Las conversaciones

son siempre peligrosas

si se tiene algo que ocultar.

AGATHA CHRISTIE



Nunca se saldría de su libreto, no podía darse el lujo de dejar alguna brecha abierta por donde alguien se inmiscuyera en su pasado.

Había buscado un pueblo alejado, donde olvidar sus miserias y borrar de la memoria una dura vida de privaciones y humillaciones.

Gilda había nacido en una de las provincias más pobres del país, de pequeña solo supo de hambre, soledad y vejaciones, hasta llegar a los 15 años gracias a Dios solía pensar sin un niño prendido a su pollera, desvirgada por su tío a los 11 años pasó a ser sometida por su padrastro sin que su madre que le había ocurrido lo mismo tomara cartas en el asunto.

Ignorancia, miseria y alcohol, demonios todos de un mismo infierno no hicieron más que repetir en la niña la misma historia, a los 15 años tomó la resolución de salirse de tanto escarnio y logró viajar a la capital del país en un camión que manejaba un viejo vecino, confiada en que la llevaría con trabajo a una casa de familia se fue sin siquiera despedirse de eso llamado familia que detestaba.

Ya en capital el viejo la llevó y entregó a una mujer que tenía un prostíbulo, Enilde, al verla tan desarrapada miro al hombre y le dijo:

- esta cosa solo servirá para limpiar pisos, ¿sabrá hacerlo?- el viejo tomo unos pesos y se fue sin dar vuelta la cara.

Gilda era una muchacha inteligente a pesar de solo haber hecho a los ponchazos el primario. Enilde la hizo bañar con otra de sus chicas, despiojar y vestir, descubrió entonces a una chica de rasgos interesantes, cuerpo proporcionado y un caminar delicado, tenía ojos color miel que brillaban con luz especial, de tez morena, enmarcaba la cara una larga cabellera renegrida.

-Te encargaras de la limpieza del salón por ahora y las habitaciones

-Si…si señora, pero quiero ir a la escuela de noche, o a un horario que no le moleste

Enilde se sorprendió y aunque no le convenía aceptó la propuesta, no sabía porque le recordaba a aquella Enilde que llegara a su misma edad desde Corrientes, aunque quiso sonsacarle de donde venía y porque estaba allí Gilda fue una tumba.

-No me pregunte Sra., aquí, para todos soy Gilda Gómez, sin pasado.

Conservó solo su nombre y apellido, se anotó en una escuela donde el secundario se hace en poco tiempo, ahí demostró su capacidad, se instruyó en todo lo que podía, era observadora y aprendió modales de sus compañeras, discreta y callada cumplía con Enilde y la escuela. Cuando terminó el secundario la mujer ya no quería que estudiara, pero ella se había impuesto una meta, anotándose en magisterio.

La mujer tenía otros planes, ponerla con las demás chicas en el bar pero no precisamente para limpiar, Gilda, se había convertido en una bellísima mujer y muchos parroquianos pedían por ella, aunque poco se hacía ver por allí, no pudo esta vez zafar del destino y tuvo que transar con la vieja, estudiaría en la semana, fines de semana y feriados estaría en el salón.

Fueron cuatro años de duros sacrificios, de sentirse otra vez manoseada, humillada, pero como todo tiene un final en la vida llegó el día en que se recibiera de maestra.

Cuando ya tuvo su titulo para poder ejercer, una madrugada, tomó sus pocas pertenencias y ahorros, sin mediar palabras se retiró para nunca más volver.

En la estación pidió un boleto al lugar más lejano y que ya saliera un micro. Llegó a un pueblito perdido en la cordillera, se hospedó en el único hotel del pueblo y buscó trabajo en la escuela del lugar.

Para todos sería Gilda Gómez, oriunda de Misiones, huérfana, educada en un colegio de monjas, era todo lo que diría cuando le preguntaran sobre su vida; sin familia ni historia conocida. Sabía que largas conversaciones eran peligrosas cuando se tenía como ella algo que ocultar y Gilda tenía ocho años de su vida para no solo ocultar sino olvidar definitivamente.