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II CONCURSO DE CUENTOS PUMUO
Título: “ SAN VALENTIN II ”
Autor: (Seudónimo)
Febrero 2.004

SAN VALENTIN -II-

A ti Amor,
... que desconozco si existes.
14 de febrero de 2004

No sé muy bien porqué lo hago, pero otra vez, hay algo que me empuja al papel y al lápiz de escribir; será porque hace un año, con un lápiz, algunas cuartillas y tu recuerdo, liberé pensamientos y sensaciones y ese espacio, lleno de tensiones y melancolía, se invadió de una nueva energía con la fuerza de la experiencia, nuevas ilusiones y la actitud pausada y tranquila, que necesitaba para seguir afrontando el día a día y la conciencia de mi propio yo y, una voluntad decidida a disfrutar el regalo de la vida, mi propia vida.

Aquel acto de escribirte colocando sobre el papel letras hasta formar palabras arrancadas al pensamiento, que desgranaban vivencias de toda una vida, desde ilusiones, promesas y proyectos inacabados y algún resentimiento por tantos sueños rotos, liberó mi interior dejando un espacio vacío que, inconsciente e involuntariamente, se volvió a llenar con aire fresco de aromas de fruta madura, tonos cálidos y suaves y un olor a tierra húmeda de las primeras lluvias del otoño.

Aquella sensación (que para no perderla, cada mañana, la asocio con el tónico rejuvenecedor de la piel que me aplico después de la ducha), me devolvió la vida igual que le ocurre al campo al finalizar las cosechas, después del verano.

Tierras trabajadas, casi sin jugo, de aspecto árido y seco de haber entregado su energía en los cultivos y frutos que, con la llegada del otoño se vuelven a cubrir de vegetación y belleza, alfombrando caminos y veredas y el paisaje se acomoda a colores armoniosamente cálidos en tonos ocres, suaves y dorados, con días confortables y luminosos, puestas de sol que invitan a soñar y dan brillo a los paseos de las parejas felices y el silencio se apodera del ambiente, interrumpido únicamente por bandadas de pájaros migratorios, como los hijos, buscando nuevo destino.

Como mi cuerpo, que también se sitúa en su otoño, en una nueva sensación de libertad, sin colegios, obligaciones, hipotecas, prisas, hijos, ruidos, donde impera la armonía, el equilibrio, la sensatez y la calma; sólo al verme así, cambió mi conciencia y la idea y valoración de mí misma: como persona y como mujer.

Por tanto, me siento mucho mejor que hace un año aunque siga tan desorientada en mi vida afectiva y mi propio entorno familiar.

Como siempre, la llegada de San Valentín tan cargado de promesas, regalos e ilusiones de amor, a mí me sumerge en una melancólica apatía que no logro sacar del cuerpo hasta, por lo menos, la mitad del verano.

Esa preparación y ajetreo buscando el regalo adecuado, la ropa íntima, el perfume que sorprenda y, especialmente, el decorado y lugar más apropiado para entregarse y recibir todo el amor que esperas de tu pareja, tan importante para la mayoría de las mujeres, sin darme cuenta me empuja como a una colegiala y cuando reparo en lo inútil de mi esfuerzo, ya tengo escogidos y catalogados los regalos que me harían feliz, tan sólo por el hecho de compartirlos y desenvolverlos, sin importar para nada, incluso, su valor o su contenido.

Claro está, actúo con mi recuerdo aún joven de cuando me enamoré de ti y compartíamos además de la vida, gustos, proyectos e ilusiones y disfrutábamos el uno del otro con toda la intensidad, absorbiendo apasionadamente todo el “maná de placer” que destilaban nuestros encendidos cuerpos, a lo que contribuía con generosidad nuestro poco sentido y que, ahora, es el eslogan de los mensajes publicitarios para esta Fiesta.

Al recapacitar y situarme en la posición real que tengo, me doy cuenta de que la vida ya me ha privado de lo más interesante, aunque la presión de los comercios y la televisión me empuja, como a todas, a comprar inconscientemente cualquier detalle para quedar bien y cumplir con la tradición y, de paso, hacer lo que los demás (todos, desde los hijos al marido) esperan de mí, aunque a cambio solo reciba y comparta la mueca de satisfacción que me regalan al desenvolver el regalo, como quién recibe el tributo de un subordinado, al que se está obligada por Ley.

