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Pablo, que oficia de jefe en mi sección, contrató a una nueva asistente de atención a clientes. Cómo es su estilo, contrató la mejor. Jazmín, treinta y cinco años, separada, jovial la cual se integró muy rápido a nuestras rutinas de trabajo. Entre ambos rondó por mucho tiempo el coqueteo pero el tiempo se encargó de construir una amistad.

Jazmín nos confidenció que en sus planes estaba adquirir una vivienda. Para ello necesitaba acreditar una mejor renta al banco. Se estila, aunque es irregular, emitir boletas de honorarios. Cómo yo tenía una empresa de consultoría me propuso por cinco meses darme sus boletas transfiriéndome el dinero para yo pagar el diez por cientos de la retención. En abril próximo, impuestos internos se la devolvería. Negociación perfecta, ambos ganábamos.

Pero la sorpresa vendría después. En privado me confesó que no tenía para pagarme el diez por ciento. Me pidió que yo lo pagara y en la devolución en Abril me la traspasaba, quedando al día.

Fingí que se me haría difícil pagar mensualmente esa suma, pero igual acepté a regañadientes.

Cumplidos los cinco meses le otorgaron el crédito y para navidad ya tenía su casa nueva.

En esos meses, en un marco de bromas, yo no perdí la oportunidad de ofrecerle otras alternativas para que no me devuelva la retención.

En marzo, me confesó que se le vinieron otros gastos y ocuparía el dinero de su devolución de impuestos. Me ofreció pagármela quizás en tres meses, ojalá fuera en cuatro.

Le recordé que le ofrecí otras alternativas y por primera vez ya no respondió bromeando sino que fue escueta

- A ver, ¿Y cuáles serían?

Era obvia la propuesta, pero quise disimular con alternativas poco ortodoxas. Una era salir un par de veces a comer y luego a bailar. Otra era ir un fin de semana largo a la playa.

- No. Porque esas salidas culminan en sexo. No, descartado.

Cierto. Pude haber insistido pero primó nuestra amistad y la devolución en cuotas era lo correcto. Pero ella estaba desatada y me desafió.

- ¿Y, no se te ocurren otras alternativas?
- Si - dije, por cumplir, - puede ser verte desnuda, o darnos besos, o …
- Eso - interrumpió - Darnos besos, suena interesante.

Reí. Pero ella hablaba en serio.

Los días siguientes parecíamos dos adolescentes negociando. Le enviaba una lista. ¿Cuántos besos? ¿Quién los da? ¿Dónde? Estábamos bromeando, pero estábamos hablando muy en serio. Propuse besarnos durante una hora en un lugar imparcial, por ejemplo en la oficina después de la hora. “Descartado, caeremos en sexo. Soy muy débil” insistió. “Entonces a medio día”. Reímos. “Cuando salgan a colación”.

- Tonto, pero no una hora ¿estás loco?
- Ya - dije - tres días distintos nos besamos durante quince minutos en horario de colación.
- pero me vas a prometer que no me vas a tocar. Solo abrazos.

Lo increíble fue que aceptó.

- ¿No pensarás que estamos hablando en serio? – Repitió.

Era en serio. Definimos que viernes comenzamos y decidimos no hablar más del tema.

Al primer viernes esperamos que desaparecieran todos de nuestra sección a colación. Ella miraba su computador y sin perder tiempo me dirigí a su escritorio y tomé su mano invitándola a que me siguiera, mientras ella hacía ademán de no querer levantase. Accedió, y sin dejar de mirarme y fingiendo que la arrastraba la lleve hacia la oficinita del fondo, que hacía las veces de bodega. Ahí escondidos teníamos espacio y tiempo para reaccionar si alguien entraba a la sala.

- ¿Oye, esto es en serio? - Volvió a preguntar.

La guíe hacia una mesa donde se apoyó levemente. Ya plantado frente a ella me abrazó del cuello.

- tienes quince minutos.

