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Cuento

Hace tiempo que no publico un cuento largo. Sé muy bien que estos cuentos son poco atractivos y por ende poco leídos, pero como parte de mi bagaje de vida y letras, también quiero compartirlos. Afortunadamente los relatos largos que aquí he publicado siempre han tenido lectores, lo que con sinceridad agradezco.

Hoy con este cuento quiero saludar a los Juanes, las Juanas y las Juanitas en su día.




Pastel de jurel




24 de junio del año, no importa el año, pero sí era invierno en el hemisferio sur. Era uno de esos fines de semana en que se trata de encoger el calendario para que el fin de mes llegue pronto, por otro lado, hacer lo posible para estirar las “lucas” haciendo rendir las pocas monedas que están quedando en el bolsillo, la billetera o la cuenta donde mensualmente depositan la escuálida pensión a los jubilados.
Pomposamente, en mi caso se llama: Pensión de Vejez Anticipada. O sea, aquella que se logra cuando ya nadie te da trabajo, porque te encuentran muy viejo, pasado de época, porque hay jóvenes más baratos e incluso hasta por feo. Por lo tanto, no queda otra que envejecer en forma anticipada, o sea, robarle años a la jubilación, única forma de poder contar con un pequeño “billete” para sobrevivir pasando el tiempo, aunque sea “a medio morir saltando”.

Justo ese día domingo, seguramente debido a algunas conjunciones astrales, se confabularon varias situaciones, unas buenas y otras no tan buenas.
Estas son las buenas: Primera: el día, a pesar de ser invierno, estaba precioso, incluso el sol me pidió que abriera cortinas. Segunda: me levanté de muy buen ánimo, hasta un par de días antes había soportado por casi dos semanas una fuerte gripe, que me tuvo a mal traer. Tercera: la noche anterior me había llamado Juanita, mi “polola,” anunciándome visita para hoy, después de un mes que no nos veíamos. Esta última situación era muy, pero muy buena, lo mejor de la conjunción astral.
Entre las malas, realmente era una sola, aquella que ya comenté al empezar este relato: la tambaleante situación monetaria a esa altura del mes. Realmente era la que más me complicaba.

Pensé: ¿Cómo voy a atender a mi visita? En el refrigerador solo había: cuatro huevos, dos tomates, una mata de lechuga; un pote con un poco de margarina, un trozo de queso fresco que había comprado esa mañana; una bolsita con aceitunas, que no me explico cómo todavía estaban allí; una fuente de vidrio con jalea de frambuesa que había hecho el día anterior; una manzana, una pera y dos limones sobrantes de la gripe, nada más. En el freezer, perdidas entre el hielo, sólo unas pocas salchichas congeladas; ningún otro alimento, solamente hielo, tanto que al verlo me imaginé: así debe ser el campo de hielo sur allá en la Patagonia.

Luego revisé la despensa, es decir ese mueble blanco donde guardo los platos, tazas, copas (mejor dicho, vasos), más las pocas mercaderías que mi menguada fortuna logra atesorar durante el mes.
Rápidamente hice el inventario de lo que allí había: un paquete de azúcar, un paquete de tallarines, dos sobres de “sopa para uno”, un poco de arroz, un paquete de cochayuyo seco, medio kilo de harina tostada, un tarro de jurel en conserva, un tarrito de crema y una botella de pisco con poco más de la mitad, también saldo de la gripe. También había, aun sin abrir, una botella de ginebra, que días atrás me había traído una hija, desde Buenos Aires.

En la caja donde guardo las papas, papas no había, solo quedaban dos cebollas, acompañadas por unos cuantos dientes de ajo un poco añejos, pero que aún servían para sofreír.
Con todo esto o con algo de ello tendría que ingeniármelas para preparar un banquete sin tener que recurrir a lo poco que podría entregarme el cajero automático del supermercado, que queda como a seis cuadras del departamento. Por un lado, no quería caminar para no cansarme, por otro esa platita no podía gastarla, era para pagar la cuenta del teléfono.

Al mirar por la ventana de la cocina, me di cuenta que en una de las ramas del árbol que esta frente a ella, estaba tomando sol el gato de los vecinos del primer piso, seguramente esperando el llamado de alguna gata en celo que ande con su agosto adelantado. Miré al gato detenidamente, lindo animal, gordito, me lo imaginé como un lechoncito asado en el horno para presentarlo en la mesa rodeado de papitas duquesa, puré de papas picante o puré de manzanas.