Desde hace algunos años y después del sofocón de visitar tiendas y “soñar por unas horas”, renuevo esas prendas que nunca sobran, como calzoncillos, calcetines o pijamas y por lo que observo en los comercios, hay legiones de mujeres que hacen lo mismo. Y me digo que estarán tan solas y desorientadas como yo, porque si no, saldrían de cena con cama de hotel reservada, se vestirían para la ocasión y no cotillearían con las demás los pormenores de lo que presumen haber dado y recibido y que casi siempre, como en mi caso, es mentira y pura fantasía.

No quiero empezar por lamentarme de mi situación que, parece ser, no es de las malas. Tampoco estoy muy segura de lo que quiero. Sí sé lo que necesito, pero es difícil de encontrar con mi posición de “esposa y madre sin problemas”.

También sé, aunque algunas de mis amigas al decirlo parecen insinuar justamente lo contrario, que físicamente estoy de buen ver y que mi carácter resulta interesante, lo que intuyo por las miradas, cumplidos y sonrisas con que, muchos, me obsequian; tanto los de mi edad, como más jóvenes e incluso algunos de esos “Casanovas carrozas” que no han perdido el instinto de ojeadores y cazadores de trofeos.

También, noto la forma en que algunas amigas y conocidas, si me ven desde lejos y no tropezamos con la mirada, al apartar sus ojos de mí, quizá en un acto inconsciente, parece que atrapen la imagen que acaban de contemplar para envolviéndola entre el párpado superior y las pestañas, lentamente, con cierto desdén y alguna dosis de desprecio, depositarla en el suelo, como quien se desprende de un objeto peligroso que puede causar problemas y al que, por temor, no se desea tener cerca.

Ese acto de casi cerrar el ojo en una caída lenta de párpado y pestaña, por la dificultad de cargar por unos instantes con una imagen, mi imagen, hace que me sienta, en cierto sentido, admirada y envidiada; también acosada y como si me dejaran medio desnuda al invadir mi intimidad, provocando una respuesta de autodefensa, donde necesitaría fortaleza y aplomo, pero sólo encuentro un falso orgullo en un intento de hacerme la interesante.

Ese intento de tratar de situarme por encima, creo que sólo me sirve para crear un nido de sentimientos adversos, al tiempo de lucir símbolos tan femeninos como la vanidad, la competencia frente a otras mujeres, ciertas envidias, etc.; carencias y defectos que a estas alturas resulta hasta ridículo.

En este año pasaron cosas y quizá la necesidad de volver a coger el lápiz para escribir, se deba a que aquella primera reflexión reflejada en un papel, además de tiernos recuerdos, también me permitió realizar algunos planes y modificar ocupaciones rutinarias que, en cierto modo, dieron sentido a muchas cosas de mi aburrida vida.

Creo que no hubo nada que pudiera enturbiar más la convivencia familiar y, sin embargo, sí conseguí más libertad en horarios e incluso en ocupaciones, por el simple hecho de asistir a unos cursillos que imparte nuestro Ayuntamiento.

Estaba recelosa al principio, pero me animaron algunas conocidas y la experiencia es muy positiva, sobre todo porque representa una comunicación directa y de igual a igual entre un grupo de mujeres que tenemos parecidos problemas. Lo de menos son los cursos; lo importante es el intercambio de opiniones, experiencias y el matar el aburrimiento y la apatía de una vida en solitario –con el perro y la T.V.- como es la mía.

Nuestra formación, principios y entorno social no nos permite salirnos de los cauces de las buenas maneras, con lo que nuestras conversaciones son reservadas, discretas y guardando todo lo que no conviene que se sepa; pero son distendidas, frescas y campechanas, con lo que se ha creado un grupo en el que además de los lazos de amistad que, sinceramente, cada día son más importantes, hay una sintonía proclive a la diversión sana y dicharachera que merece la pena.

