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La casa de mis abuelos.

El día que volví, luego de años de ausencia a la casa de mis abuelos, algo muy extraño inundó todo mi ser, increíblemente volví a tener ocho años, igual que el día que entré en ella. De esto hace ya muchos años, mis padres no me querían, eso lo comprendí tiempo después, eran jóvenes y un hijo de ocho años entorpecía sus planes de vivir sin ataduras viajando y cumpliendo sus deseos que por supuesto no eran lidiar conmigo.
Fue entonces que decidieron hacer un viaje muy largo que duraría alrededor de un año en un crucero que los llevaría a conocer el mundo, podían hacerlo, eran ricos, los negocios de mis padres no necesitaban de la presencia de ellos, bastaba que los llamaran y todo estaba solucionado.
Mi padre habló con mis abuelos, sus padres, decidiendo que viviría con ellos.
Debo decir que no me importó mucho este cambio en mi vida, mis abuelos me querían y yo a ellos y ahora que lo pienso, nunca quise a mis padres, sólo estaba acostumbrado, pero no había amor entre nosotros, me daban todo menos el amor que ahora sé que necesitaba. Sé que cuando se casaron al año nací yo y sé también que fue algo inesperado, un accidente del destino que no tuvieron tiempo de solucionar.
Cuando llegué, me esperaban mis abuelos, mi padre sacó mis cosas del auto y me dejó con ellos sin siquiera una recomendación y me dejó dándome simplemente la mano mientras que mi madre me besó la frente y subió al auto. Los vi alejarse pensando a pesar de mi corta edad que quizá no volvería a saber de ellos y aunque parezca mentira no me importó. Mis abuelos eran seres extraordinarios, un poco anticuados, pero me expresaban todo su amor simplemente haciéndome sentir como lo que era, un niño. Me escuchaban y me hablaban y sentía que estaba seguro junto a ellos. La casa era algo que parecía de otra época, sus cuadros, sus muebles, las cortinas y las alfombras, me habían asustado un poco al pensar qué me pasaría si sin querer rompía algo, pero ellos me dijeron que todo era mío que de ahí en más esa era mi casa, mi nuevo hogar donde debía sentirme cómodo y muy querido. Me llevaron a conocer mi habitación y el asombro se reflejó en mi rostro, no parecía una habitación que perteneciera a la casa, totalmente diferente, tal cual la soñaba.
Moderno cómodo y con todo lo que un niño soñaría, una gran computadora, juegos y pelotas, aquello era magnífico, al recordarlo siento que mis ojos se humedecen.
Pronto comprendí que mi vida anterior de tristeza había terminado para dar comienzo a algo nuevo y maravilloso. El nombre de mi abuela era Matilde y el de mi abuelo Federico, como yo.
Mi vida junto a ellos fue maravillosa, fui sumamente feliz, con mi abuelo aprendí todo lo que sé, el ajedrez era mi juego de mesa favorito y cuando mis amigos que ahora sí tenía, venían a mi casa y salíamos al patio a jugar a la pelota él no nos perdía de vista, decía que a veces hasta los simples juegos son peligrosos.
Mi abuela me enseñó a hacer galletas, deliciosas galletas que jamás pude encontrar otras con el mismo sabor. Muchos años viví con ellos hasta que un día, de sorpresa, mi padre volvió a buscarme para llevarme con ellos. Ese fue uno de los días más triste de mi vida porque, aunque yo no quería irme, aún era menor y mis abuelos me prometieron que vendría a pasar los fines de semana con ellos. Mi madre ni se bajó del auto, parecía una mujer vieja igual que mi padre. La tristeza se notaba en el rostro de mis abuelos y eso me entristecía aún más. Tenía diecisiete años y estaba terminando preparatorio de medicina. Al año siguiente entraría a la facultad lo que más deseaba en este mundo era ser médico como lo había sido mi abuelo.
El mal humor de mi padre se podía notar lo mismo que las ojeras azules de mi madre que a pesar del espeso maquillaje, eran tan visibles que me asustaban.
Dejé la hermosa casa de mis abuelos donde fui tan dichoso para entrar a una casa pequeña, la que teníamos antes se había vendido hacía mucho tiempo, donde todo parecía viejo y casi en ruinas.
Nunca me contaron nada de sus viajes, de sus supuestas aventuras por el mundo y yo tampoco pregunté, quizá debido a esto era que sentía el odio de mis padres, no era curioso como otros muchachos y parecía no sentir nada hacia ellos, aunque tampoco creo que les importara, ahora que lo pienso la indiferencia suele ser algo doloroso.
No quiero recordar esos días, ya pasaron y es lo que importa, gracias a mis abuelos pude ir a la facultad, ellos se ocupaban de mi sustento, me enviaban lo que necesitaba para poder estudiar sin tener que trabajar a la vez que ayudaban a mis padres que para ese entonces habían despilfarrado el dinero y los negocios, mi padre tuvo que hacer algo que jamás le había gustado, trabajar, aunque muchas veces debido a la bebida no le era nada fácil.
Al fin llegó el día que me recibí, los únicos presentes fueron mis abuelos que los vi llorar de alegría y como siempre me dieron los mejores consejos.
Muchas veces volví a la casa de mis abuelos, pero luego de un tiempo de recibido me preguntaron si me iría a Äfrica con un grupo de médicos jóvenes a trabajar y acepté. A mis padres no les agradó la idea, temían que cuando me fuera, mis abuelos no los ayudara más, pero esta vez hice lo correcto y partí con el grupo.
De más está decir que no fue fácil pero sí gratificante, ayudar a seres indefensos es lo que siempre soñé al estudiar medicina. Les escribía mucho a mis abuelos y gracias a la computadora que dejé en la casa cuando me fui, podía verlos y ellos a mí.
Y llegó ahora si, el peor día de mi vida, un accidente automovilístico terminó con la vida de ellos, murieron juntos, como habían vivido todos los años de matrimonio que eran más de cincuenta.
Mi padre no parecía sentir para nada la muerte de sus padres, él era así, un hombre sin sentimientos al que sólo le importaba el testamento pues sabía que ellos tenían aparte de los negocios y las propiedades, mucho dinero en el banco. Luego del entierro de mis abuelos un abogado al cual conocía mucho de cuando vivía con ellos de chico y que seguía siendo el mismo, me llevó a un lugar apartado para tener una charla conmigo.
Me dijo que en una semana leería el testamento y que nos encontraríamos en la vieja casa.
Mi padre no entendía el motivo por el cual el abogado me hablaba a mí y no a él, pero para ese entonces yo ya era un hombre, había dejado de ser un niño que no comprendía nada para transformarme en el sustento de la familia.
Debo decir que hacía mucho tiempo que no iba a casa de mis abuelos, mi trabajo en Nigeria me había tenido apartado de ellos físicamente y cuando volví me mudé a una casa que compré para mí recientemente en otra ciudad de lo cual me arrepiento porque me impidió ir a verlos tan pronto volví.
El abogado se sentó en la silla que era de mi abuelo frente a su antiguo escritorio y nosotros en las sillas estilo Luis XV haciendo juego.
Mientras leía el testamento vi como mi padre enrojecía y hasta llegué a pensar que tendría un ataque al corazón, tanta era la rabia que sentía que al mirarme creía ver destellos o rayos fulminantes dirigidos hacia mi persona ya que pensaba que yo había sugestionado a mis abuelos para que hicieran el testamento a mi favor dejándoles muy poca sosa.
Mi abuelo hubiera querido desheredar a su hijo, pero como esto no era posible le dejó la casa de ellos con la condición de que jamás la vendieran y que a su muerte y la de mi madre pasara a mi poder. Los negocios, debía seguir administrándolos yo y por supuesto de las ganancias parte sería para ellos, aunque no tendrían poder de administrarlos.
Nunca quise que esto sucediera, pero quizá era lo mejor, mi abuelo sabía que su hijo tiraría toda la herencia familiar en poco tiempo y se quedarían en la calle, a la edad de mi padre era difícil sentar cabeza y él lo sabía.
Por supuesto que el abogado hizo cumplir el testamento al pie dela letra y mis padres tuvieron que acatarlo, de esto hace algún tiempo, mi padre falleció y mi madre aún vive en la casa, sola y más triste que nunca y pienso que a pesar de la vida y de cómo eran, ellos sí se querían.
He madurado con los años y no les guardo rencor y a veces pienso que sólo nací en el hogar equivocado, pero que la vida es una sola y que ellos deben haber sufrido más que yo al no lograr sus sueños, creo también que el destino no es más que eso, lo que nos toca vivir.

