Me aferro a tu infancia. Bajo el mono de peluche del placard y lo vuelvo a poner en tu cama. Te narro cuentos infantiles y te intento tomar de la mano cuando caminamos. Vos, tan amable, tan sensible, me esquivas con un cariño inmenso como pidiéndome disculpas por crecer. No sé soltarte. No sé medir las distancias. No sé caminar sin encimarme a tus pasos. Busco algún mojón para marcar el fin de tu infancia. El final para mí de ser madre de un niño. Y me acuerdo indefectiblemente de la vez que mi padre me apartó de su abrazo, sentenciando, No hija, ya sos grande. Recuerdo el dolor inmenso de saber que me sacaba para siempre de un territorio amado. Que con esas palabras me ponía los pies en otra tierra alejada del país de la niñez.
Cómo quisiera tener esa entereza para decirme ahora, ya está, es grande.
Vos me miras callado, sabiendo los malabares que hago internamente y mi ruego mudo para que seas quien corte este cordón que se anuda de mi lado.