Obviamos hablar de intimidades y comparaciones escabrosas y en nuestro círculo no suelen entrar nuestras respectivas parejas, en parte, porque hay varias viudas en el grupo. Siempre son reuniones de compañeros e incluso en los días de celebraciones, con alguna cena que solemos rematar con baile de estos tan de moda en Pubs de Copas y que duran hasta la madrugada.

A veces nos acompaña algún varón/compañero profesor o alumnos, que también los hay en el grupo, pero que estando en minoría se les trata y se comportan como uno más, sin distinción de ningún tipo. Su condición de solitarios y con parecidas inquietudes que nosotras, hace que los jaleemos con bromas y piropos intencionados, que encajan con mucha deportividad a pesar de las veladas insinuaciones feministas con que dispara cada una de nosotras. Ellos utilizan el mismo roll, con lo que no se producen nunca ningún tipo de altercado significativo y sí, entretenidas reuniones.

Esta ocupación proporciona además la satisfacción de descubrir, que una está todavía en condiciones de aprender y asimilar, tantas cosas que tenías olvidadas y para las que ya te considerabas una inútil que ¡Ese!, es el mayor regalo que puedes recibir como adulta; saber y comprobar que tu cabeza, tus manos, tu memoria y tus habilidades te sitúen en un nivel de ¡Capaz!, frente a las nuevas tecnologías como el manejo del ordenador e internet, por poner sólo algo para lo que yo me consideraba incapaz de manejarlo y hoy, ya lo estoy casi cambiando por el “lápiz de escribir”, como estoy haciendo ahora.

En eso, hay que decirlo, las mujeres somos bastante más fuertes que los hombres; la mayoría de los cursos que facilitan las Universidades y los Ayuntamientos para entretenimiento y aprendizaje de artes y habilidades para personas ya superada la edad de estudiantes, están ocupados casi exclusivamente por mujeres y esto, a pesar de que el porcentaje de jubilados o prejubilados varones es justo la proporción contraria. Somos más disciplinadas, más constantes, con más amor propio y también con más responsabilidad; a pesar de eso, somos las que llevamos los palos, nos ocupamos de los hijos y soportamos el peso de la casa.

Esta nueva faceta y al disfrutar de mayor comunicación con otras mujeres, en parecida situación a la mía, me ha permitido también asentar las ideas y olvidarme de ciertos acaloramientos que, en más de una ocasión, me llevaron casi a romper con todo y medio a solicitar la separación matrimonial.

La vida es parecida para casi todos y cada etapa tiene sus goces y servidumbres. Hay que actuar cuando hay problemas, pero también es necesario meditar las cosas y no precipitarse, sobre todo, si no se corre peligro de malos tratos y el problema de convivencia radica, como creo que es mi caso, en el cansancio, la apatía, el aburrimiento y la falta de estímulos. El problema es, debe ser, de la época que vivimos porque me parece que es común a la mayoría de las parejas en circunstancias sociales parecidas. Creo que somos todos los culpables, yo también, aunque esto no disculpe la actuación egoísta e interesada de mi marido.

Nos mata la rutina, el aburrimiento y, quizá, el exceso de casi todo. El pasado San Valentín, mi primera carta, me tuvo prendada de ti durante más de dos semanas. Mentalmente repasé y casi viví todos los momentos buenos que habíamos disfrutado en nuestra juventud, pero casi al final de aquella borrachera erótica, delicada y pasional, conseguí darme cuenta de que me estaba haciendo un daño terrible al tratar de disfrazar la realidad, con un sueño imposible de cumplir.

Traté de imaginarte tal como serías con tu edad actual. Al principio, en mi sueño, seguías siendo ese personaje cinematográfico que a mi tanto me gustaba pero, poco a poco, se fue desvaneciendo aquella imagen y para poder establecer una comparación posible, se me ocurrió colocar tu imagen junta a la de mi marido; a ti, te veía joven, fuerte y con todo el pelo cubriendo aquella efigie griega de hombre poderoso, el hombre de mis primeros juegos y con el que conocí el amor; él, mi marido, medio encogido y con apenas dos matorrales de escasa consistencia encima de cada oreja; tú, atlético, elegante, duro y delicado; él, pobrecito, con ciática, cascarrabias, poca cosa y con barriga cervecera.

