El pasar de los años, en las mentes enjauladas, suele ser en vano. Cuando era muy joven, me enfermé de ideas y de un amor creado por ellas, pacedimiento que me llevó a una paranoia metafísica de catástrofes reales. El daño fue fatal, pero la lección fue aprendida: el ruido de nuestra mente no nos deja ver y encontrar el calor del sol, el susurrar del viento. Lo entendí, renuncié a la niebla de la que está hecha Dios con firmeza y tomé las riendas de mi propia soberanía. No podía ser engañado más por mi propio demonio. Ella me lo había repetido incontables veces, pero la entendí solo con los golpes y la experiencia. Hace poco la busqué, quería saber si estaba bien, si había crecido y si el olvido había purificado su alma. Total, somos personas totalmente difetentes tras tantos años.

Mi tristeza fue grande cuando noté que ella no había renunciado: los relatos aún gobiernan su realidad, su jaula aún la mantiene en el samsara de las ilusiones conceptuales, sus nubes aún mantienen la imagen de un monstruo enfermo por las ideas.

Quisiera mostrarte el camino, ayudarte a convivir contigo misma porque apuesto que tu mente muchas veces no te deja en paz. Pero tus ilusiones, tu pasado, tu relato no quieren verme, aunque sea otra persona. Parece que poco a poco tú también te transformaste. Yo caí a la tierra y tú te elevaste hacia las nubes. Las pasiones ya no me someten, quizá a ti el miedo te manipule con sus hilos de titiritero.

Pero no lo sé. Anhelo estar equivocado, aunque tus acciones sean tan firmes como para alimentar mis creencias.

Búscame cuando te sientas lista. Cuando hayas renunciado a ese tormento platónico de mitos y leyendas. Solo quiero reír y disfrutar lo agradable que puede llegar a ser nuestra compañía. Sin pretensiones de amor, de posesión, de egoísmo. Tú me ayudaste mucho, ahora me gustaría demosrrarte que el mundo te devuelve lo que das. ¡Te esperaré afuera de la jaula!