TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / raulato / Manuel y Erik

[C:610011]

Era un barrio como muchos. Sus casas pareadas se alineaban ordenadamente al oriente y al poniente de la calle. Circulan algunos perros juguetones y pasean niños en bicicletas o en patines.

Los vecinos se conocen y conversan a menudo, celebran los cumpleaños de los niños y participan en las actividades recreativas.

A mitad de cuadra vive Rosario y Manuel. El trabaja de taxista y su esposa a cargo de la casa con sus dos pequeños niños.
Los vecinos opinan que para Manuel es lamentable que no tenga un trabajo estable en una oficina convencional.
Lo hacen notar cuando el taxi esta más de un día estacionado en el patio de la casa por alguna reparación, que el mismo Manuel repara. Esos días no tiene ingresos, opinan.
Para el resto de los vecinos ser taxista es un trabajo irregular. Un poquitín peligroso.

La realidad es que Manuel siempre está cuando su esposa lo necesita. Ya sea para ir comprar algo que falta o acompañarla a una reunión con la profesora de su niño a plena media mañana.
Se levanta muy temprano, porque así aprovecha de realizar varios colectivos al metro, a mediodía vuelve a la casa a almorzar y duerme una pequeña siesta reponedora.
Luego en la tarde, sagradamente a las tres, sale nuevamente y tipo siete de la tarde ya está en casa. Eso es así todo los días.

Al frente vive Marisol, su marido Erik y su hijo pequeño. Él trabaja comercializando frutos del país. Tiene una camioneta grande. Para algunos es un camión chico.
Su rutina diaria es levantarse muy temprano a comprar los frutos del país y luego entregarlos a los distintos puesto de venta al detalle en varias comunas.
A media tarde está desocupado.
Erik también sufre la crítica del resto de los vecinos por su trabajo que al parecer también es irregular. Pero la inmensa y ruidosa camioneta los deja sin habla.
Cuando sale en la madrugada, en complicidad con el silencio de una ciudad que aún no despierta, el estruendo que provoca es similar al despegue de un avión.
Seguramente esa impresión los deja enmudecidos y se acaban las críticas.

Manuel, el taxista, es conservador. Quitadito de bulla. Saluda y se despide con reverencia. Su esposa se encarga de ventilarlo. Asisten a las fiestas de cumpleaños y es ella quien lo alienta para que destaque y no lo apabullen con su condición de taxista.
Ella no lo aclara pero sabe que sumando y restando el mantiene mejor condición de liquidez que sus vecinos.
A lo más se retrasa un día en pagar la cuota del colegio mientras los otros a veces meses.
Sabe que trabajando un día completo, paga la mensualidad, lo mismo el gas o el permiso de circulación.
Se mofan del taxista pero sin embargo, cualquier día del mes, éste siempre tiene dinero para invitarlos a la típica cerveza en la botillería ubicada a la vuelta de la esquina.

Erik es extrovertido. Habla fuerte. Dirige los juegos de los niños y exige que los autos circulen despacio cuando ocupan la calle. Es estricto en el orden de preferencia y no acepta groserías. Como llega temprano a media tarde, callejea jugando con los niños, saluda a las vecinas de beso y al atardecer recibe a los vecinos oficinistas subordinados que cansados y maltrechos arriban a su hogar.

Manuel y Erik son similares en su condición de independiente. Pero Erik dispone de más recursos, dinero en efectivo.
Parte comprando a los productores en la mañana, en efectivo, Luego los vende. En su bolso amarrado al cinturón, se llena con lo que le pagaron en el día.
Luego es el mismo dinero que tiene que ocupar para comprar la mercadería del día siguiente.
Y así. Pero es mucha. Quintuplica el dinero que Manuel obtiene en el día, y ambos, triplica o cuadruplica lo que cada uno de sus vecinos mantienen en sus respectivas cuentas corrientes.

El mundo al revés.

