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Un día, la población se inquietó por la llegada de un viejo camión a la plaza de mercado. Varios hombres se arremolinaron a su alrededor para ayudar a bajar la mercadería. El conductor bajó del vehículo, tenía un mal aspecto, se veía débil y demacrado, con una palidez intensa que provocaba desconfianza. Estaba más lleno de muerte que de vida, pero aun así, pertenecía al mundo de los vivos.

Un anciano se acercó al camión, enfocó sus cansados ojos a los del vendedor, luego casi murmurando, preguntó: “¿Qué puedo comprar, que no sea caro?”. “Cualquier producto de los que tengo es económico”. Contestó el vendedor quien tenía por nombre Alfredo y tomando una fruta de su camión, se la regaló al anciano. Este sonrió en agradecimiento.

Para Alfredo, la mirada de aquel hombre le resultaba familiar, sus ojos penetrantes parecía que lo veían todo, tenía una tez oscura de sol, barba mal afeitada, con arrugas muy profundas, y ojos pequeños. Su sombrero, su traje con chaleco, su mirada…era casi la viva imagen de aquella foto que una vez su padre le mostró de su abuelo.

Hablaron un buen rato, como si fueran viejos conocidos, hasta que el anciano percibió que Alfredo estaba tan blanco como un saco de harina y dijo: “A enfermo, niño o anciano, hay que tenderles la mano”. Convenciéndolo lo llevó al hospital, conduciendo el camión de Alfredo.

El médico lo revisó de pies a cabeza, le hizo análisis de todo tipo, habló con unas palabras técnicas que fue imposible retener ni siquiera los nombres. Alfredo se portó como un soldado, si le hubieran pedido que aplaudiera con las orejas, también lo habría hecho. Luego de todo un día de ir de acá para allá con frasquitos, y placas, el médico dijo: “En una hora estarán los resultados”.

Una enfermera apareció en aquel cuarto solicitándole al paciente los documentos para llenar unos informes; entonces recordó que estos estaban en la guantera del camión. El anciano se ofreció a traerlos, Alfredo asintió con la cabeza y le entregó las llaves del vehículo.

El anciano se estaba demorando más de la cuenta, se empezó a preocupar por su nuevo amigo, así que decidió ir a buscarlo, cuando se disponía hacer esto apareció el médico. El doctor se puso los anteojos para leer. De un sobre de papel manila extrajo un informe y dirigiéndose a Alfredo comenzó a hablar: “El examen ha diagnosticado”. Se detuvo ahí, y con una cara que no se ajustaba al análisis que iba a anunciar, volvió a leer el informe. “El examen ha diagnosticado, que tiene una infección a causa de una bacteria la cual se combatirá con antibióticos, pero no es algo grave”.

Alfredo estaba contento, sintió como si le quitaran un peso de encima, luego se dispuso a buscar al hombre, cuando apareció la enfermera le informó que los documentos se los había entregado a su acompañante, el cual ya se había marchado. Alfredo salió corriendo del hospital y no vio ni al anciano ni a su vehículo.

Una nube de polvo y arena volaba debajo de las ruedas del camión que se desplazaba rápidamente. El camino era una carretera polvorienta, llena de curvas, que cruzaba bellos cañaduzales y extensos cultivos de tabaco. El “anciano” sonreía maliciosamente, sabía que el arte de agradar es el arte de engañar, sin levantar sospecha alguna, hurtó el vehículo, pero la vida le enseñaría que quien riendo la hace, llorando la paga.

Después de haberse alejado por varios kilómetros, llegó a un pueblo desconocido, se bajó del vehículo, se dirigió a un establecimiento a tomarse un café con toda la parsimonia del mundo. Sabía dónde dirigirse a vender su botín, aunque estaba seguro que no le ofrecerían mucho por lo hurtado, porque el camión no se veía en buen estado, la cabina era de color rojo con la pintura desgastada por el sol, la madera de la carrocería estaba agrietada y el motor, con su ruido, pedía un cambio a los muchos años que tenía.

Una vez que terminó la bebida se fue sin que nadie se diera cuenta y sin pagar, pensó en desplazarse a un lugar apartado para dormir dentro del vehículo. Sacó las llaves del bolsillo, le costó mucho abrir la puerta que estaba muy dura. Despertó con los primeros rayos del sol, se dio cuenta para su sorpresa de que las puertas estaban bloqueadas, no tenía ningún modo de salir del coche. Estaba totalmente cerrado, a pesar de los intentos del ladrón, atrapado y sin posibilidad de salir.

Solo Alfredo, el dueño del viejo camión, sabía de los desperfectos, o arreglos mal hechos, que a simple vista no se veían. El truco de la puerta cuando se atascaba era darle tres empujones, dos hacia arriba y uno hacia abajo. No tuvo más remedio que pedir ayuda golpeando los vidrios con las manos para hacerse oír, la gente se fue acercando para ayudarlo, pero sin conseguirlo.

El agente García, que vivía en ese pueblo, pasó en su motocicleta, vio el aglomerado de gente, entonces se acercó. Alguien le comunicó lo que estaba pasando, cuando se aproximó al camión vio la placa del vehículo; lo reconoció porque estaba al corriente del caso del hurto, después de luchar, con la ayuda de los vecinos, logró vencer la caprichosa puerta. Acto seguido procedió a detener al sospechoso.

La cuadrilla empezó a negociar con Alfredo la cargada de bultos. Con la energía de los primeros minutos de la mañana, ingresaron al camión y empezaron a echarse al hombro cada uno de los fardos. El sol se estaba ocultando, el equipo siguió trabajando hasta que terminaron de bajar el último saco de cebollas. Ese día, el trabajo fue vigilado por el agente García. El anciano tenía agujetas en los hombros, la espalda entumecida, las manos le dolían, las piernas le temblaban y su rostro tenía una sensación de pesadez.

Autores
FABIAN GUZMAN SANCHEZ /fabians7 (Colombia)
BETO BROM (Israel)

Texto agregado el 14-12-2020, y leído por 82 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
15-12-2020 Ha sido una grata experiencia entrelazar nuestras plumas, querido amigazo. Espero que nos volvemos a encontrar para una segunda vuelta. Va un abrazón...Beto Brom. Abunayelma
 
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