Pero ahí me di cuenta de que tú no podías tener un cuerpo así, salvo que te hubieran embalsamado y que de estar vivo, serías o tendrías una imagen parecida a la de mi marido. Aquello sirvió para que volviera a contemplarlo como compañero, amigo, colega: mi esposo y hasta tuve la idea de que serviría como amante.

Empecé intentando resultar más atractiva, con lo que prácticamente renové todo el vestuario, especialmente el utilizado en nuestra alcoba. También cambié algunos hábitos a la hora de acostarnos, como algún cambio en la iluminación para poder leer a gusto y prolongar el mayor tiempo posible, sin apagar la luz, antes de dormirnos.

Los desayunos y resto de comidas traté de combinarlas donde la parte más sobresaliente coincidiera con ingredientes que a él, le resultaran muy satisfactorios y adornando también con algún ingrediente más light que utilizo en mis dietas, para que no se notase que formaba parte de una estrategia dirigida únicamente a él. Le invité a participar de mis actividades académico-culturales y establecí que cada semana iríamos, los dos solos, una tarde al cine o a cenar fuera.

Al principio, no más de 4 semanas, casi llegue a creer que quedaban posibilidades de una convivencia que merecía la pena. Aceptaba de muy buen grado todas mis sugerencias, era atento y considerado y nuestra relación personal iniciaba caminos desconocidos por ambos hasta entonces: el respeto y la consideración hacia los gustos y actividades del otro, como un aire cálido y confortable de otoño, invadió nuestra cama, llenó de sonrisas nuestro hogar y empezamos a compartir nuestros pensamientos hasta el punto de que formalizó la matrícula para asistir conmigo a clases de informática.

A la segunda o tercera clase y quizá por haber empezado con retraso sobre el resto, que ya habíamos superado las primeras lecciones, “básicamente de perderle el miedo al equipo” empezó a buscarse (yo creo que inventadas) recados y obligaciones coincidentes con las horas de clase, abandonando finalmente el cursillo.

Hubo preguntas por mi parte, pero no llegó a decirme las causas de su abandono, aunque por su actitud y sus miradas hay como un fondo de ¿celos, desaprobación, competencia? ¡No sé! pero hay algo..., que no fui capaz de descubrir y que dejo ..., como dejé y dejaré otras veces.

A veces, creo que el verme tan integrada, tan desenvuelta y tan a gusto en aquella clase, no le debió de hacer absolutamente ninguna gracia y, eso, puede ser una de las causas; también mi nueva forma de vestir y las salidas con los compañeros, aunque sobre esto, supongo, que no se atreve a decir nada, porque sabe que lo seguiría haciendo igual. Si conseguí, que engordara 3’5 kilos en tres meses y también ir dos o tres veces al cine; la última enfadados porque con el exceso de peso no sólo se duerme, sino que además ronca; incluso en el cine.

Su vida, son los paseos con amigos de su misma edad y profesión, compañeros ya de cuando trabajaban juntos y prejubilados, como él. También el fútbol y una partida de cartas por las tardes, en el Bar más cutre del barrio y donde casi nunca ves a una mujer. Si por casualidad o por acompañarle entras en ese Bar, nunca te ponen ni una aceituna de aperitivo y huele a tabaco que apesta y a una mezcla de orín de caballo y granja de aldea, que marea a cualquier persona decente y civilizada.

Total, que todos mis esfuerzos sólo sirvieron para crear desconfianza, distanciar aún más nuestras conversaciones hasta el punto de que, nos entendemos más por gestos y monosílabos que por palabras y sólo compartimos la casa y los dineros de la jubilación, entre silencios, necesidades básicas y caprichos de los hijos.