Las vecinas, cuando están en grupo, en las compras o alguna reunión de esas informales siempre opinan lo mismo “Por dios que es buen mozo Erik”. Por otro lado, Rosario, la esposa de Manuel, es bonita con buen cuerpo y viste bien, pero, “pero casada con Manuel”. No tanto porque Manuel sea poco atractivo, sino porque su condición de taxista y de ingresos irregulares, a la postre lo afea más.

Marisol, la esposa de Erik, sabía de esas frases de sus amigas vecinas y las celebraba, pero una sombra se traslucía por sus ojos y lo fingía muy bien.
Cada día después que ella acompañaba a Erik en el desayuno, dándole ánimo y mostrándose feliz, inmediatamente después que este se retiraba en su camioneta rugiendo por la calle en busca de su destino, ella subía nuevamente recostándose para dormir la hora de sueño que le faltaba para levantarse a la hora normal.

No siempre el sueño la atrapaba.

Ella se quedaba pensando en lo que le faltaba a su vida para ser feliz. No cabían dudas. Erik no era su príncipe azul.
Se había casado pensando que el amor llegaría más tarde. Que con la llegada de los hijos la situación mejoraría. Pero no fue así. No era para nada difícil convivir con Erik. Era un muy buen padre y un buen amigo, de buen trato, trabajador, inteligente y honrado. Si no lo amaba consideraba que era lógico que no lo deseara. Finalmente se dormía.

Marisol y Rosario conversaban a diario pero aun no este tema. Sus conversaciones se distinguían si las hacían mientras regaban el césped, donde eran conversaciones livianas, o las otras, cuando se invitaban a tomar té, sentadas en la mesa, en la intimidad del hogar.

En una de esas tarde de té Rosario le ofreció a bajo costo un anillo, mostrando una bandeja de joyas con su respectivos catálogos.

- ¿No sabía que vendías joyas? - Se mostró asombrada.

- Es una fachada le dijo. Yo compro joyas y las vendo casi al mismo precio, pero eso me permite tener un flujo de dinero que ocupo para mí. Ropa, peluquería, zapatos,..

Marisol se mostraba ajena a todo lo que es joyas, maquillaje, vestir a la moda.

De inmediato le comentó que Erik tiene un plan de gastos a largo plazo.
Cada vez compra más mercadería que la vez anterior por lo tanto no compramos nada en varios meses.
Luego, compramos algunas cosas para la casa, renueva la camioneta, y volvemos a lo mismo.

- Nunca compro nada para mí.

Rosario se mostró cauta y sin el ánimo de complicarla, le dijo:

- Pero hay otros métodos.

Esa noche Marisol durmió mal. ¿Otros métodos?, la frase le dio vuelta toda la noche. ¿Qué querrá decir con “otros métodos”? ¿Fachada?

Para los siguientes días la conversación se centró en sacarse información. Eso ellas lo sabían hacer muy bien.
Rosario quedó intrigada del porque Marisol se refugió en una falacia al responder sobre un inverosímil plan de gastos.
Y Marisol quedó estupefacta y, porque no, interesada en saber cuáles son los otros métodos. Y de paso saber cómo es la fachada al vender joyas.

Rosario tomó la iniciativa.

- Mi marido es terrible - Manuel desde el principio me negó la sal y el agua. El pago de la cuota mensual del auto era suficiente motivo para negarme todo lo que le pedía. Opté por hacerme la loca y no molestarlo más.

Primero partí por la indiferencia. No me fue muy difícil. Si ya Manuel no me regaloneaba solo sería la madre de sus hijos. Pero si seguía así, continuó Rosario con su cuento, simplemente mi matrimonio se derrumbaría. Así que opté por obtener ingresos a como dé lugar.
Ese era el motivo porque andaba amargada. Él siempre fue así, amarrete. Quizás me hubiera amargado si él hubiese cambiado, pero no.
Incluso es más responsable ahora que antes. Confío más en él ahora. Lo apoyo en sus decisiones.

