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Don Enrique vive pendiente de las horas y del calendario. Claro está que también le preocupan las fluctuaciones del clima, no de la divisa, pues eso ya lo tiene resuelto hace varios años. Su pensión se balancea entre la escualidez y la dignidad, lo suficiente para pagar su arsenal medicamentoso. A los noventa y cinco años, sus huesos le ganan terreno al pellejo, no a las pellejerías, que las tiene bien cubiertas con una cómoda vivienda de cuidados jardines y patios lo suficientemente anchurosos para el vértigo en su mirada. Poco camina y cuando se aventura a cruzar el pasillo que lo conducirá al living, aliviana sus esfuerzos un burrito silente y de buen rodar que le presta ímpetus y coraje. En estos días inciertos, a uno se le confunden los días y un miércoles se nos disfraza de jueves o a veces de martes. Si no fuese por el periódico, yo viviría en esta especie de ignorancia temporal. Pero don Enrique no, él sabe muy bien el día que lo apaña entre achaques, comidas y temperaturas variables. La actualidad lo descompone, ya no es sólo el coronavirus y sus consecuencias, sino el desbande delincuencial que se toma las calles como si fuese una epidemia paralela sin atisbos de ser controlada. Y reclama con su voz altisonante, la que se pierde atenuada entre las cortinas. Si alguien las sacudiera a propósito, desde sus pliegues se desparramarían por doquier esos ecos destemplados de reclamos vanos, juramentos y quejidos confundidos.
Sus rutinas son simples pero reiterativas. A veces acude desde su dormitorio a la sala en donde lo aguarda un sillón repleto de cojines que amortigüen su penuria ósea. Si no se aparece por allí en la mañana, seguro que lo hará en la tarde. A menudo se enfrasca en melancólicas lecturas sobre su amado Valparaíso, bregando por reconocer esas letras que se le desdibujan por sus problemas visuales. Es posible que sus ojos sólo viajen sobre el papel mientras él imagina su ciudad natal, embellecida por los recuerdos, soñando con ese mar esmeralda que se desperdiga en rotativas y voluntariosas olas.
Los viejos se van quedando solos y esto se cumple como una sentencia. Su dormitorio es testigo de esas lágrimas que a veces se le escapan cuando la fugacidad de la tarde le alienta la melancolía. Y deben ser lágrimas filosas que le hieren por su pasado repleto de logros, de tanta gente que lo rondaba y una esposa abnegada que lo acompañó durante setenta años y que rompiendo la tendencia, se fue de este mundo dejándolo como un singular viudo que le cuenta sus penas a su fotografía descolorida.
Un nuevo día despunta cada mañana deshilándose la madeja de su existencia. No sabe él si el pellejo que lo sostiene aceptará este nuevo desafío, como ninguno de nosotros tiene claro si podrá sobrevivir en este verdadero campo minado de calamidades surtidas. Lo que don Enrique sí tiene claro, es que hoy es martes trece, son las nueve de la mañana y dieciocho grados comienzan a entibiar la nueva jornada.













Texto agregado el 14-04-2021, y leído por 127 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
15-04-2021 En este jueves 15 sigo pensando que no se diferencia en nada del martes pasado, y nada hace preveer que mañana sea diferente. Quizá todo este kharma turbulento que está sacudiéndonos requiera de algo más y diferente que atravezar los martes 13, ¡qué se yo! La soledad de Don Enrique duele, quién no quisiera que algunas cosas fueran diferentes. Un escrito a tu altura de gran escritor. Un abrazo enorme. Shou
15-04-2021 Los martes trece son como cualquier otro. Por ejemplo hoy es miércoles 15 y no se diferencia mucho de ayer. Con esta pandemia los días son bastante parecidos, y no tenemos más remedio que salir armados hasta los dientes para descolocar al virus. A cierta edad, como la de don Emilio, la cosa no varía mucho, pero aún así, este hombre no se olvida de vivir, sumergido en sus recuerdos y en su nostalgia. Buen texto! Saludos!! Clorinda
14-04-2021 —Ayer temprano pensé enviarle unas letras a una amiga diciéndole: "Martes trece, no te cases ni te embarques" y me olvidé. Ahora al saber de don Enrique, pienso que el aún con unos años más que yo no se habría olvidado a pesar de lo azaroso de la vida actual, como bien la relatas, con pandemia, delincuencia, bonos y 10%. Ayer martes trece también algo bueno, las chicas de la roja clasificaron y llevarán el futbol femenino chileno a las Olimpiadas de Tokio. —Saludos para ti y para don Enrique. vicenterreramarquez
 
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