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Parecía un ACV. Todo indicaba que se trataba de eso. No entendía por qué la necesidad de una autopsia.

Sus colegas dudaban. La tomografía que le habían hecho mostraban algo inusual y los médicos querían ver qué tenía realmente. Él simplemente debía sacar el cerebro del cadáver y realizar el diagnóstico forense.

Tomó la sierra adecuada y se dispuso a realizar la tarea.
Recordó la charla con el médico que lo atendió.

Le explicó que en los días previos el paciente había sentido una punción en el oído y a partir de ahí había comenzado a experimentar síntomas extraños, entre ellos… pero vamos por partes.

Para el paciente hubiera sido una noche como cualquier otra si no fuera porque estrenaba almohada. Una de esas promociones de la web que le prometía mejor postura lumbar y por ende un descanso más profundo.

Esa tarde colocaron con su pareja la almohada que se demoró porque provenía de vaya uno a saber qué país lejano, y fueron a cenar y celebrar la nueva adquisición.

Cuando llegó la hora de dormir el gato se había adueñado del nuevo espacio en la cama, y lo echó no sin cierto enfado por haberle birlado el placer de ser el primero en recostarse sobre su inversión.

El gato maulló quejoso mostrando su enojo, pero se instaló en otro lugar de la cama.

Dio vuelta la almohada y sintió su frescura, el olor a nuevo y notó inmediatamente la comodidad y el sueño llegó veloz, efectivo y profundo.

Se despertó de madrugada con una extraña picazón en el interior del oído derecho, el que tenía apoyado en la almohada. Movió fuertemente su oreja con intenciones de rascarse mucho más adentro de lo que podría llegar con su meñique, y la picazón cesó dos segundos, para ser reemplazada por ardor punzante en el oído interno.

- ¿Estás bien? -preguntó su pareja.

- Sí, sí -respondió, más por evitar preocupaciones que por sentirse bien.

Se levantó, fue al baño a buscar infructuosamente algo con qué calmarse, se lavó la cara y sintió cómo una gota tibia corría por su oído. Se tocó la oreja y comprobó que era sangre.

Buscó un algodón para taparse el oído y esperó que no fuera nada, si no iría al médico.

Cuando regresó a la habitación notó que tenía dormidos los dedos del pie izquierdo. Le llamó la atención que fuera en la pierna que, al dormir, tenía arriba.

Se sentó en la cama e intentó masajearse para recuperar sensibilidad. No tuvo efecto.

Fastidiado, cansado y molesto… intentó reconciliar el sueño con algún éxito.

Despertó horas más tarde y cuando quiso sentare en la cama observó que tenía el pie izquierdo adormecido hasta el tobillo. No sentía una comezón, simplemente no sentía el pie. Intentó pararse y por poco no se cayó.

Masajeó y masajeó, y no había respuesta. Lo comentó con su pareja, que también masajeó sin respuesta de la pierna, y el adormecimiento se extendía casi hasta la rodilla.

Decidieron ir al hospital.

Cuando llegaron también tenía adormecida la mano izquierda.

El médico se concentró en eso, casi tan consternado como el paciente.

Ya no sentía el brazo y la pierna.

El médico decidió la internación y cuando lo llevaron a la sala tenía la mitad del cuerpo adormecida y quiso pedir un vaso de agua pero sus palabras salieron confusas y se dio cuenta que había perdido parte del control de su lengua y sentía la boca como anestesiada.

Había dejado de sentir preocupación, de sentir miedo, y ya estaba dominado por el pánico.

Su pareja, que había seguido toda la consulta, no podía ocultar el miedo en la mirada.

Le indicaron varios análisis, le extrajeron sangre, y lo prepararon para la tomografía craneal.

En el aparato a no sólo había perdido la sensibilidad en las dos piernas y todo el lado izquierdo, sino que además respiraba con dificultad, una sensación que se agudizó al ingresar al aparato pero que no se disipó después.

Prácticamente no sentía su cuerpo y la dificultad en el habla se había hecho total, incluso sintió que no pensaba con claridad y lo atribuyó al miedo espantoso que estaba sintiendo.

No duro mucho más. Pasaron pocos minutos hasta que dejó de tener la voluntad necesaria para seguir respirando de manera forzada y antes que lo conectaran al respirador su corazón dejó de latir.

Intentaron reanimarlo con el desfibrilador y después del primer shock una enfermera notó que del oído derecho manaba un hilo de sangre.

Hablaron con su pareja y el llanto la sala de espera.
Cubrieron el cuerpo y al cabo de unos minutos lo llevaron a la morgue con el diagnóstico.

Ahí, el médico forense realizó con precisión el corte de sierra para literalmente destaparle el cráneo, y entonces lo vio… y un frío espanto se apoderó del espíritu del médico.

De la cabeza del muerto cayó una enorme garrapata del tamaño de un cerebro.

El espanto le impidió ver que tras la caída se liberaron miles de crías que rápidamente comenzaron a subir por su pie…

Texto agregado el 20-12-2021, y leído por 158 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
14-10-2023 !Hijueputa, usted ya se va a suicidar! Scire
20-12-2021 Me gustó todo el cuento pero el final está demasiado forzado y sale como por cansancio y ganas de terminar el relato como sea. Creo que si se elimina el último párrafo quedaría un cuento de suspenso bastante meritorio. Saludos. ValentinoHND
 
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