Cuando se compró el taxi - continuaba - llegaba todos los días con dinero en efectivo. Se me ocurrió ayudándole en llevar las cuentas. Pensando que así recibiría algún premio.
Nada. Pero si detecté que Manuel era bastante desordenado en las cuentas durante el día. Solo se ordenaba en la noche, llegaba y contabilizaba en su cuaderno.

A la hora de almuerzo, un día le pedí dinero para una bebida.
- Saca de mi bolso, me dijo, y saqué un billete de $10.000. Compré la bebida y me quedé con el vuelto.
Lo encontré tan infantil, pero mi conciencia me acorraló. Al otro día lo puse de nuevo en su cartera.

Un día, cuando nos recostamos después de almuerzo, bromeando me dijo que sería buena idea tener sexo.
A lo que yo respondí que eso “le saldría un poquito caro”.
En fin. Mientras lo hacíamos pensé, “no, no es broma”. Apenas se durmió le saqué un billete de diez mil. No le estaba robando, con ese acto me consideraría pagada.

De ahí el proyecto no paró.
Diariamente, para justificar mis ingresos inventé que vendería joyas. El cree que ese dinero viene de la compra y venta de las joyas. La fachada. Tengo dinero para mis cosas y sin dañar a nadie.

- Me lo hará todos los días, pero vivo tranquila, sin sobresaltos, me pago mientras duerme siesta.

En Marisol se instaló la idea. No le molestó. Le habían contado que esas maniobras existen y también lo había leído.
Pero consideraba que eso era lo más ruin que pueda existir entre los seres humanos peor aún en el matrimonio.
Cobrar por sexo aparte de sórdido era peligroso, era deteriorar aún más la relación.

Si Erik de da cuenta no me lo perdonaría.

La noche fue larga. Marisol despertaba a ratos y miraba a Erik mientras dormía. Se imaginaba la transacción. El siempre andaba con dinero, así que no se negaría. ¿Pero como se la pediría?. Una vez es una buena broma, pero si se convierte en rutina no lo va a aceptar.

Al otro día, fue Rosario que le preguntó que había pensado. Marisol solo sonrío. Rosario no dio tregua. Insistió que era la única forma de vivir sin que las relaciones se deterioren.

Si Marisol entró a la casa de Rosario con dudas, salió calculando. Mientras caminaba pensaba "Hacerlo todos los días".

¿Cuánta plata es? Un billete de Diez mil cada vez. Pero Manuel era taxista. Erik maneja mucho más dinero.

Se ruborizó un poco al pensarlo pero a Erik le puedo sacar más. Veinte mil. ¿Cuánto es? ¿Considero sábados y domingo? No terminaba de cruzar la calle y ya la avaricia la consumía.

Todos los días son todos los días. Pensó.

Erik llegó más tarde, comió y se instaló en el sillón a ver televisión. Ella se encargó del niño. Ya no era su deber. Era su trabajo. Así lo sentía. Estaba empoderada. Cada vez se investía más en su rol.

Lavó la loza y ordenó la cocina. No se amargaba que Erik no se acercase a ayudarla. Los quehaceres hogareños ahora los hacía feliz.

Listo. Llegó la hora. Unas gotitas de perfume en el cuello, se ordenó el pelo y caminó hacia él.

Ella pensaba así luce Erik ahora. ¿Cómo lucirá mañana?

Llegó a su lado. Tocó su pierna que apoyaba sobre la mesa de centro con su pierna. Le daba pequeños empujones. Erik reaccionó de inmediato. ¿Qué pasa mi amor?
Ella le volvió a dar un empujón a la pierna dando cuenta del coqueteo.
El acarició su pierna y por debajo de la falda subió la mano.
En otras circunstancias ella habría esperado un segundo de caricia para luego apartarse. Pero esta vez ella se quedó ahí.
No solo eso. Sino que se montó sobre él. Erik olvidó que hace solo una semana lo habían hecho.
Faltaban dos semanas para completar el ritmo habitual de tres.
Tampoco advirtió que ella lo estaba proponiendo, lo normal era ya acostados y un poco antes de dormirse e insistir bastante.

