Cada tiempo que pasa me recuerda a ti, cada momento que no estuve contigo me hace sufrir.  
Con tus ojos de ternura y rostro de experiencia, encendiste  en mí una fogata maternal.  
Envidio todo comienzo,  y lamento de todo corazón tu final. Tu comienzo es vida en mí, y tu final lo que  dejo de existir, dejando como herencia una ternura infinita que vivir.   
Llenas mi alma con tus preocupaciones, y siembras en mi persona tu sabiduría.  
Extraño tus momentos en la cocina, donde un pedazo de pan conmueve a un banquetee de alegría. 
 Mis lágrimas escogen cada detalle, el quererte abrazar, el darte más de lo que nunca te di, y rescatar más tiempo para mí.  
Me quiero entregar a tu pasado, para adorar la niña, la joven, y la madre que me falto conocer. 
 Me has entregado la virtud de ser nieto,  para adorarme con todo tu ser.  
Reconozco que fuiste niña mimada por tu padre, y muñequita sentimental para tu madre, estudiante infantil y protagonista de un primer amor que vivir. Me relato a la vez, tu vida juvenil, amigas y amigos que descubrir. Ser madre por primera vez, con tu corazón entregado a tu primogénito sin mucho que saber.  
No tengo ojos para imaginarme tu niñez, y menos para adivinar tu infancia.  
Tanto te extraño y tanto te quiero,  que ni el tiempo y menos tu pasado, interpretará otra versión de cuanto te amo.  |