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Preguntas, y no sé si tú o el traje que ahora vistes,por qué me vuelvo menos tuyo...

Por complacer, mi Luna, las verdades
de tu cruel juego. Ese en el que dejas de quererme y te vuelves vez tras vez más nadie y nada. En el que retiras tu luz del mundo y me dejas perplejo en una imagen sin colores, allí donde vibraban.

Reacciono no al aire gentilmente moldeado - ¡qué delicia!- que surge musical de entre tus labios sino al calor espiritual de los latidos que animan glándulas y cerebro a dar al viento esa canción tan bella, aun si brota apenas del eco de un deseo aletargado, que me alcanza solamente a duras penas.

Tendrás de mí, diosa y señora, lo que quieras: lo que quieras con tu sangre en movimiento, sea o no lo que diga que quieres tu cerebro -¡Ese burdo y engreído amasijo de contactos que se arroga con disfraz sofisticado la comprensión cuando apenas entiende el habla de las almas tal cual lo hacen vientre, ojo y corazón!

Lo que quieras, que no me fue dado negarte sin el permiso de tu instinto. Sean amores atentos, excusas o motivos (de persistencia o desaliento). Te daré aun, si tú la quieres, mi amarga ausencia y mi negro descontento.

Y, una a una, serán mías todas las vasijas, así haya de romperlas, todas las máscaras a las que prestas tu ánima un rato para torturarme y perderme en el bosque gélido, siguiendo confundido el eco de tu risa en busca de un calor en eterna demora que arrastra mi ilusión de cepo en cepo entre horribles trampas cazadoras.

Y al final serás presa y mía misma tú, divina o no, pues ya te atrapé varias veces con los zarcillos de mi mirada en fondo del cristal de otros ojos que miraban. Y aunque huyas y te escondas, ya se aúllan nuestras almas y tu juego incomprensible no me engaña.

Mía, porque mi pecado, mi hambre y mi osadía exceden largamente cualquier Venus.

Mía, aunque tenga que buscarte en diez mil mundos, diez mil vidas, diez mil rostros, cien mil camas. Todas son, junto a mi cuando transciendo, nada más que nada.

Y al final, esclava, exultante, triunfalmente derrotada, dichosa entre mis brazos y en mis manos, hechas de amor garras, realizada, acaso un instante antes de quebrarte para siempre, tendrás que confesarme, ebria de entrega y de sonrisa, a qué jugabas.

Texto agregado el 05-05-2022, y leído por 145 visitantes. (3 votos)


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