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Siempre después de un partido de básquet donde las cosas le iban muy bien, y aquella temporada en Houston Rockets era muy placentera, Carlos Delfino estaba siempre muy “cachondo” como dirían los españoles. Por eso, a su esposa, la italiana Martina Cortese no le llamó la atención que Carlos le pusiera sus enormes y olorosos pies talles cincuenta sobre su rostro. La italiana estaba acostumbrada a oler aquel Queso suculento, pero esta vez olían de un modo espectacular, para cualquier mortal hubiera sido un olor asqueante e insoportable, pero para Cortese era algo sublime, y así, olió, chupó, besó y lamió los pies de Carlos, que no son los pies de alguien cualquiera, son los pies de un basquetbolista de la NBA.



Resulto lógico que después de aquel verdadero festival de pies, Martina chupara durante largo rato la pija de Carlos. Calza cincuenta, imagínense el tamaño de su miembro viril. Y despues, Carlos le dio una penetración tan fogosa, como delicada, suave e intensa, para que la italiana disfrutara todavía más de lo habitual, lo cual era mucho decir. Y aunque estaban en Houston, Texas, todo aquello se hizo mientras sonaba muy fuerte la italianísima y sesentosa música de Rita Pavone.



Ninguno de los dos quedo exhausto ante aquel jogorio sexual, sino más bien todo lo contrario, estaban enteros y con ganas de más, pero como reservándose para continuar la fiesta más adelante, prefirieron terminarlo ahí, para no cansarse inútilmente, tras semejante gozo y placer.

Transcurrió el día y cuando llego el anochecer, Carlos y Martina debían asistir a un rodeo texano, a ninguno le hacía mucho gracia, pero mejor bien con la gente del hiper republicano Estado de Texas. Martina se estaba preparando para ir vestida de la manera más elegante posible, con algo más acorde a su italian style que al texan style.

En la habitación de al lado, Carlos, lejos de vestirse como texano, se puso ropa de samurái, o de guerrero oriental, se colocó los guantes negros, y agarró una gran katana, una espada ninja, con gran destreza, propia de un basquetbolista, con la mano derecha sostenía la katana, con la izquierda, un Queso de colosal tamaño, repleto de agujeros.



Carlos se dirigió a la habitación donde estaba Martina, y entró en forma muy sigilosa y silenciosa, su esposa apenas notó el movimiento, y al darse vuelta, no había nadie, pero vio que detrás de la cortina había una figura masculina, como escondiéndose, viendo el gran tamaño de los pies, la italiana se dio cuenta que era su esposo, y fue a abrir la cortina, convencida de que era una broma idiota del basquetbolista.

Martina corrió la cortina, y efectivamente, vio a Carlos, pero este blandió la katana, la gran espada ninja, y lanzó el golpe sobre el cuello de Martina.



- ¡Caaaaarrrrloooooossssssss! – exclamó Martina Cortese mientras recibía la primera herida sobre su cuello, hicieron falta dos más, tres en total, para que Carlos la decapitara.

- Queso – dijo Carlos Delfino mientras contemplaba el decapitado cadáver de su esposa y tiraba el colosal Queso sobre el mismo, con total frialdad y satisfacción.

Carlos sintió como si estuviera cumpliendo un deber y una obligación, ahora sí, en los formularios cuando completaría su estado civil pondría “viudo” como corresponde a un Quesón, a un asesino serial de mujeres, un asesino de su envergadura. Para Carlos solo fue un Queso más.



Esta es el corto relato sangriento y quesero de como Carlos Delfino decapitó a su esposa Martina Cortese. Un crimen muchas veces mencionado pero nunca contado con detalles, y aca los detalles son, como siempre, dos pies con olor a Queso, un brutal asesinato y un Queso. Queso.


Texto agregado el 12-09-2021, y leído por 68 visitantes. (2 votos)


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