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La muerte del tío abuelo Arturo nos unió finalmente. A mi mujer y a mí- me refiero. Hasta tal punto de no hacerse necesario forzar nada. Nuestra convivencia se estabilizó. Era como si el tío abuelo se hubiera convertido en un emisario de paz desde el cielo. Cuán nefando es el vino y cuanto perturbador principal es de los matrimonios. Del néctar a las hostias en el seno matrimonial hay un breve camino, un solo paso. Y así, sin necesidad de hacerme mahometano, por el solo hecho de dejar aquel hábito, todo empezó a discurrir sobre unos raíles no por imaginarios menos operativos.
Del camposanto- en el pueblo, me refiero-, y sin más dilación, cogimos camino a nuestro lugar de residencia y destino. Al sepelio no asistió más que el mosén y un vecino, que recordaba- posiblemente el único- todavía a nuestro tío- abuelo. Gesto que agradecimos encarecidamente. Se extrañó el hombre de nuestra presencia tras tan larga ausencia. Nosotros también, y así se lo hicimos saber; pero lo cierto era que el nicho estaba pagado. Nuestro tío se había encargado de ello. Y así nos lo dijo el galeno de la residencia. Como únicos herederos teníamos que dar cuenta de aquel último deseo. Y allí entre, ya desconocidos para mi mujer, lo dejamos. El pueblo, como el tío, en realidad era sólo de ella. Nos habíamos conocido en la capital de la provincia por razones de estudios; pero éramos de pueblos distintos. Lo que pasa es que nuestra provincia es bastante uniforme y visto un pueblo, vistos todos. Yo tampoco acudía al mío. Al morir mi madre- última del matrimonio- le echamos la vuelta a la llave y pusimos el “se vende”. Vendimos la casa y desde entonces. No sé qué extraña querencia teníamos por la ciudad, pues era ruidosa, incómoda e impersonalizada, pero nos habíamos acostumbrado a ello. Quizá por lo último, pues la gente tenía otras ocupaciones alternativas a la de meterse en la vida del vecino.
Pues bien; lo que digo: se hicieron dulces nuestras palabras, que hasta los críos parecían empeñados en ello, y, probablemente, por el influjo benéfico de nuestro tío. Su influjo benéfico y mi deshabituación al vino.
Y así fue cómo acabó aquella estirpe en Villasequilla, pues sus padres también habían hecho por ello, no hacía de aquello poco tiempo.

Texto agregado el 28-02-2021, y leído por 80 visitantes. (1 voto)


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