Se cumplía mi sueño. No me equivoqué en adivinar el sabor de sus besos, la suavidad de sus labios, el calor de su aliento. Me acomodaba con mi cuerpo en sus espacios y la apretaba. Ella respondía con más besos. Me alejé un poco de ella sin soltarla para contemplarla. Sus mejillas coloradas, sus ojos entreabiertos, sus labios húmedos y levemente hinchados.

- ¿Qué haces?, son quince minutos, aprovéchalos - Volvimos a la carga.

- Ya. Tiempo. – Dijo.

Sus dos manos ya estaban en mi pecho empujando levemente. Pensé que era broma. Quince minutos en estas circunstancias era la nada misma.

- Sal tú primero mientras yo me repongo.

En la semana siguiente ella me enviaba mensajes “Oye, no me había percatado, estás bien guapo” Terminó la frase con “El viernes tendrás una sorpresa”.

Para el segundo viernes no hubo ceremonia. Apenas el resto se retiraron a colación ella se levantó de su escritorio y avanzó hacia la bodeguita. Yo detrás. Apenas crucé la puerta ella me empujó hasta quedar yo medio sentado en la mesa. Comenzó a desabrochar mi camisa botón por botón hasta abrirla por completo mientras musitaba

- que semana más larga

Comenzó a besarme fogosamente mientras acariciaba y jugaba con los pelos de mi pecho, frotaba fuertemente las palmas de ambas manos sobre mis costillas y piñizcaba todo. Al succionar mi lengua sentía los nervios conectados, se recogían por el cuello, terminando en el estómago. Luego bajó besando por el cuello, llegando al pecho. Besó y succionó mi lado izquierdo, luego el lado derecho y en eso estaba

- Tiempo. ¿Cómo estuvo la sorpresa?

- ¿Oye? ¿Seguro que fueron quince minutos? - Mientras me abrochaba.

Me mostró la hora desde su celular y se retiró a su escritorio.

Comenzó la semana y me envió un mensaje, “¿Te gustó la sorpresa?” Yo le reclamé que fue muy corta la sesión. “Tú dijiste quince minutos” Tiene razón. Ya tipo jueves me envió otro mensaje “Estás más guapo que nunca” “Viene otra sorpresa”

Viernes. El resto se retiró a colación. Ella se levantó y me dijo, espera aquí, yo te aviso cuando entres.
Al ratito.

- Ya puedes entrar

Entré a la bodeguita despacito, mirando para todos lados, buscando guillotina, látigos, consolador (glup), pensé lo peor.

Me empujó de nuevo a la mesa. Esta vez no fue a la camisa. Sino que comenzó a desabrochar el cinturón. Bajó el pantalón e interior a los tobillos. Me contempló. Se acercó a mí. Su manos se fueron directo a mi trasero. Apretó ambos cachetes.

- Ni te imaginas lo que deseaba tocar tu trasero – Musitó en mi oído

Luego acarició los muslos, subió a la entrepiernas y acarició

- Tiempo. Esto se acabó. - Retirándose a su escritorio.

A la semana siguiente le envié un mensaje reclamando que “fueron menos de quince minutos”, me contestó “Aquello no estaba en el plan. Daté por pagado”.
Pasaron las semanas y volvimos a lo cotidiano como si nada hubiese pasado. Supuse que llegó su devolución y en fin, no quedó nada pendiente.

En septiembre me comentó su intención de comprar un auto. Para obtener un buen crédito necesitaba de las boletas. De mi apoyo. Muy segura que yo aceptaría me comunicó que la figura sería la misma que la vez pasada.
Me ilusioné. Pero reclamé que todo fue muy rápido. Así que le dije que esta vez serían otras las condiciones.

- ¿Cuáles?
- Acuérdate que yo no te toqué. Me quedé como se dice con las ganas.
- Bien. Olvídalo. Ya veré como lo hago.

Pasó una semana y ella no tocó el tema. Estaba hablando en serio.

Ya. Me ganó. El recuerdo de la fantasía de lo sucedido pudo más.

- Ya de acuerdo, jazmín. Tú ganas. Lo haremos como tú quieras.

- Tarde. Ya negocié el asunto de las boletas con Pablo. Nuestro jefe.

Texto agregado el 26-11-2021, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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