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La primera vez que le dirigí la palabra, me dijo: Don Quijote y olé. Eso sabía aquella criatura de La Mancha y España; o, por lo menos, saberlo referir. Pero, lo cierto, no lo había pensado, mas me hallaba en plena representación de la novela de Cervantes: un manchego en nuevas tierras. Y todo gracias a aquella clarificación. Fue en el ascensor donde se produjo tal hallazgo. Parapetada tras unos libros de sociología, aquel ángel rubio así me lo hizo saber. Y tanto es así que le estuve dando vueltas al asunto unos cuantos días. Dónde mi Sancho Panza, entonces- me planteaba. Y llegué a la conclusión de que posiblemente Sancho Panza fuera yo. Había que elegir: Alonso Quijano era de más prestancia, pero estaba loco. Y Sancho era un tipo bastante rudo, pero cuerdo. Había que elegir. Lo peor de todo era que no tenía a nadie con quien, aquella tesitura en que me hallaba, compartir. El Delegado del I.C.E.X. no era la persona adecuada, pues no podía andarle con tales gabelas un becario que no estaba a su altura ni condición, y Marco Boni no me hubiera entendido: por lo que fue germinando como una perla dentro de mí aquella alternativa existencial. El Delegado y Marco eran las únicas personas a las que trataba con cierta asiduidad. Las restantes relaciones eran mediante encuentros casuales y necesarios: gentes de los mercados, de las cafeterías, de los bancos de los parques y de los pasos de peatones. La verdad era que, sobre todo en los primeros tiempos, andaba uno bastante solo por allí. Me faltaba caballo, escudero y molinos de viento. Dulcinea no, pues en tal papel encajaba perfectamente Sophie.
A primera vista, mi Dulcinea era una mujer aparentemente inocente y con muy buen tipo. Posiblemente, y no obstante ser Socióloga en ciernes, no había salido de su barrio, o por lo menos, no mucho más allá. De su casa a la Sorbonne y de la Sorbonne a su casa. Tal circunstancia le daba un aire de niña mayor, siempre sonriente, como si la vida fuera una comedia dulce y romántica, en la que no había lugar para otro papel. Y ahí es donde encajaba yo. Donde encajábamos Marco Boni y yo, por mejor decir; pues la habíamos visto a la vez. Se aventuraba conflicto. Ambos luchando en liza desigual por el papel de galán, de Quijote. Aunque, y esto era lo peligroso, la circunstancia llevara aparejada la posibilidad de la pérdida de la razón. Aquella pérdida cervantina de la razón.

Texto agregado el 09-03-2021, y leído por 54 visitantes. (0 votos)


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