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Hoy ya nadie fuma. O bien, los que gustan de sostener entre sus labios esos delgados cilindros, hoy se ocultan en médanos situados fuera de cualquier punto cardinal. Quizás aspiren dentro de la ambigüedad de los teletrabajos, camuflados bajo las mascarillas o se reúnan en desérticos bares para dibujar volutas con la nostalgia exhalando suspiros. Sea como sea, hace mucho, enfrentaba indolente esa nube que agrisaba los espacios y yo sin saberlo, penetraba en mis pulmones para dejar su huella tóxica. Recuerdo, mucho más lejano en el tiempo, que en un intercambio de regalos del amigo secreto, una estimada compañera me obsequió un hermoso cenicero. Jamás fumé y eso me hacía distinguible entre los prosélitos de la nicotina. Sin embargo, estimado y ajeno al vicio del pucho, ella me engalanó con ese vítreo regalo, el cual recibí y fue luego colocado sobre una mesita de la casa de mis padres. Nadie allí fumaba, ni mis padres ni mis hermanos, sin embargo, el hermoso cenicero lucía magistral, limpio e impoluto.
Largo tiempo transcurrió antes que apareciera un muchacho que luego contrajo nupcias con mi hermana menor y que le rindió honores al cenicero. Fumador empedernido hasta el presente, volcó allí sin remilgos las cenizas de sus cigarrillos de marca. Padre y madre lo acompañaron con un objetivo importante: pedir la mano de esta hermana mía. Todos ellos se acomodaron en las inmediaciones del cenicero para encender y apagar sin pausa sus sendos cigarrillos mientras la solemnidad del momento se confundía con la humareda. Al final, la mano fue cedida sin ambages, hubo lágrimas solapadas y yo solté unas palabras a modo de discurso algo disperso por el champagne consumido.
Al final de esta importante ceremonia, los vasos aguardaban vacíos sobre el mantel y el cenicero parecía relucir más de la cuenta con las colillas dispersas en la concavidad de su vientre.
Regresando a la actualidad, de vez en cuando se filtra por la ventana del dormitorio un vaho invisible que pareciera sujetarse a las narices. Algún vecino, cierta chica o algún muchacho, extraen a pausas el néctar oscuro camuflado por el albo y esparragado cigarrillo.
No sé si hoy importan las cifras de los que consumen este producto. Acaso, los censistas también derivan por esos senderos inciertos donde los cultores fuman a placer, consienten con ellos y el resultado es misterioso y elaborado con la turbiedad dulce que se les sume gustosa para luego ser expedido en vaporadas triunfales. Visto esto, desconfío de esas encuestas, aunque me importan un bledo, porque jamás he fumado y si bien envidio la impostura, los gestos, ese achinado de los ojos que pregonan palabras hiladas por el motor del sentimiento, sólo eso rescato de esos valerosos que ofrendan sus pulmones al destino.














Texto agregado el 29-01-2022, y leído por 128 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
23-02-2022 Alrededor de cualquier objeto se tejen historias que podrían pasar desapercibidas. No para vos y tu excelente pluma, amigo. Felicitaciones! vaya_vaya_las_palabras
31-01-2022 Siempre me acompaña un cenicero, no me gusta tirar las colillas en la calle. No sé si algún día deje de fumar o algún día deje de cargar mi cenicero. Excelente texto. Saludos. JerryMendez
30-01-2022 —Buen tema para conversarlo al calor de una botella de vino tinto, pero sin fumar. —Al contrario de Jaeltete a mi no me costo nada dejarlo, de un día para otro lo dejé, fue al día siguiente de un infarto al miocardio. —Saludos. vicenterreramarquez
30-01-2022 Yo dejé de fumar y te aseguro que nos fácil, comense muy chica, y no podía estar sin el pucho. Me convertí en adicta y supe lo que es eso. Imagino lo que deben sufrir los que consumen otras cosas Jaeltete
30-01-2022 2. La libertad es individual, el fumador, o el bebedor, quien se droga, come de manera no saludable, no hace ejercicio, entre otros, ha de poner en una balanza el placer que le causa tan o cual cosa versus lo nocivo/perjudicial que puede ser para su salud. A ratos somos muy ambivalentes en nuestros juicios de valor. Gracias. gsap
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