Una vida afectiva vacía, incluidos encuentros amorosos, que quizá, es mejor ni recordarlos, por lo escasos, relativos y por cómo se suelen producir: ¡Cuan-do No Los Es-per-as! (a menudo, por la espalda y a destiempo). En esos casos, es más un atraco que un uso indebido o molesto, más que nada por la falta de preparación, nula atención y escasos cuidados en un acto en el que, aunque con quién lo haces no se tengan demasiados deseos de complacencia, como poco, debiera resultar placentero.

Cuando me pasa esto, dejo hacer no sin sentir rabia, desilusión e impotencia.

Al no existir el calor de la comunicación, la necesidad de complacer al otro, el deseo de disfrutar compartiendo y amando, yo al menos, malditas las ganas que tengo de que me soben; sin embargo, prefiero que se desahogue antes que pensar que pueda utilizar los servicios de mujeres de la vida, prostitutas o como las llamen.

Algunas veces y después de “ser atracada” también me siento sucia y utilizada, como una papelera donde se depositan hasta los excrementos de los perros. No es porque me lo haga utilizando un preservativo, donde deposite su porquería, que ya no son necesarios y no los utiliza, es porque realizado el sexo, como él lo hace a veces conmigo, sin esperarlo, de cualquier manera y utilizando atajos cuando estás medio dormida, me parece casi peor que una violación.

Algún tiempo hasta lo consideré una postura y actitud disculpable, porque estaban los niños cerca y tratábamos de disimular no haciendo ruidos, ni posturas que los pudiera despertar o alarmar, pero a estas alturas con toda la casa para los dos solos, en un espacio y entorno adecuados para una prolongada preparación en juegos y preliminares, que te pueden despertar las fibras y sentimientos más íntimos, por profundos que se encuentren y que así, de repente, te atropellen y antes de que tus antenas te alerten de la fiesta que se avecina, ya experimentas con los desperdicios de la retirada. Como para aplaudir..., ¡pero a tortazos!

Todo esto me pasa desde que siento que soy yo, una mujer sin complejos y con todo el caudal de ternura, conocimientos y experiencias que deberían proporcionar una existencia feliz a mí y a todos los que conmigo, comparten mi vida. Y ha venido a coincidir exactamente con el inicio de mi decadencia; decadencia física sin lugar a duda, si comparamos con nuestros tiempos jóvenes, pero ahí, hoy yo tengo ya a mis hijos y esa etapa no la quiero volver a repetir, que ya la he vivido.

La decadencia que yo tengo y que creo la sufren muchas personas de mi edad, no es física porque nuestros cuerpos no tengan la elasticidad y el vigor de la juventud, que eso pasó y en aquella época teníamos otras carencias mucho más importantes. La carencia que tengo ahora y que es la única causa de mi decadencia es la falta de amor. No DE AFECTO, que eso me sobra, porque me lo brindan muy gustosamente mis amigas, mis hijos, los empleados de las tiendas, los camareros y casi todo el mundo.

Por eso recurro a ti el Día de San Valentín. YO, NECESITO AMOR, necesito desesperadamente que me quieran, que me busquen, que me necesiten para poder dar todo lo que llevo dentro y que se marchita y se desvanece, produciéndome una angustia que, a veces, casi no puedo soportar. Cada vez estoy más segura de ser un ser necesitado y preparado para el amor.

A pesar de mi aspecto (al menos lo intento) de una mujer fuerte y segura que sabe lo que quiere, estoy aturdida y me siento débil ¡Muy débil! Esa es el gran drama que envuelve mi existencia. Sé lo que tengo, sé lo que soy y no encuentro lo que necesito. Quizá te necesito a ti y por eso te estoy escribiendo de nuevo... Si supieras cuanto me gustaría encontrarte....

Te quiero de todas las maneras

Con fecha 23/06/04, el Jurado del II Concurso de Cuentos Pumuo 2004 y en el Paraninfo Central de la Universidad de Oviedo, concedió el 1º Premio del concurso de cuentos a este relato, titulado San Valentín II, con entrega de la placa acreditativa.

El autor real, es el alumno César Alvarez, matriculado y cursando el 2º Curso del Pumuo, perteneciente a la 2ª Promoción 2.002/2004.

Texto agregado el 29-10-2021, y leído por 64 visitantes. (0 votos)


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