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Inicio / Cuenteros Locales / Marcelo_Arrizabalaga / Recuerdos de mi barrio

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Carambola a tres bandas. El gordo Matutti ganó el partido de punta a punta.
El Colo se quedó mirando. No es que sea de madera. Es tan bueno como el gordo.

- Bueno. Arranco yo otra vez.
- Si querés voy a lavar el auto y vengo cuando pifies.
- El que gana empieza el nuevo, viejo.
- Gordo, ya ganaste tres al hilo. No toqué el taco.
- Bueno dale. Porque me caes bien – dice el gordo con cara de poker.

Se sienta mientras el Colo empieza. Come sus palitos y toma cerveza tranquilo.
Tiene tiempo. Su contrincante es tan certero como él.
De tanto en tanto alguno sorprende al otro con una carambola de colección.
Se elogian en voz baja. Discretos.
El Colo es siempre parco. Matutti es jodón. Pero si es para el billar, se concentran por igual.
En el bar se aprecia la calidad. Cuando hay espectáculo del bueno se disfruta .

No sé a qué se dedica el Colorado. Vive a la vuelta. Tiene estacionado en la puerta de su casa un Kaiser Carabella que no funciona.
El gordo sí se de qué trabaja. Una vez por año viene a casa a vaciar el pozo ciego. Tienen con su hermano dos camiones con tanques atmosféricos.

A mi vieja no le gusta que pasemos tanto tiempo en el bar.

- No es un lugar para chicos de familia – dice regañándonos a mi hermano y a mi.
Por lo general no le contamos que venimos. Igual se entera pues el bar está en la esquina de casa.

- Che, el patrullero paró en la otra cuadra – le dice el gordo al Colo.
- Deben estar buscando al Gato.

El Gato es el hijo del chapista. Se ganó ese mote porque cuando va la cana a buscarlo, se escapa por los techos de los vecinos.

La partida terminó hace media hora. Fuimos a casa a merendar y volvimos.
El Gato, según cuentan, volvió a escapar.

Mi madre tiene sus fuentes y también se entera. Sabe que el prófugo pudo haber estado en el bar.

- Ya basta de frecuentar esa esquina.
- Está bien – asentimos con mi hermano.

Unos días después, pasa por la puerta de casa un hombre caminando a paso vivo. Lleva en su brazo izquierdo una canasta con maples de huevos. Me invade una sensación de pena por él.
Me pregunto cuántas cuadras habrá caminado y si habrá vendido alguno. Sigue hasta la almacén de Don Pascual. Semanas después pasa con una canasta gigante colgando del brazo. Camina rengueando porque va desbalanceado.
Vuelvo a verlo más adelante en bicicleta. Después de un año estaciona frente a la almacén con un motofurgón Siambreta. En la caja posterior lucen docenas de maples.
Se lo ve algo más relajado. Sólo algo.

El barrio es el mismo. Pero va cambiando.

Mario es el verdulero. Junto con su esposa Mafalda son los padres de Marito, nuestro amigo desde mis cuatro años. Es un hombre manso. Intercala serenidad con simpatía. No lo he visto enojado salvo un ¡Che! dicho a media voz a su hijo en algún momento en que fue necesario.
Una tarde aparece Pipeta. Es un personaje que vive momentos de sobriedad y otros en los que el alcohol lo transforma.
Esta vez está muy tomado y particularmente agresivo.
Elije a Mario, el verdulero para hacerlo cabrear. No consigue nada.

Lo intenta por unos largos cuarenta minutos.

- ¡Andá a dormir, che! – es todo lo que le saca.

Pipeta cambia de estrategia y comienza a decir barbaridades de su mujer. Ese es el límite.

El verdulero sale solo para darle un empujón y reiterarle que se vaya.
Recién ahí se asusta y se va.

Conozco a más de uno que lo hubiera fajado por mucho menos.

Suelo frecuentar la bicicletería de Don Narato Naranjo. No sé a qué se dedicaba antes, pero un día abrió el local y ya tenía en varias estanterías algunas docenas de copas. Muchos primeros puestos en carreras de ciclismo.
Es buen mecánico y me enseña algunas cosas sobre reparación.

Un Domingo salimos a entrenar a la Panamericana con él más un grupo de cinco. Es bastante seriote. Hombre de principios.
Me caga a a pedos en la mitad del viaje por andar sin manos para sonarme la nariz con un pañuelo.

- ¡Así no se suena la nariz un ciclista! Se hace así – y mantenimiento una mano en el manubrio, presiona con el pulgar de la otra una fosa nasal para soplar con fuerza por la que queda libre. Y luego al revés.
- Y tendrá suerte el que va atrás si el moco no aterriza en su cara – agrega uno del grupo.

Contengo la risa mientras Naranjo agrega:

- En una carrera no se puede regalar segundos a los contrarios.

Nadie agrega nada más.

La competencia no es lo mío. Me gusta la mecánica. Y salir con la bici.

Otra tarde en el taller presencio una discusión sobre el dopaje en las carreras. Naranjo termina engranado ante el comentario de uno :

- Naranjo, déjese de embromar. Alguna pastillita hay que tomar.
- No, señor. ¡El ciclista da batalla con su esfuerzo!

Fin de la discusión.

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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 2/1/2021.


Texto agregado el 02-01-2021, y leído por 250 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
03-01-2021 Nos has dado un pantallazo nostálgico de lo que fue tu barrio y sus personajes. Realmente lo disfruté. Un abrazo. Clorinda
03-01-2021 En una isla del caribe, mi barrio es igual al tuyo. Una que otra expresión, hecha típica. Pero la magia de manejar el mismo idioma lo puede todo. Además, el humor expontáneo es internacional. Te felicito. peco
03-01-2021 Me gustan estas postales que recreás, se ve por ellas el barrio como lo que fue, es y será a lo largo del tiempo. Abrazo. MCavalieri
 
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