TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / JerryMendez / LUCES DE BENGALA

[C:609771]

LUCES DE BENGALA

Dedicado a los caídos el 2 de octubre del 68



A los doce años de edad pude ver desde la ventana del departamento donde vivía con mi madre, como la Plaza de las Tres Culturas era inundada por una gran cantidad de mujeres y hombres cargando mantas rotuladas y levantando las manos simulando con los dedos la “V” de la victoria. Sus gritos eran de repudio hacia el presidente Días Ordaz y al secretario de gobernación Luis Echeverría.
De pronto, el cielo fue inundado por luces de bengala de color rojo y verde, que lanzadas al cielo por el piloto de un helicóptero era la señal para el ataque a la manifestación que se estaba realizando en la Plaza. Apenas se encendieron estas luces y la Plaza fue inundada de jeeps de guerra y tanques ligeros que entraron disparando, junto con los francotiradores enclavados en las alturas de algunos edificios, en contra de los manifestantes. Enseguida, un grupo de choque identificado por un guante blanco en la mano derecha comenzó a golpear de forma brutal y sin distinción de sexo ni edad a cuanto participante encontraban en su camino. Los manifestantes trataban de contener la furia de estos desquiciados sin conseguirlo. Después de ver a muchos de sus compañeros golpeados, ensangrentados y muertos el temor los hizo correr en desbandada para salvar su vida propia.
Tras la ventana, el miedo se apoderó de mí, las piernas me dolían, tenía la boca seca, quería alejarme de allí para no ver más esa masacre, pero la imperiosa necesidad de buscar y encontrar a mi madre que se hallaba entre toda esa gente me tenía estático, mudo y sin poder cerrar los ojos; estaba empapada por un sudor helado y con los ojos llorando por la desesperación de no verla.
Segundos, minutos, horas y nada, nada, no veía a mi madre. La ansiedad vaciaba de razón mi cuerpo inundándolo de visceralidad y angustia. Deseaba que se terminaran esos golpes y disparos provocados por esas ratas asesinas.
El pánico reventó mis entrañas al escuchar que la puerta del departamento se abría, de inmediato imaginé a soldados atacándome. Nervioso me agazapé detrás de un sillón, el cristal de la vitrina me permitió ver la silueta de mi madre, rápidamente me dirigí a su encuentro, al tenerla cerca la descubrí golpeada y con su ropa desgarrada y manchada de sangre, pero viva, viva. Las lágrimas se volvieron un torrente rodando por mis mejillas; lágrimas de impotencia, de dolor, de rabia, pero sobre todo de alegría. Estando dentro se dirigió a su habitación, mientras lo hacía, a señas me ordenaba que guardara silencio y que no abriera la puerta principal.
El rechinante escándalo producido por botas subiendo las escaleras del edificio hizo que mi madre saliera rápidamente de la habitación. Ella aún no ter-minaba de ponerse ropa limpia y tampoco había retirado de su rostro ni de sus manos la sangre de algunos compañeros a los que pretendió ayudar. Mi madre susurrando, me mandó de inmediato a esconder debajo de la cama.
Para mí era insoportable estar escondido. El temor se volvía frustración al no poder salir en nuestra propia casa y cuidar a mi madre. El escándalo subía de tono, incluso, rebasaba el punto de lo soportable. En ese momento me vi al borde de la paranoia. Mi intranquilidad se manifestaba por los movimientos temblorosos e incontrolables del cuerpo, pero más, por la apestosa orina que había derramado empapando el pantalón y haciendo más insoportable la estancia en la guarida.
El alboroto de la Plaza se escuchaba cada vez más fuerte, tanto, que casi odiaba a mis oídos por permitirle meterse en mí: helicópteros, sirenas, autos, tanques militares, gritos, órdenes, golpes, quejidos, groserías, balazos… ¡Malditos ruidos que arrastraban mi razón a la locura!
Yo seguía escondido bajo la cama bañado en pánico y orina. Mi madre, por el contrario, se mostraba valiente, seguía en pie a la espera de cualquier contingencia dentro de la casa. Tratando de tranquilizarme emitió un susurro amoroso diciéndome: “Tranquilo hijo… si entran, no permitiré que te hagan daño, pero quédate escondido, por favor”.
Pasó bastante tiempo sin que los militares pretendieran entrar al departamento, quizá la oscuridad y el silencio albergados en la casa fueron el detonante para que lo intentaran. Desde mi escondite escuché claramente como la puerta de la casa era forzada. Las malditas botas asesinas estaban a punto de entrar cuando algún superior, a grito abierto, les dio la orden de olvidarse de entrar y que fueran a detener a unos manifestantes que escapaban corriendo por el pasillo del mismo piso.
Al llegar la media noche los ruidos ya no eran tan intensos, sin preguntarle a mi madre salí del escondite, necesitaba refrescar los pulmones, la mente… deshacerme del pánico y de la ropa empapada por la orina y el sudor.
Después de bañarme y cambiarme la ropa sucia nos acercamos a la nubosa ventana de la sala, fisgoneamos cuidadosamente hacia la Plaza. La oscuridad de la noche no era impedimento para distinguir la bajeza de como una enorme cantidad de manifestantes heridos eran sometidos boca abajo y arrinconados junto a muchos cuerpos sin vida, sin embargo, resultaba mucho peor e imperdonable ver como a muchos de ellos –aun estando con vida– los aventaban a camiones de basura para trasladarlos hacia quién sabe dónde, quizá hacia un lugar imaginario, hacia un lugar en donde sus peticiones y gritos se volverían silencio… se volverían ficción… se volverían nada.


Jerry Méndez

Texto agregado el 15-08-2021, y leído por 177 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
17-08-2021 Pues Jerry, así fue Nuestro glorioso y gallardo ejército nunca vencido Que terrible Ishamael
16-08-2021 Ah, y por supuesto los militares! MujerDiosa
16-08-2021 De excelencia Jerry!!! Era muy chica también y me tocó estar en medio de la Revolución Libertadora en Córdoba, entre el fuego cruzado de las monjas de un convento atrás nuestro, los curas de la Iglesia Santo Domingo subidos al techo, y los peronistas a pie. Esos días jamás los olvidaré como vos. Vivíamos agachados por las balas que rompían los vidrios. Pasa que no quiero recordar... Te felicito por ese texto que se vive en las vísceras!!! MujerDiosa
15-08-2021 Perdón...guardo la calma. 6236013
15-08-2021 Perdón...guardo la calma. 6236013
15-08-2021 En primer lugar debo decirte que me sentí angustiada al imaginarte con tus cortos 12 años,viviendo una experiencia tan fuerte. La actitud de tu madre revela,lo que el amor a un hijo puede llegar a soportar,ya que vuardo la calma como una guerrera. Tu texto,es impecable,se vive,se siente y eso es maravilloso para el lector,mis felicitaciones... Un abrazo fuerte***** Victoria 6236013
15-08-2021 Un relato genial. Pocas veces he leído tanta fuerza y pasión en una narración que logra conmover al lector. Saludos. ValentinoHND
15-08-2021 Un texto muy bien escrito y merecido homenaje a los caídos del 68. En tu relato se percibe muy bien el miedo y la angustia de todos los que vivieron aquel terrible día. Entonces yo tenía 13 años e iba en segundo año en la secundaria #4 en San Cosme. Han pasado muchos años, pero aquellos hechos siguen doliendo y mucho. Saludos, Jerry. maparo55
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]