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Mi más sentido pésima para usted, señor, no quisimos incomodarlo con todo lo que lo expusimos .
No era nuestra intención generar el desastre de gases, y líquidos, la sustancia casi centesimal del zirconio, que diluído en la copa faríngea ocasionó ese tono violáceo de sus manos.
Sabíamos por lo mencionado en sus historias, venidas de la ancestral negritud de su progenie mulata, enmudecida en los ocasos, el solsticio de otoño es muy complexo, queríamos ayudar a que terminase la andamiada opresiva de su voz.
No es que no supiéramos de sus extravagantes noches, su hermosa prosa y la poética de su lengua. Lo advertíamos, pero lo habíamos descubierto en aquella ciudad de grandes edificios, entre sus calles adoquinadas, sus ventanucas ruinosas de luces mortuorias; las seguidas y oscuras noches en que en ese estado semi-sonámbulo, lo vimos acariciando las manos de tantas mujeres: manos rugosas, suaves, envejecidas, delicadas, rústicas, detrás de sus ojos brillantes y negros siguiéndolas con su mirada intensa y raposa. “Ellas me absorbían”, eso dijo usted defendiendo su blasfemia tanguera en la nocturnidad urbana.
En realidad usted, las bebía, una por una.
Desafiaba las calles y los bares, jamás podían encontrar sus rastros fuera de allí, su casona quedaba siempre muy cerca, más nadie descubrió jamás como llegar allí.
No importaba si eran jóvenes o viejas, lo que usted quería siempre es robarle sus flujos vitales, detrás de los suspiros en medio de la noche, hasta dejarlas dormidas.
Despertaban, sí, despertaban , pero ya no eran las mismas, quedaban oníricas y somnolientas en la madrugada con sus cuellos lánguidos y la mirada perdida.
Las más jóvenes quedaban detenidas en el tiempo, las más grandes y experimentadas no lograban resolver el agobio de sus enigmas y de sus desasosiegos.
Sucumbían las madres antes sus hijos, sus voces se apagaban durante sus relatos infantiles al cobijarlos, y sus hombres lloraban, con las manos encrespadas de agarrarse el rostro rojo de tanto llanto, preguntándose cómo es que sucedía, cómo lograba capturar sus esencias femeninas y sutiles y desbastar sus febriles sueños.
Don Ismael, morocho y anciano, con sus gentiles 80 años (aunque muchos sospechaban que la edad era solamente un relato más de sus historias ) su anillo esmerilado, de bordes áureos que apretaba su dedo anular, rugía entre los nudillos enflaquecidos y secos.
La palma de su mano, era su gran secreto a voces. Usaba una deliciosa fragancia que urgía de la rosa que colmaba del ojal de su traje. Embelesado, bravío hundía sus falanges entre los cabellos desteñidos, navegaban sus yemas por las melenas sometidas a sus farsas.
Sus poemas eran antiguos, sus palabras nobles y seguras, cargadas de virtuosísima finura, rozando sus almas adormecidas, mientras sus espíritus deseosos socavaban ante la calavera mortífera de luna.
El don Juan de la noche porteña, entre los bancos de las plazas ellas perdían el rumbo, no les importaba lo que dirían en el barrio de Barracas sobre su presencia enigmática y arcana.
“Sucumbe”dijo: “ mi adorada rubia”, y su prominente labio era mordido, la chica se alimentaba de sus besos imperceptibles y de su feroz saliva. Caminaba la bella Mabel, tomada de su brazo mientras canturreaba el último tango.
La mejor violinista de la ciudad, dicen, que un día faltó a su cita de honor en la orquesta, y que más tarde se fugó del brazo de Don Ismael desmayada en el delirio de su figura, y que más luego se entregó a la bebida, y juro que no miento cuando afirmo que jamás volvió a ser la misma.
Lo veníamos siguiendo, Don Ismael, jaraneábamos entre milongas y vinos, nos fumábamos la noche porteña con el pelo engominado y el bigote acicalado. Lo queríamos copiar y aprovecharnos de las féminas turbadas por las fragancias en flor de los jazmines marchitos.
Pero el viejo, nos miraba de reojo y sin guiño, les robaba el alma, se las llevaba y luego las dejaba descangalladas en algún banco de la antigua plaza de San Agustín.
Su descabellada idea de hacer un disco de pasta que reivindicara la patria targuera detrás de sus voces agrupadas y agudas, para que se supiese de una vez que las minas no eran unas percantas sino la insignia del origen de la canción.
“El tango y la murga nacieron de la misma semilla”, “No ves que el 2x4 no es más que el ritmo de los tambores de los negros y mulatos hablando sobre la esclavitud de las ánimas”
-¿Y el bandoneón? Don Ismael ¿Qué es el bandoneón?.
-M´hijo es el empedrado de Buenos Aires que llora la canción, el que tuvo un deseo que ya se fue”.”Es un sueño hecho poema y melodía a la vez”




Texto agregado el 16-05-2021, y leído por 76 visitantes. (0 votos)


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