En el bolsillo, cinco “lucas”. Con ellas fui comprar al almacén de la esquina. Me alcanzó para medio kilo pan, una botella, mejor dicho, una caja de vino tinto, una bebida cola para preparar el aperitivo, un paté de ternera (barato) más un paquete de galletitas de cóctel para untar con el paté. Con todo esto volví al departamento, con la mente tratando de determinar cuál iba a ser el menú que iba a preparar para agasajar a mí enamorada.
A todo esto, me acordé de otra posible carencia, muy importante en aquellas circunstancias. Lo primero que hice al llegar a departamento fue correr al dormitorio, abrir el primer cajón del velador no había nada de lo que buscaba, abrí el segundo nada, ya con cierta desesperación abrí el tercero… Menos mal, allí estaba. Una quedaba, sólo una de esas pastillitas azules que tomo para aquellas ocasiones en las cuales, no se debe quedar feo, más si uno ya pasó los sesenta y ella aún no tiene ni la mínima idea de lo que es la menopausia. Me la eche al bolsillo, para no olvidarme de tomarla en el momento que correspondiera.

Era las diez de la mañana de ese lindo día domingo 24 de junio; calculé que ella llegaría más o menos a la una, pensé que era tiempo suficiente para hacer un poco de aseo, abrir las ventanas para ventilar, luego tender la cama, por supuesto cambiando las sábanas. Por fortuna quedaba un resto de spray con aroma a flores del campo, el cual esparcí por todos lados.
Lo principal en ese momento era determinar, llevar a la práctica y dejar preparado el menú definitivo; para luego, tranquilamente, darme una ducha que eliminara los efluvios producidos por el ajetreo de esa mañana, los olores propios del trabajo en la cocina para después esperar, con tranquilidad impaciente, la llegada de Juanita.

Haciendo un recuento de lo que disponía en mis bodegas fui haciendo un descarte. Rápidamente descarté las “sopas para uno”, no venían al caso, tal como lo dice su nombre, son para uno. Tallarines no podía ser, ya que no tenía salsa o algo para acompañarlos. Harina tostada ni pensarlo, no imagino un almuerzo romántico, tomando chupilca o comiendo harina tostada frita con cebolla y ajo, pavo creo que le llaman. Cochayuyo, podría ser una ensalada, con cebolla picada queda muy rica, pero quedaría el departamento impregnado de ese fuerte olor al cocer el alga, además el aliento a cebolla no sería muy propicio para los besos. Me estaba quedando el tarro de jurel con el tarro de crema de leche. Plata para ir a comprar algo más, no quedaba. Por fortuna quedaba gas para cocinar y ojalá que alcanzara para la ducha.

Cuando puse el pan que había comprado en la caja donde lo guardo, había visto dos marraquetas (Pan francés) que quedaban de no sé cuántos días; rápidamente en la mente del chef se juntaron las imágenes del jurel, los panes duros, los huevos en el refrigerador, sólo un diente de ajo con un poco de cebolla disimulados con condimentos o aliños. Aliños nunca me faltan, tengo de todos; dicen, los entendidos que muchos de ellos son afrodisíacos, es por eso que siempre dispongo de un buen surtido de ellos. Ya estaba decidido cuál sería el plato de fondo: Pastel de jurel.

Ahora había que pensar en el aperitivo, en la entrada y en el postre, en el postre para comer, claro está.
Entrada, de plano la descarté, los tomates con las hojas de lechuga preferí dejarlos para ensaladas que acompañen el plato de fondo. Para aperitivo tenía la botella de pisco más la botella de bebida cola que había comprado en la mañana, el queso, el paté, las aceitunas y las galletitas. Para el postre: la jalea de frambuesa, las frutas, el tarrito de crema.
Resuelto el problema del almuerzo. De sólo pensarlo, con la mente en mi visita, yo encontraba todo exquisito. Por lo tanto, me puse el delantal… manos a la obra.
Aquí voy a anotar las recetas del menú por si alguna vez, algún colega pensionado, se enfrenta a una situación similar en las postrimerías del mes, cuando los recursos económicos son escuálidos.

