-Padrecito Remigio, hoy no vine a confesarme.
-Entonces a qué viniste, hijo mío.
-Padre, en primer lugar no soy hijo suyo y en segundo lugar vine a confesarlo.
-Pero te haz vuelto loco.
-No padre, empice de una vez o lo mato.
El padre Remigio quedó frío, ante esa advertencia empezó a contarle toda su historia, en la que hablaba sólo bellezas.
Adolfo, un tanto disgustado le dijo:
-Seguro que no me estás ocultando nada más.
-Seguro hijo mío.
-Ya te dije que no soy tu hijo, te doy la última oportunidad para que confieses tus pecados, te escucho, se me está acabando la paciencia.
-Pero qué voy a confesar, soy una alma de Dios.
Antes que el padre siguiera hablando, Adolfo lo interrumpió y le preguntó lo siguiente:
-A quién quiere más a los niños o a los ancianos.
El padre contestó sin vacilaciones:
-Los quiero a los dos.
Ante ésa respuesta, Adolfo sacó la pistola y lo mató de tres balazos. El padre era una alma de Satanás, había violado a una niña y a su abuela.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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