La tomó afirmándola con una mano y con la otra apagó el televisor. Caminó con ella colgada en su cuello y ella al mejor estilo adolescente lo rodeo con sus piernas.
Con el codo apagó las luces. Subió las escaleras, se desvistieron y se acostaron. Esta vez conversaron mientras lo hacían. Al revés de lo habitual demoraron un poco, un buen poco, ella se aseguró que termine bien cansado. De inmediato se durmió.

Ella se quedó mirando el bolsito de Erik que estaba en la cómoda. Analizaba que lo podría revisar en cualquier momento, sin sexo. Pero era honrada. Al menos así se consideraba.
Tenía que pagarse inmediatamente después del acto. O si no lo estaba robando.

Se bajó de la cama sin ruido y tomó el pequeño bolso. Al abrir el cierre sintió que el ruido era peor que el motor del camión. Roncaba así que se tomó todo el tiempo del mundo.

Vio los turros de billetes. Eran varios. Algunos de veinte mil y otros de diez mil. Tomó un turro de veinte mil y contó los billetes. Tenía veintitrés billetes.
Tomó otro turro y ese tenía cuarenta y ocho billetes. Dedujo que no había ningún orden. Tomó el último y tenía treinta y cuatro billetes.
Ya estaba segura. Sacó un billete de veinte mil y lo puso en su cartera. Mientras se aprontaba a cerrar el bolso de Erik se tentó en sacar un segundo billete de veinte mil, pero no fue capaz.
Su conciencia la detuvo. Lo cerró.
Se sintió feliz por la decisión que había tomado. Sacar dos billetes habría sido un acto sucio. Por ahora solo será un billete de veinte por cada acto.

La rutina se repitió al día siguiente. Y también al subsiguiente. Erik ya no se sentaba a ver televisión sino que comía y se acostaba de inmediato.
Veía televisión mientras esperaba que ella terminara lo que tenía que hacer y subía.

A los pocos días ella le contó a Erik que se dedicaría a vender joyas. Rosario le enseño así que él se sintió confiado que el negocio resultaría.
La apoyó con el dinero que ella le pidió. Bastante. Eso sí, él la amenazó que le llevaría la cuenta. Ningún problema le dijo ella. Tú eres experto.

Cada cierto tiempo Erik revisaba el muestrario y contabilizaba lo vendido y contaba los billetes.

- Ha, que bien. Vendiste tantos relojes y tantas cadenas.

La anotaba en una libreta y descontaba lo que él le había prestado. Te está yendo bien. Sigue así.

Todo funcionaba a pedir de boca. Ahora ella podía mostrar y ocupar la plata que iba acumulando por su trabajo. Se compraba, ropa, zapatos, iba a la peluquería, se hacía las uñas. El método funcionaba. La fachada era legal.

A veces ella necesitaba algo que no estaba presupuestado en sus ingresos. Después del auto pago de veinte mil al rato ella volvía a insistir y Erik respondía como un macho cabrío.

Se pagaba con un segundo billete de veinte mil.

Cada cierto tiempo lo intentó hasta conseguir un tercer billete de veinte mil en la misma noche. “La inflación. La carestía”. Murmuraba.

Entre las sabanas Erik comentaba que estaba por sobre todos sus amigos que solo lo hacían tres veces por semana. Él en cambio lo hacía todos los días, y a veces con repetición.
Abrazaba a Marisol y le decía “Soy tu toro semental. Tú gran toro semental”. Ella le respondía “soy tu puta. Tú gran puta”.

Se besaban felices.

Texto agregado el 05-09-2021, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]