Pastel de jurel (con pescado en conserva).

Ingredientes:
1 tarro de jurel u otro pescado similar (el jurel es el más barato)
2 panes añejos (El ideal es pan francés o marraqueta por estas latitudes) , remojado en agua tibia)
2 huevos
½ cebolla
2 dientes de ajo, sal, pimienta, perejil, comino etc. El etcétera corresponde a los aliños de acuerdo al paladar o lo que disponga en su despensa.

Preparación:
En una sartén se sofríe en un poco de aceite la cebolla junto con el ajo picado
Después de sacarle al pescado los huesitos, también la piel (Si fuera para comer yo solo no le saco nada) se aplasta con un tenedor sin desmenuzarlo demasiado.
Se mezcla con el pan remojado, al cual se le ha sacado la cáscara si es que está muy dura.
Esta mezcla se revuelve junto con las yemas de los dos huevos, agregándole también el sofrito.
Aparte se baten las claras hasta que adquieran una consistencia espumosa, a nieve creo que se llama.
Se agregan las claras batidas a la mezcla, se agregan los aliños, se revuelve suavemente, luego se coloca en un molde para horno, previamente aceitado o enmantequillado, (puede ser con margarina).
Se lleva a horno moderado por tres cuartos de hora, pasado ese tiempo: listo el pastel.
Por supuesto que no encendí el horno, lo haría cuando ella llegara, calculé que como a la una o una y media.

Todo me estaba resultando bien, miré la hora, me quedaba tiempo para seguir preparando tranquilamente lo que faltaba, seguí por el postre. Con el postre me acordé del condimento que había guardado en el bolsillo, no tenía que olvidarme que llegado el momento tenía que tomarlo.
Piqué en cuadraditos la pera con la manzana previamente peladas, se los agregué a la jalea de frambuesa, la revolví separando dos porciones a las cuales les di la forma de un volcán, luego sobre ellas esparcí la crema, simulando una capa de nieve, sobre ésta dispuse roja jalea sin frutas para que pareciera la lava que escurría derritiendo la nieve. Pensé darle otra forma, un poco erótica, pero me arrepentí. Listo el postre, al refrigerador.

Ahora, para el aperitivo, realmente no había alternativa. Con dos limones que por desgracia eran muy chicos, no alcanzaba para hacer pisco sour, que es lo que a ella le gusta o en su defecto le gusta el champagne, pero hoy ninguno de los dos. Nos tendremos que conformar con piscola (pisco con bebida cola).
Molí el queso fresco que había comprado en la mañana, le agregué aceite, pimienta y eneldo: Lo mismo hice con el paté, solo que a este lo aliñé con orégano, estragón más unas hojitas de romero bien molidas; para darle una consistencia más cremosa en lugar de aceite le agregué un poco de ese licor que tenía guardado: ginebra; quedo una pasta de chuparse los dedos, la recomiendo. Con estas pastas, las aceitunas y las galletitas para acompañar las piscolas, ya no se podía pedir más. Para que los vasos de aperitivo no se vieran tan simples se me ocurrió cortar unas rodajas de limón, macerarlas en ginebra, pasarlas por azúcar, darles un golpe de frío en el campo de hielo sur que tenía en el freezer, para así presentar los tragos con cierta elegancia.
Luego pelé los tomates, lavé la lechuga hoja por hoja, dejando las ensaladas casi listas para aderezarlas en el momento de servirlas.

Ya tenía todo preparado, no sería un almuerzo de lo mejor, pero considerando las circunstancias…
Hora de bañarme, afeitarme, cambiarme de ropa, poner unas gotas de colonia en ciertos lugares que en estos casos se consideran estratégicos…después a esperar.
Cuando estaba en la ducha, pensando en el almuerzo, en el aperitivo, sobre todo en la suavidad de la piel de la musa que llena páginas en mi novela otoñal, me llamó la atención el inusitado movimiento que se estaba produciendo en el primer piso, en el patio de los dueños del gato gordito. Estaban llegando visitas, los saludos eran muy efusivos.

