Salí de mi casa en la Calle Catamarca después de tres años de no hacerlo. El viento ralo me pegaba en el rostro. El ambiente en la calle se escuchaba tranquilo. Aun con eso, me costó mucho trabajo salir de casa y, solo me animé para probar si las prácticas en casa con el bastón Graham que me había comprado por Amazon me funcionaban entre tanta gente. Le dije a mi madre que yo iría a la Farmacia del Valle. Me miró orgullosa. Claro está, yo no veo, pero las madres como ella siempre miran orgullosas a los hijos como yo. Llegué a la farmacia y todo iba bien. Pero al salir, justo en la calle Buenos Aires, una con muchas personas caminando, golpeé sin tener la intensión de ello a una mujer. No la escuché venir. Sentí el golpe en mi hombro, pecho y pierna derecha. Era un cuerpo menudo y guango. Además, olía a cigarro. Cuando habló escuché la voz hostil de una mujer. Su hostilidad venía de tantos años de sufrir violencia. La ira retenida hacía que explotara al más mínimo toque, de cuerpos o de palabras; pero, ¿qué estoy diciendo? ¡Cómo voy a saber el contexto de la hostilidad de la mujer si estoy narrando esto en primera persona, lo que supone que no sé lo que piensa otro personaje!... en fin, quizá aparte de ciego soy pendejo y ni siquiera me doy cuenta de eso.
—¿Por qué no te fijas, imbécil? —Me dijo, subiendo el tono de voz hasta el grado de asustarme.
—Disculpe. No la escuché —dije tratando de menguar su enojo.
—Pues fíjate, pendejo —me dijo bien merecido, claro que estoy pendejo si pienso que puedo saber la razón por la que ella es hostil.
—No puedo —dije tratando de acabar de una vez con su ira.
—¿No puedes qué, pendejo? —Me dijo ahora más enojada.
—Fijarme. Soy ciego. Mire, este es mi bastón —Y le mostré el bastón doblándolo y desdoblándolo frente a sus ojos.
—¡Y a mí qué me importa que seas ciego, pendejo! —Pude escuchar el movimiento brusco de sus manos por el pequeño ruido que hacía su ropa en conjunto con el aire que movía.
—Tranquila. No es que le importe. Solo que no pude verla venir —Me disculpé una vez más—.Discúlpeme.
—"No-pu-de-ver-la-ve-nir" —Me remedó recalcando cada una de las sílabas— ¿Cuál discúlpeme? Si no ves pues quédate en tu puta casa, pendejo. No quieras venir a causar lástimas. ¡No me toques, pendejo y, quítate!
—No la quise tocar, sólo que no veo.
Se fue y yo también seguí mi camino rumbo a mi casa. Me arrepentí de haber salido ese día.
Yo quedé ciego en 2012, cuando por accidente me cayó adox rodinal en los ojos. En realidad en toda la cara, pero no puedo quedar ciego de toda la cara y solo quedé ciego de los ojos.
Unos pasos adelante la volví escuchar. “¡Chingas a tu madre, puto ciego!”. Dijo gritando fuerte para que yo escuchara a, calculo, unos treinta y cinco metros. Otra cosa que me pareció curiosa fue que me encontrara a una mexicana entre tanta gente, porque ese insulto es de mexicanos, siendo yo mexicano viviendo en el norte de Argentina. Casi me convence de no salir, pero después de cinco años enclaustrado, cinco porque en numerología representa la libertad..., aquí voy de nuevo.
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Que nadie lo vea
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