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Inicio / Cuenteros Locales / collectivesoul / Tentativa para agotar a una mujer en el centro de la ciudad(primera parte).

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Fecha: 27 de julio de 2017 (sábado)
Hora: 20.00 hs.
Lugar: Esperando en los escalones de la catedral
Tiempo: Lluvia fina, tipo llovizna.
Aspecto: Flaco y fumando un cigarrillo para parecer interesante.
No llega a la hora pactada, tampoco tengo otra cosa que hacer, la espero.
Tiempo de espera: quince minutos.
Miro la plaza de Mayor. Una pareja japonesa se toman fotos cerca dela pileta, ella muy bonita, él un gilipollas que no le hace juego.
La veo llegar, tacos, una especie de rosa pequeña en el cabello, vincha.
Nos saludamos, huele rico, se me hace difícil describir el olor de su perfume. No es tan alta, puesta de puntillas me llega a las cejas.
Dice que es mala buscando personas, yo también pero soy inteligente, replique. Me mira, nota mi ego, no dice nada.
Caminamos y casi se tropieza con los tacos. Fue ágil, se siente nerviosa, disimula con una sonrisa.
Aún me molesta la espera. La llamé porque estaba aburrido, le hago saber.
Se sobresalta y señalándose con el dedo dice: ¡Así que sólo me llamaste porque estabas aburrido!
No me entiende, le explico que el aburrido soy yo. Sigue sin comprender, le atrae mi personalidad.

Caminamos, me habla de unos filtros, no le hago caso
pasamos por el palacio municipal y sus balcones neocoloniales de dos pisos.
Me entretengo mirando sus faros, le puedo contar la historia del artista que los creó. Pero ella está interesada en contarme de su trabajo, de sus madrugadas recepcionando llamadas de gallegos gilipollas.

Giramos por donde doblan las campanas, me encanta la liviandad de su andar. Descubre que la miro, sonríe, le digo que está delgada, se ve bien.
Gracias, siempre he sido delgada, responde. Su sonrisa se alarga.

Preguntas: 20.33 hs.

— ¿No tienes miedo salir con personas extrañas?
— ¡Ja!... ya no soy una niñita, además no me asusto tan fácil.
— ¿Pero tengo los ojos rojos?
—Seguro porque paras en juerga y hoy estás de boleto.
—Pero tenía motivos para salir y tomar con los amigos.
— ¡Mentira!, no hay motivos para desperdiciar la vida en el alcohol.
— ¡Exageras!, siempre hay razones, y los míos son justificables.
— ¿Por qué tomas?
— Por la paz mundial.
— ¡ja!
—En serio, no te rías, hay personas que van y rezan en las iglesias por las mismas razones, otros más escandalosos se hacen sentir en las calles y plazas de la ciudad. Lo mío es recatado: una protesta sincera en la mesa de un bar; sigo la lucha de grandes escritores.
— ¡ja!, me haces reír, cínico.
—También mentiroso, pero eso lo descubrirás con el tiempo.
—Pensé que los poetas eran diferentes.
—Somos peores.

En la noche aún se puede escuchar algunos murmullos de los indignados de Lima.
Le conté que todo comenzó a través de las redes sociales; que la Primavera de Lima puso en jaque al gobierno. "Que no, que así no es la política", era nuestro lema. "Lima tiene un poco de Londres", comentan un par de turistas en la esquina de la cuadra tres del Jirón de la Unión. Espero que no sean como algunos europeos que piensan que por no nacer en Estados Unidos no somos americanos. Taxis y autobuses llenos de extranjeros repletan la noche.

Me dice que le gusta lo que escribo, gracias, respondo. Me roba una sonrisa. Me pongo nervioso, se me pasa.
Silencio en la curvatura de sus labios, delicatessen: como la mañana que Monet pintó Impresión y nos mostró una manera diferente de amar el sol, pienso.

En los siguientes cinco minutos le habló de Vincent Van Gogh, su amor por una prostituta y la verdadera historia de su oreja mutilada, no parece interesada.
Fija su atención en una boutique, se deslumbra por un par de zapatos, todos.
Me toma de la mano y nos adentramos, tibia resistencia.
Le advierto que deje en paz su tarjeta, que no pienso cargar ningún bolso.
Le digo que ya pase por eso, que tiempo atrás fui un pendejo.
Sonríe, dice que va a comprar toda la tienda, no cumple su amenaza, se ve hermosa.