Terminé de bañarme, afeitarme, un poquito de desodorante por aquí, un poco de colonia por allí, otro poco por acá; me cambié de ropa, no sin antes cambiar de bolsillo la píldora milagrosa de color azul, esa del mismo color del equipo de fútbol de mis amores, el que no esta tan milagroso últimamente; quizás algunas dosis de esta pastillita a sus jugadores no les vendría mal. A propósito de que he dado algunas recetas para hacer un rico almuerzo, en situaciones de escasez, también recomiendo a mis colegas jubilados que cuando compren este invento maravilloso para los viejitos, no lo pidan en la farmacia por el nombre de fantasía con que se ha hecho más conocido, sino que por el nombre especifico de la droga, el cual es: Sildenafil, repito: Sildenafil. Hay muchas marcas en el mercado, por supuesto mucho más barato e igual de efectivo. Consideren que las pensiones son escuálidas en cambio las necesidades hay que satisfacerlas; aunque sea una vez al mes, lo cual malo no es.
La una de la tarde. Fui a revisar como estaba mi pastel esperando en el horno el calor para cocinarse, se veía muy bien. El ambiente estaba muy agradable. El gato gordito seguía acurrucado con los ojos entreabiertos allí en la rama del árbol, vigilante observando su feudo gatuno, esperando a una gatita, igual que yo.

Dispuse una bandeja con las pastas que había preparado, las aceitunas, las galletitas, vasos, el pisco junto a la gaseosa; llevé todo esto al comedor, encendí el equipo de música y sintonicé la radio… Corazón. Estuve a punto de tomarme un combinado de ginebra con bebida cola, ginecola lo llamo yo, por lo demás muy bueno, pero me acordé que no debía hacerlo, puesto que, el alcohol, al igual que las grasas, inhibe los efectos antes de la “azulita”, por lo tanto, me abstuve de aplacar mi sed.
Revisé el postre, noté que la lava estaba escurriendo muy rápido por las laderas nevadas de los volcanes, así que opté por llevarlos al campo de hielo sur del freezer para que también lograran cierta dureza o consistencia sin que se derritiera la lava antes de tiempo.
Estaba en el campo de hielo cuando sonó el timbre, fue el detonante para que mi volcán interno entrara en actividad; por la ventana vi que el gato también reaccionaba al sonido del timbre, oteando detenidamente la extensión de su horizonte.

Saludos efusivos, un abrazo apretado, un beso largo como el mes que había transcurrido sin vernos, un torrente de preguntas con sus respuestas mutuas, miradas complacientes acompañadas de caricias apresuradas. Me dije: tranquilo hombre, la tarde es larga.
Momento de… preparar las piscolas para el aperitivo, también encender la llama…la llama del horno por supuesto, para que se comience a cocinar el rico pastel de jurel. Le comenté lo que le tenía preparado para comer, ante lo cual respondió:
—¡Que rico!, hace tiempo que no como pescado.
—Pues, ahora te vas a deleitar con este pastelito que te preparé} —le dije.
—¡Rico! ¡Rico! —efusivamente volvió a repetir.

Me dispuse a preparar el trago. Dos vasos altos, de esos para trago largo, dos cubos de hielo por vaso, una medida de pisco más dos medidas de bebida cola, todo adornado con una rodaja de limón impregnada en ginebra congelado en el freezer.
El pisco que yo tenía era de uno de los valles nortinos, no recuerdo cual. No importa, puede ser de cualquier valle, tal como: Limarí, Elqui, Huasco o Copiapó, todos son de primera calidad. El ideal para piscola es el de 35 grados. Los de 40, 45 o más grados es mejor tomarlos puros bien helados, a lo sumo agregarle unas gotas de limón. Usar de estas graduaciones para piscola es un crimen, es lo mismo que hacer una chupilca (vino tinto con harina tostada) o un jote (vino tinto con bebida cola) con un Cabernet Sauvignon gran reserva cargado de estrellas o medallas. Se entiende sí, que esto es mi preferencia, no pretendo pontificar en ello; pues, en el arte de la gastronomía, si bien es cierto hay tendencias y sugerencias no se deben considerar reglas estrictas, todo depende de gustos, costumbres, paladar, claro que también sin dejar de lado las circunstancias, puesto que estás son muy importantes. Por ejemplo: a mí, el pescado me gusta con vino tinto, aunque la mayoría dice que debe ser con vino blanco;
—¿Por qué? —pregunto yo— ¿Y si no hay vino blanco, no puedo comer pescado?

