Recuerdo que al salir en las mañanas de mi casa para ir a la universidad para estudiar veía al hijo de mis vecinos dirigirse a su colegio. Se despedía de su mamá y se marchaba con la inocencia de todo niño. Era una tierna imagen la del hijo su madre.

Años después, muchos años después, esta vez cuando salía de mi casa para irme al trabajo, noté una escena patética. Borrachos en la esquina de mi barrio. Tirados con las botellas de licor, algunos con vómito en la boca.

La escena anterior era recurrente, en las mañanas y en las noches. Pero un día, cuando regresaba del trabajo, uno de esos borrachos se me acercó y me llamó por mi nombre. Me conocía. Creí que me iba a robar o algo peor. Me pidió dinero. Le dije con temor que no le daría nada. Se marchó.

Mi hermano observó todo y se acercó, me dijo que ese tipo era el hijo de la vecina. No podía creerlo. Era aquel niño que hace tantos años veía salir de su casa a su colegio. Se había convertido en un borracho.

No supe más de él ni de sus padres desde hacía muchos años. ¿Qué les habrá pasado? Pudo haber sido una persona de provecho, pero el destino fue cruel con él.

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