¡Ah! como reposa el alma
sobre la base de la colina
tantas veces escalada.
Duerme una dulce siesta
en su falda protegida.
Dichosa de no sentir
el vértigo que la empuja
a subir cada día.
Subir para verlo todo.
Subir para querer
dominarlo todo.


Que de tanto pensar
se seca el corazón,
y el latido se vuelve
imperceptible.
Se ahoga
en la dialéctica
que desborda
de insensible lógica.


Se derriten los sueños
asfixiados por el calor
de la razón.
Exudan y exhiben
temblorosos la falta
de liviandad.
Como adicto privado
de la droga
de su adicción.
Adolecen de falta
de sorpresa,
de la promesa de magia
que no se ha de cumplir.
El sueño que en sueños
vive y te hace vivir.


Que de tanto pensar
la injusticia se sienta
sobre el trono del ser.
Entre las orejas.
Y las intenciones
desfilan animadas
por el odio.
Marchando al paso
de la respiración
joven y la acción
de cambio violento.


El árbol crece
buscando la luz
pero en la sombra
de su ignorancia
acoge la vida.
La retiene
sobre su última hoja
como gracia redentora.


Se olvida en sus días
de juventud, de la roja
suavidad que orquesta
en bombeo interminable
las placenteras emociones.
El aire de cada momento.
El amor que se duerme
aliviado en los brazos
de una madre.
El amor que se duerme
abrigado y satisfecho
sobre un cuerpo desnudo.
El amor sin fronteras.
El amor más allá de tu piel.
El amor que nutre la vida
y llora desconsolado
cada perdida irrecuperable.


Chasquido que roba
la hipnótica distracción,
y libera como esperanza,
desde el centro de la belleza,
una delicada flor.
Una flor que por falta
de agua recoge sus pétalos.
Una flor que se hace semilla.
Una flor sepultada,
que acuna la vida que brota
en sonrisas renovadas.