Bueno, basta de recetas, vamos al aperitivo, vamos a las piscolas. Mientras las preparo, ella recorre el departamento, reconociendo sus dominios, buscando celosamente algún vestigio de otros enfrentamientos. ¿De dónde? Si al viejo general, ya cansado, le quedan pocas batallas que librar, solo con ella es capaz de contender. A propósito, ya era la hora de ingerir el condimento que animaría el próximo combate. La tomé con un vaso de agua, antes de que ella terminara su inspección, no quería que me viera que la estaba tomando; de todas maneras, ella sabe que lo hago, incluso muchas veces me pregunta si ya la he tomado. Es bueno que la mujer sepa de esto para que no exija al viejo pensando que es un super-macho, además para que le haga propaganda con sus amigas, no me refiero al viejo, sino que al producto farmacológico.
A mi vaso le eché una pizca de pisco, pues como el alcohol inhibe el efecto, no quiero pasar vergüenza; ya llegará el momento de tomarme una, dos o tres piscolas normales, esto después de…una…dos…tres…

—¡Ricas las pastas! Exclamó ¿Dónde las compraste?
Le expliqué que eran de mi invención, a lo cual me felicitó de una manera muy efusiva, parece que los condimentos que le agregué aliados con la ginebra, realmente tienen efectos afrodisíacos.
El horno, el de la cocina, comenzó a esparcir en el ambiente un grato aroma. El pastel de jurel prometía ser un manjar. Fui a la cocina para cerciorarme de que la cocción iba bien, efectivamente iba viento en popa, como todo en aquel momento; buen barco con buen rumbo, rico aperitivo, excelente capitán, buen cocinero y además tripulación hermosa. Mejor imposible.
Me pareció que mi amigo gatuno, que aún seguía acurrucado en su rama del árbol, me hacía un guiño de complicidad, por lo tanto, también le desee suerte con la gatita que al parecer él esperaba que llegara.

Con la llegada de Juanita, su inspección, el aperitivo, la conversación más las caricias mutuas me había olvidado del ajetreo en el patio del departamento de abajo. Estando en la cocina nuevamente escuché, ya no saludos, sino que más bien algarabía; cuando me acerqué a la ventana abierta a desearle suerte al gato, de soslayo miré hacia abajo, había bastante gente con copas en las manos haciéndole honores a un aperitivo; mientras el dueño de casa en un rincón del patio se disponía a encender una de esas modernas parrillas a gas mientras que otras personas en una mesa próxima preparaban la carne para el asado, las longanizas y las empanadas. Se me vino el alma al suelo, mi sabroso pastel de jurel era comida para gato frente a aquella montaña de lomo, costillar, pollo, chorizos, en fin, de todo para comer. Eso era lo que esperaba el peludo amigo del árbol. ¡El festín que se iba a dar! Cerré la ventana para no escuchar el bullicio del piso inferior, pero con la intención de no sentir los olores que muy pronto iban a opacar los de mi pastel.

Volví al comedor, Juanita seguía deleitándose con las pastas afrodisíacas, con su segunda piscola además chupando una rodaja de limón congelado con sabor a ginebra, la noté muy alegre con la falda recogida mostrando mucho más que media pierna. ¡Lindas piernas!
No le comenté de la fiesta de abajo, ni del asado, ni del pastel, de nada; me había bajado cierta depresión, por lo cual temí que hasta la milagrosa no hiciera efecto. Pero al ver aquellas piernas, algo en mi me decía que todo iba bien. También comí galletitas con aquellas pastas, que parece las voy a patentar por el efecto que notaba en Juanita.

De repente ella se paró y mirándome fijamente a los ojos me dijo:
—¡Me estas mintiendo! ¡Tú me estas mintiendo!
—¿Por qué, mi amor? —pregunté asustado, poniéndome a la defensiva, por lo que pudiera venir, sé muy bien cómo se pone cuando algo no le parece bien. Rápidamente para mis adentros, hice un balance, preguntándome que podría haber dicho o hecho que no le pareció bien o que podría haber visto en su inspección ocular del departamento.
Sosteniendo su mirada en mis ojos dijo:
—Porque no estas cocinando pescado, estás haciendo asado, siento olor a filete o costillar o longanizas ¡Más rico todavía! Y con sus ojos clavados en los míos agregó:
—¡Negro mentiroso, pero… negro riiico!

