Pisar tu mundo
con las plantas sangrantes
y llorosas de mis pies
sería como vengarme
de mi semblanza errada,
de mi historia vacía,
de mi tiempo inconcluso,
de mi jurisdicción prestada.

Sería como castigar
sin elegir
actos del pasado,
del presente,
y, ¿por qué no?,
del futuro anónimo que desconozco
porque no ha llegado su momento.

Serían llagas de mis plantas,
fugándose como hemorragia
tendenciosa hacia la muerte,
o bien, como acto impreciso
de su menstruación odiada.

Mirar que fui grosero
por usar la entelequia como broquel
para defender la fuga
grotesca y maquillada
de mentiras y verdades.

Aquí, sentado junto a huesos
y cenizas impersonales,
aspiro hasta el fondo de mi entidad
el aroma del ambiente insustancial,
y... a veces reconozco que es mío,
y otras que es tuyo.

Pero que cosa curiosa
lo del aroma trascendente e insustancial:
lo puedes asumir como tu parto
o lo puedes aceptar como tu muerte.