Omenia 4/4/2022



Texto agregado el 19-04-2022, y leído por 111 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
20-04-2022 Una historia muy bien contada y que conmueve, Ome. La vida es como es, solo hay que vivirla de la mejor manera posible. maparo55
20-04-2022 la imaginación vuela en esta historia de vida que a ratos parece más real que ficticia. Un abrazo, Sheisan
19-04-2022 Muy bien narrada, toda una vida con abuelos presentes. Martilu
19-04-2022 Me encantò tu historia, està magnificamente escrita y bien ambientada. Disfrute de la lectura.Un abrazo! Mayte2
19-04-2022 Seguí la historia con interés. Es curioso cómo el destino a veces traslada la paternidad de un hijo no a los padres, sino a los abuelos, y cómo se revierte el karma Gatocteles
19-04-2022 Toda una historia de vida que un lee con facilidad y deseos. Bella prosa Ome una historia lineal, donde el tiempo transcurre en la vida de un niño que se hace un hombre de bien bajo la tutela de los abuelos. Abrazo y rosas. sendero
19-04-2022 —Hoy con tu pluma y tu inspiración nos relatas una historia de vida excelentemente narrada, la cual nos muestra las situaciones que, desde mi punto de vista, no son producto del destino, sino que son verdaderos retratos de la vida teal con sus claros y oscuros momentos. —Abrazos. vicenterreramarquez
19-04-2022 Que buena historia Ome,es casi increíble pensar que los padres no lo quieren;pero se da como en este caso y muchas veces los abuelos cumplen una labor fundamental en la crianza de sus nietos como en este caso. Me gustó mucho y recordé a mis abuelos y esa casa que está en mi corazón ***** Un besito Victotia 6236013
19-04-2022 Es una coincidencia, que acabo de subir un texto en torno a mis abuelos. Claro, no tiene la fluidez del tuyo y el tema es algo particular de parejas que se quieren. Sin embargo me quito la gorra, frente a esta obra de arte. Te felicito. peco
 
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