A pesar de haber cerrado la ventana, el aroma de la carne igual se introdujo por, por…no sé por dónde, la cosa es que el departamento en segundos se impregnó de aquel apetitoso aroma.
Por un lado, sentí alivio, no era nada tan grave ni había enojo alguno, pero por otro maldije al vecino por ponerse a hacer asado ese día. Aquel principio de depresión anterior, ahora se transformó en deseos de achicarme para esconderme bajo la alfombra, donde Juanita no me viera.
Ella se paró. Rápidamente se dirigió a la cocina, abrió la puerta del horno, un fuerte olor a pescado se sintió por unos momentos, solo unos momentos, el de la carne era más fuerte, por ende, siguió dominando el ambiente. Yo no vi su cara, pero, me imagino, tiene que haber sido de desilusión o de arrepentimiento por haberme dicho: negro rico.

Con un poco de amargura le expliqué lo que pasaba, volví a abrir la ventana para mostrarle el patio del vecino; por largos instantes miró hacia abajo arriscando la nariz, rápidamente se dio vuelta, me abrazó, no supe si para consolarme o para que yo no viera su cara.
—El que mejor lo va a pasar es ese gato que está en el árbol —dijo.
Volvió a abrir la puerta del horno, aspiró profundamente el olor del pastel mientras con su voz armoniosa exclamó:
—¡Está muy sabroso, huele exquisito! —Agregando casi impaciente— ya le falta poco, pongamos la mesa.
En silencio pusimos la mesa, parece que ninguno de los dos se atrevía a decir algo. Serví dos piscolas más, ya no me preocupé de la cantidad de pisco que le eche a mi vaso, me dije: pase lo que pase, total, hoy ya no puede irme peor.

—¡Salud negra linda! —le dije, tratando de esbozar una sonrisa.
—¡Salud viejo feo! —me respondió, dándome un gran beso en la boca antes de beberse el trago.
Mientras ella seguía sirviéndose lo que aún quedaba del aperitivo, fui a la cocina, saqué el pastel del horno, al trozarlo en porciones despidió un agradable olor, así que lo puse sobre el mueble al lado de la ventana la que no cerré para que ambos aromas de carne y pescado se mimetizaran. También saqué el postre del freezer para que no estuviera congelado al momento de servirlo. Destapé la botella de vino que había traído Juanita, un tinto cabernet digno de un buen filete mignon. Listo el almuerzo.
Volví al living, Juanita estaba con su copa sentada en el sofá, me paso una piscola preparada por ella y me invitó a sentarme a su lado; mostrándome toda la tentadora extensión de sus piernas, también el insinuante valle de piel morena que mostraba su blusa entreabierta, flanqueado por la turgencia de sus senos Además su sonrisa me indicaba que ya había olvidado la desilusión del almuerzo. Ante este panorama me volvió el alma al cuerpo, por lo tanto, entre besos y caricias sin darme cuenta me dejé llevar de forma tal que hasta la piscola preparada por ella con abundante pisco sin darme cuenta se escurrió por mi garganta.

Por unos momentos la algarabía del primer piso bajo un poco de volumen oyéndose claramente la voz de alguien que pedía hacer un brindis por el dueño de casa, inmediatamente el inconfundible ruido del descorche de varias botellas de champaña a la vez que todos los comensales a coro exclamaron:
-¡Salud por el santo!- ¡Salud Juan!- ¡Salud Juanito!- ¡Salud ¡Salud!
24 de junio, día de San Juan, ahí me di cuenta del porqué de la fiesta. También en ese mismo momento que estaba abrazando a Juanita, me lamenté no haberme acordado para nada, que era también su día de santo. No supe que hacer o que decir, ella me miró como preguntando: ¿Y tú no me vas a saludar? Quizás ella dejo de lado algún otro panorama por pasar ese día conmigo. Mientras tanto yo, como si lloviera.

