Voy a pedir a mi poesía que no sea tan indiscreta,
que no hable de mi sin antes tener mi consentimiento,
pero desde ya sé que mi pedido será infructuoso,
hay en mi lírica un deseo muy grande de fuga,
en evasivas palabras que se ocultan entre las letras
que inocentes fallan su verdad bajo estéticas formas.

Creo que mi poesía sabe de mí mucho más que yo
y tal vez quiera decirme algo en las entrelíneas
un recado que mi letrada mente no logra más ver,
extraviada entre esos epítetos, antítesis e ironías
que dictan más de lo que dicen y me confunden,
una emoción que para mí tal vez perdió el sentido.

Quiero saber de dónde viene mi lírica humanista?
y quién despierta a ese yo envuelto entre brumas,
que entrometido no teme a la crítica o a su falta;
un infructuoso ego a la procura de ningún lector,
voz que busca en la respuesta su propia pregunta
una visión del mundo que amplía el horizonte.

Tal vez por el deseo de dar rienda suelta a la voz,
al grito rebelde de una mente lúcida y consciente
de quien taimado, esclarecido y sagaz observa la vida,
satisface su apetito con su más íntima confesión
y descansa así mi errática alma una vez purificada.

A veces yo me pregunto si podría vivir sin mi poesía,
enclaustrado en un mundo real que no me satisface
y me pregunto si podría vivir preso a un solo significado,
en un mundo atroz sin más reflejo que su propio espejo,
pero me reconforta saber que mi poesía sí podrá vivir sin mí.