Y de repente caí a tierra,
sin mediar aviso.
¿No sé de dónde?
Me precipité al suelo
de improviso.


Y es que algo
atrapó mis pensamientos,
algo encarceló las ganas
en encierros y lamentos.
No quería ponerte triste,
de verdad, ¡Lo siento!


Se me cayó el lápiz de la mano
y ya no pude trazar
el camino soñado.
Ya no pude por los valles volar,
y en los ríos de aguas cristalinas
mi blanco cuerpo refrescar.


Y aquí me quedé,
turbado y desesperado.
Arranqué las plumas de mis alas
bajo la luz de un día soleado.
Me cubrí de rojo rocío
sangrante y angustiado.


Las puse dentro de una bolsa,
y posé sobre ella mi cabeza
Sobre suave tela blanca
para hacer dormir
los sueños en la tibieza.


Cerré la puerta y las ventanas,
para no oír del viento y su lamento.
Cerré los ojos y corrí las cortinas,
para enmudecer los sentimientos.
Y ya no pude estar contento.
Sentía que me faltaba el aliento.


Quería de penumbras inundar
y de vuelos vaciar la habitación.
Y me puse triste con el gris
de la tenue iluminación.


Pinté una desoladora escena,
entre suspiros y suaves llantos
me recosté, la muerte esperando.
Esperaba el final del tiempo
con los dedos contando.


Y es que algo
atrapó mis pensamientos,
algo encarceló las ganas
en encierros y lamentos.
No quería ponerte triste,
de verdad, ¡Lo siento!