La verdad es que no comulgo mucho con eso de los santos, onomásticos e incluso cumpleaños, las fechas se me olvidan, lo cual más de algún problema me ha traído en mi largo recorrido por la vida.
No me quedaba otra que mentir, como ya lo he hecho tantas veces como compañeras de romances he tenido. La abracé fuertemente y le manifesté:
—¡Feliz día mi negra linda! ¿Tú creíste que me había olvidado? —le pregunté e inmediatamente agregué— No pues mi negra, como me voy a olvidar, eso nunca; estaba esperando que nos sentáramos a la mesa para hacer un brindis como tú te mereces alzando nuestras copas con ese excelente vino que trajiste. Lo malo que se me adelantaron los vecinos e hicieron su brindis antes que nosotros.
Parece que creyó en mi disimulada sinceridad, porque respondió a mi abrazo además dándome otro de sus apetitosos besos. Resulto mí chamullo, parece que es cierto aquello de que: El diablo sabe más por viejo que por diablo.

Al beso siguió otro beso, a una caricia mía, dos de ella, otro beso otra caricia, otro botón de su blusa ampliaba el valle de sus senos, su falda se acortaba o sus piernas se alargaban; mis manos impacientes recorrían aquella hermosa geografía, sus manos también impacientes buscaban su regalo de día de santo.
Nos olvidamos de pastel, de asado, de vecinos, de mi olvido, de todo, ni siquiera el gato en el árbol existía en esos momentos. Se silenció el bullicio, se minimizaron los aromas de comida, desapareció la ropa. El sofá del living se brindó para el regocijo de los amantes. El cambio de sábanas estuvo demás.
Pero, a decir verdad, el amante no se portó a la altura de las circunstancias. La “azulita” no hizo el efecto, el de otros encuentros, el esperado por ambos amantes. ¿La culpa? Bueno la culpa fue de los tragos, de las grasas, de las pastas, pero sobre todo las frustraciones que afectaron mi ánimo. Sin frustraciones, sin grasas, sin alcohol, se puede transformar minutos en horas de pasión, una, dos o más…horas. Ya lo saben aquellos que alguna vez repitan mis recetas, tomen precauciones.

Juanita igual, en forma efusiva me coronó con un gran beso que sentí sincero tal como sus palabras siguientes:
—¡Grande mi negro, grande, eres muy rico!
Aunque pensé que lo hacía para darme conformidad igual sentí sinceridad en su beso y sus palabras. También para mis adentros dije: habrá días mejores Juanita, te lo prometo. De lo que sí estaba seguro era que este no fue mi día, siendo lo más probable que tampoco para Juanita,
Nos vestimos. Preparé una piscola para ella, con el pisco que quedaba, yo me preparé una gincola, con harta ginebra, total ya no tenía restricción para el alcohol, por eso mismo me lo bebí de un trago, yo sabía muy bien que ese día, por mi lado ya no pasaría nada más, aunque Juanita me quemara con sus brasas…

Pasada la hora de la pasión, aunque un poco tarde ya era la hora de almorzar por lo que me dirigí a la cocina después de, con una caricia en el rostro, pedirle a Juanita:
—Ya mi amor, sirva el vino que yo voy a buscar el pastel, eso sí, lo voy a calentar un poco por que debe estar frío, tanto rato fuera del horno.
Entré a la cocina y al mirar el pastel quedé estupefacto mientras que de mi garganta brotaba un grito desaforado que no sé de qué parte de mi nació, Juanita llegó corriendo asustada.
—¿Qué pasó? —preguntó.
De mi boca no salió palabra alguna, solo atiné a señalar la ventana abierta, por la cual en ese momento saltaba hacia su rama el gato maricón que se había comido casi todo mi pastel dejando además sus patas impresas en la lava derretida de los dos volcanes del postre que especialmente preparé.
¡Gato de mierda…! Teniendo una carnicería completa en la parrilla de su casa se vino a comer el frugal almuerzo que con esmero y cariño había yo preparado para mi dulce Juanita.

Definitivamente, no era mi día, mordí la rabia que me embargaba tratando de aplacar mi impotencia con un vaso de ginebra pura, la que al beberla quemó mi garganta. Maldije al gato, a los vecinos, al asado, al día de San Juan, a mi escuálida pensión y al sistema. Juanita me miraba con una cara de… no te preocupes, yo apuré otro trago de ginebra. Nos quedamos por largo rato mirándonos sin decir palabra, hasta que ambos estallamos en una sonora carcajada abrazándonos ante la mirada impávida del gato echado en su rama, ahora más gordito.

