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Raúl ansía ingresar a su casa. Hace dos días, una tarde tan propicia, su gente lo despidió, embutida en sus ceñidos trajes que intentaban a duras penas evitar ese frío glacial que amenazaba con apegarse a sus huesos. Todo fue breve en este acompañamiento y el regreso demasiado ceremonioso. Las despedidas son muy tristes y era preferible desearle un buen viaje.
Y esta noche, ligero entre las escasas luminarias, se desliza por los adoquines hollados desde siempre y cruza calles, contempla con esos ojos suyos iluminados por las estrellas este barrio tan suyo, tan amoldado a su cuerpo y a su alma. Camina con paso trémulo, caracoleando callejuelas oscuras, cuyas farolas sólo son los aullidos de los perros que demarcan sus territorios. El viejo Paulo arrastra sus pasos erráticos, después de aparecer desde un recodo. Lo conoce desde que era niño, adivina su rostro enrojecido por el licor, contó tantas veces los escasos dientes que se asomaban en sus tronantes carcajadas. Y allí viene, zigzagueante y solitario, como siempre, canturreando algo ininteligible.
“¡Paulo! ¡Querido viejo!” Pero el hombre continúa desparramando sus pasos erráticos por ese pavimento agujereado, sin darse por aludido. Siempre fue así, saludaba a veces y otras tantas sólo cargaba sus penas al hombro, ajeno a todos y a todo.
Sin insistir, Raúl prosigue recorriendo ese barrio amado. No hace nada, peloteaba con sus amigos en el solar circundado por la escuela y las casitas blancas e inmaculadas de la población nueva. Celebraron que la construcción aquella no se extendiera más y les permitiera continuar reuniéndose en este sitio pedregoso en donde emulaban a los grandes astros del fútbol.
El alcalde había anunciado a grandes voces que pronto se construiría una plaza en dicho páramo para embellecer el barrio y dotar de una zona verde para sus pobladores. El anuncio no les preocupó en lo más mínimo porque sabían que en dos meses habría elecciones comunales y ese voladero de luces ya era conocido. Una vez elegido, el alcalde se olvidaría de cada una de sus promesas.
Ellos, sus amigos, también lo acompañaron en su viaje. Más de alguna lágrima escapó de los ojos de esos rapaces quinceañeros, delatando ese extraño alboroto en sus pechos emocionados. Mañana, en cuanto el alba despunte, golpeará sus puertas para despertarlos y remecerlos de alegría. Pero esta noche, su hogar aguarda. Es una casa estrecha en donde caben todos: su padre, su madre y sus tres hermanos pequeños. Ahora dormirían, mientras sus padres conversan en el comedor. Siempre lo hacen y a veces esos encuentros son áridos y terminan a los gritos, los mismos que su madre sofoca por pudor. ¡Qué sorpresa les dará!
Sólo dos casas lo separan de su destino. A medida que se aproxima, su paso se aligera. Pronto, sus nudillos se estrellarán con la madera rústica de su puerta.
Antes que el deseo aquel se concrete, alguien se aproxima. Es Carmen, la que habitaba en la cuadra siguiente y que viajó también hace unos días.
“No…no lo hagas, no lo hagas Raúl”. Su figura avanza leve en la oscuridad y sólo un atisbo de luna quisiera participar de esta escena.
“¿Y por qué? Necesito estrechar a mi familia en estos brazos ávidos de cariño.”
Y avanza o cree hacerlo con mayor ímpetu. Pero Carmen está ya frente a él para detener esas ansias.
“Vámonos de acá, por favor, vámonos ya.”
“No.”
En ese instante, la puerta de su casa se entorna. Aparece su madre, que otea la semipenumbra.
“¡Mamá!” Y corre a sus brazos.
La mujer contempla la noche con la mirada extraviada. Son tantas las sombras de esa estrecha calle y aún más las que inundan su alma.
“¡Mamá! ¡Estoy aquí!”
Al igual que Paulo, ella lo ignora, aplaca un sollozo para dar media vuelta y perderse tras la puerta.
Raúl no lo entiende, la pena comienza a corroerle alguna parte indefinida de su cuerpo.
“Vamos Raúl, vámonos. Ya no pertenecemos acá.”
A veces, es preciso avisarles a aquellos que ese precario hilo que los ataba a sus amores ya se cortó. Y casi ninguno comprende y acata eso.
Ahora, sólo son dos sombras que se acoplan a la noche mientras los perros traducen su sorpresa con lánguidos aullidos.













Texto agregado el 29-06-2021, y leído por 122 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-07-2021 ¡No lo puedo creer! Me quedé esperando el abrazo. Pensé en mis hijos que están lejos... Clorinda
30-06-2021 Maravilloso querido amigo!!! Leerte siempre es un placer. MujerDiosa
29-06-2021 —¡Qué viaje, amigo, qué viaje! —Muchas veces pienso que el boleto de regreso al origen, todos o una gran mayoría, desde que nacemos lo llevamos impreso en la piel. A veces podemos usarlo, otras nos quedamos con el deseo, pero también sucede que si lo usamos es posible que encontremos un mundo desconocido y extraño que nunca imaginamos, y en ese momento también es posible que dudemos entre volver a nuestro confort de hoy o definitivamente quedarnos allí. —Un abrazo vicenterreramarquez
 
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