Nos cruzamos en la escalera del club nocturno. Yo salía a tomar aire, y él que subía despacio, era para mí un desconocido.
Apenas pude observarlo, pues enseguida me cohibió su mirada que parecía recorrer todo mi cuerpo. Creo que no exagero si digo que me sentí desnuda por un instante.
Cuando regresé, media hora más tarde, lo busqué por todo el salón con una mirada discreta desde la barra, intercalando sorbos de mi bebida para disimular.
Me di por vencida. No lo había visto salir.

Me disgustaba pasar el tiempo en lugares como ése. Pero necesitaba hacer algo con mi vida.
Tal vez no fuese buena idea comenzar por allí, pero de todas maneras allí estaba.
Me incliné sobre la barra y deposité sobre ella mi bebida.

-Lo mismo que ella por favor.

Giré despacio hacia mi derecha. Sus dientes brillaban mientras me sonreía.
Un calor recorrió todo mi cuerpo. Me recompuse y le devolví una tímida sonrisa.

-Buenas noches – me dijo en voz tan baja que casi le pido que repitiera lo dicho.
-En el bar de la plaza se puede conversar sin tanto ruido- sugirió y se quedó esperando mi aprobación.

Era un golpe de suerte. No lo dude mucho:

-Bueno, ¿Por qué no?

Subimos la escalera angosta muy juntos. Luego de varios escalones me tomó por la cintura.

-Tienes tacones muy altos. No dejaré que te caigas- me dijo y me ruboricé.

La noche era hermosa. Una brisa suave nos refrescaba. Caminamos hacia la esquina y nos sentamos a la mesa del restaurante que daba a la plaza.

-¿Te gustaría comer algo?- inquirió cuando el mozo estuvo presente.

Más tarde, luego de una deliciosa charla, caminamos bajo los robles y terminamos sentados en un banco frente a la fuente.
Un perro color canela llegó moviendo la cola y se sentó delante nuestro y se quedó mirándonos plácidamente.

Hacía tiempo que no me sentía tan a gusto con un hombre. A decir verdad hacía mucho tiempo que no me sentía a gusto conmigo.
Llevaba una vida insípida. Ni mi holgura económica ni mis excesos habían logrado devolverle sentido a mis días.
Me encontraba ahora con un hombre que me recordaba que la vida podía sentirse hermosa.

Volví de mis pensamientos para encontrar su mirada amable que esperaba en silencio.

-Por qué decidiste acercarte a mí- le pregunté sin vueltas.

- Fue la expresión en tu rostro. Sentí que necesitabas buena compañía.

No esperaba esa respuesta, y me agradó.

A las cuatro de la madrugada llegamos caminando a la puerta de mi edificio.
Deseaba besarlo. Deseaba mucho más. Pero temía perderlo.

Luego de mirarnos en silencio por unos segundos, tomó mi mano.

-Quisiera pedirte algo- me dijo con voz serena.

- Claro, dime.

-¿Me permitirías volver a verte? Es que estoy imaginando una hermosa tarde en el parque y tú apareces en ella.

-Seguro. ¿El Sábado?

Asintió moviendo su cabeza.

Lo besé en la mejilla muy cerca de su boca. Sentí como se contuvo.
Solté su mano y me dirigí hacia la puerta.

Me di vuelta y regresé hacia él, que me observaba en silencio.
Besé su boca con un beso breve muy tierno.

-Te estaré esperando a las cuatro.

-Aquí estaré – dijo y se marchó despacio.

Al cerrar la puerta, no le permití a mi mente que diera nada. En cambio mi corazón deslizó por entre mis labios solo un:

-Gracias.


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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 7/7/2021.