia de negociación.

- Sí cree que este energúmeno le va a abrir la puerta, debe estar soñando… - le dijo el inspector – Adelante, inténtelo.

Con mis ojos cerrados seguía en trance, mientras ellos deliberaban del otro lado del vidrio.

El sonido de la cerradura fue inequívoco. Alguien estaba abriendo la puerta.

Cuando abrí los ojos y me incorporé en el asiento, ella ya estaba dentro.

Cerró la puerta con llave y se acercó al escritorio. Vestía un pilotín blanco, sombrero y gafas oscuras
La mujer enigmática dio la vuelta para terminar arrodillada a mi lado.

- Sí me perdonas, te prometo que no volveré a dejarte – me dijo mientras se quitaba los lentes

La púa llegó al final del surco, y quedó allí detenida.

El inspector nos miraba confundido.
Solo cuando las personas en el pasillo estallaron en un grito de júbilo, pudo comprender lo que estaba pasando.

Rompió con bronca la orden que tenía en sus manos y dijo:

- ¡Malditos pendejos!

.

.

Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 22/11/2020

Texto agregado el 12-12-2020, y leído por 255 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
13-12-2020 Vaya, que ingenioso relato. El comportamiento de tu personaje estaba plenamente justificado ja. ***** vaya_vaya_las_palabras
13-12-2020 Encontrar una historia en una imagen, llevarla hasta lo profundo de la creatividad y dejarla surgir, así, limpiamente.. es un arte que tú conoces bien. Saludos y estrellas! crom
13-12-2020 Creo que ganaste por cansancio. Te felicito. Clorinda
13-12-2020 Qué lindo cuento!!! godiva
13-12-2020 Excelente Marcelo! Un beso. MujerDiosa
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