Hora: 21.11 hs

Lugar: Plaza San Martín.

Bosquejo de un inventario de algunas cosas estrictamente visibles:

Me señala el edificio Giacoletti, trabajó en las oficinas de la telefónica, tercer piso.
La placa es grande y se puede ver la fecha en la que fue construida: 1914, estilo art nouveau.
A primera vista: 10 faros iluminados, no logro apreciar los otros 20.
Casi treinta personas hacen cola en el multicine UVK, no soy exacto, tampoco recuerdo la cartelera.
Un grupo de jóvenes pasan, dicen ir al bar Zela. Uno de ellos está ebrio, habla estupideces. Me fastidia la gente ebria, sobre todo cuando yo no lo estoy.
Me percato de la primera pareja del primer banco, ignoro a los siguientes. Caminamos.


Hora: 21.17 hs

Segundo intento de asustarla:

Pasamos por el Gran Hotel Bolivar, tres estrellas, apreciamos su arquitectura,
me da risa el traje que utiliza la seguridad del hotel, me ve sonreír, me pregunta, no digo nada.
Le cuento que la 5ª y 6ª planta del hotel fueron cerradas al público,
debido a sucesos paranormales. Le relato la historia de la habitación 666 y su fantasma. Una mujer alemana que años antes se había quitado la vida arrojándose por la ventana, podía verse suspendida en el aire, deambulando ajena a todo cuanto la rodeaba.
Le agrego el cuerpo de un niño que aparece al final de los largos pasillos.
Se asusta, le sugiero pasar la noche en la última planta del hotel. ¡Tonto!, responde.


Hora: 21.28 hs

Lugar: última cuadra del Jirón de la Unión.

Tiempo: la llovizna se retira y el frío se encoge en sus hombros

Aspecto: Suspendido en las pupilas de unos ojos que brillan.

Caminamos y la pienso, hablamos de aquello y del otro, del vocalista de keane y su canción Somewhere Only We Know.
Le digo que lo único decente que tiene Gran Bretaña es su música, me mira y solo me mira.
Nos detenemos para observar un artista callejero (imitador de Michael Jackson).
Suena Billie Jean y nos genera expectativa de verlo bailar. Pero no hace ni siquiera el intento de un pasito lunar.
Esperamos un minuto, tres minutos, siete minutos, nueve minutos con cincuenta segundos y nada.
Nos aburrimos, deposito algunas monedas en su sombrero y seguimos caminando.
Once segundos después me pregunta por qué le daba una propina si aún no baila.
Le digo que eso no importa; lo importante es apoyar, ella otra vez me mira, solo me mira.

Tres muchachos la miran con cierto descaro y ganas, me molesta, en serio me molesta.
Una muchacha pasa con cierta pechonalidad, disimulo, en serio disimulo.
Seguro que le miraste los ojos, me dice. No sé de qué hablas, respondo. Se fastidia, pero no mucho.


Llegamos.

Hora: 21.45 hs

Lugar: Bar Munich

Sótano, historia, se sorprende, cuelo mi brazo por su cintura, no dice nada.
Entramos, el lugar siempre está lleno. Miro el Autoretrato de Durero, colgada en la pared de la última mesa disponible. Muy cerca de la barra. Ella no sabe nada del pintor alemán, pero estoy seguro que Dürer la hubiera querido como su musa. Nos sentamos, ella mira la decoración del local, la miro y reconozco sus breves espacios; en sus labios, en su sonrisa, alevosía en la mirada.
Hablamos del local: dice que le gusta, que está hermoso.
Se emociona al escuchar al pianista porque reconoce el tema pero no recuerda con exactitud el nombre. Le digo que se llama Oblivion y que es del músico argentino Astor Piazzolla. Le comento que Oblivion es una palabra de origen anglosajón que significa olvido. Sonríe y logro con exactitud contar los segundos que cierra los ojos para sentir la música. No puedo describir lo hermosa que se ve.

Texto agregado el 19-04-2021, y leído por 173 visitantes. (2 votos)


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