Lo primero que hay que saber es que la vajilla no se friega sola. Luego que si el fayri, que si el mistol, etc., pero se requiere uña. Y señalo esto porque me acabo de acordar de que tengo la pila llena. Me quiero familiarizar al respecto antes de emprender la tarea, ganando cierta confianza psicológica, que siempre dan las letras. Y luego poner manos al asunto. Me gusta tener algo qué hacer los sábados por la noche. Antes de la pandemia me largaba por ahí a vacilar, pero el bacilo ha acabado con el vacile, y ahora lo empleo en tareas más prosaicas- qué duda cabe- como es fregar la vajilla.
Una vajilla se friega con estropajo o a máquina. Centrándonos en la primera, lo siguiente es echar detergente a la esponja. Hay métodos varios: primero el enjuague y después el aclarado, pero uno simultanea ambas operaciones con el mismo chorro. Enjuago y aclaro, pieza por pieza. No sé la repercusión en términos de gasto ni qué aconseja la Universidad en la materia, aunque creo recordar que un profesor nos hizo- in ille, lejano, tempore- un bosquejo sobre el asunto en una clase de economía doméstica. Por supuesto dejo escurrirse los platos en el soporte ad hoc para ello. Ni que decir tiene que no me empleo en secarlos con un paño. Por lo que en definitiva y dado que nadie me pone faltas, la misión tampoco se hace demasiado enojosa. Espero les haya gustado la digresión, emplazándoles a la siguiente, no menos jugosa por corriente. Y, sí, lo han adivinado: atolón ha resucitado, contra pronóstico, pero no por ello de manera menos efectiva. Se despide afectísimo, etc., etc., suyo por siempre atolónypico.