Con la propaganda de mi pastel más la de del postre, con el olor a asado que se percibía en el ambiente, con las secuelas del combate pasional en el sofá, con todo lo sucedido nuestros estómagos pedían en forma urgente abastecimiento y sobre todo viendo al gato que se relamía los bigotes. ¡Ojalá te haya gustado mi pastel gato infeliz!

Poco a poco el estómago nos fue recordando que requería alimento, por lo tanto, había que buscar una solución. No me quedó otra que recurrir a la escasez tanto de la despensa como del refrigerador, Rápidamente hacer un nuevo inventario para disponer el almuerzo.
Las ensaladas permanecían en el refrigerador, menos mal. En una olla pequeña preparé las dos sopas para uno transformándolas en una sopa para dos, en una sartén sofreí una cebolla picada con las salchichas cortadas en trozos pequeños mientras en otra olla cocí el paquete de tallarines a los que ya cocidos y escurridos los revolví con los dos huevos que quedaban transformándose todo esto en el reemplazo del pastel de jurel que se comió el gato. Ese fue nuestro almuerzo alternativo para celebrar el santo de Juanita, lo único bueno, realmente bueno: el vino que ella había traído. Claro que Juanita para celebrar su día esperaba otra cosa de mi parte; algo que estuviera a la altura de ella y de aquel vino.

Se fue temprano, que sacaba yo con detenerla más tiempo si nada, nada más, podía ofrecerle por ese día.
Como yo sabía que para el próximo fin de semana contaría con platita en la cuenta del banco, ya que me habrían depositado la pensión, cuando nos despedimos en el paradero de taxis, donde la fui a dejar, le dije en voz baja al oído:
—Mi amor, el próximo fin de semana la estaré esperando. Le prometo que la voy a atender como a una reina, como usted se lo merece, con todo mi amor y en todo lo que usted quiera.
Me contesto también en voz baja al oído, para que no oyeran las otras personas que esperaban taxi:
—Dejémoslo para el otro fin de semana, porque el próximo quiero descansar, además voy a andar con mi visita mensual por eso, prefiero que lo dejemos para el próximo ¿Quiere mi negro?
—Ya mi amor —le contesté de no muy buena gana, pensando en que ojalá pronto le llegue la edad en que ya no reciba esas visitas periódicas, que también alteran mi calendario.

Triste y cabizbajo volví al departamento, pensando en el día negro que había transcurrido, por ello me prometí que esto nunca más podía pasar. Lo juro, dije casi en voz alta, con plena seguridad de ello. tan seguro como que me gusta el color azul, aunque está con sequía de goles
Cuando iba subiendo las escaleras, para el segundo piso, observé que la fiesta en el primero aún continuaba y vi en el patio a la dueña de casa, que, con un plato, lleno de trozos de carne y restos de costillas, llamaba:

—Cuchiiiito, cuchito, cuchito, juancho, juancho, cuchito, juaaaanchooo…

Corriendo llegó el animal, como si estuviera muerto de hambre y… ¡Ja ja ja ja … me dio un ataque de risa!
¡También estaba de santo el gato desgraciado, maricón, huevón… y con…con todo lo de su madre¡
Bueno, me queda el consuelo que según su forma de razonar tal vez creyó que mi pastel era para festejarlo a él.

Texto agregado el 24-06-2022, y leído por 373 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
12-07-2022 Me dieron ganas de probar ese Pastel de Jurel, ¡qué penita, el gato me gano la oportunidad!, jeee muy bueno tu texto Vicente. Un abrazo Shou
11-07-2022 Buena intención la tuya, lo que sucede es que no todo sale como debería, pero no todo se pierde, el gatito feliz. Juanita prometió visita pronto así que hay que esperar que será grandioso. Yo leyendo tu historia, me pregunto.¿ Vino con coca cola nunca tome, yo como buena cordobesa todo coca con Fernet, jaja, verdad un cuento muy entretenido Vicente.****** Abrazo Lagunita
11-07-2022 jajaja me acuerdo de este relato ¡sí, señor! pero igual me hizo reír. Un abrazo, Sheisan
07-07-2022 jajajaja buenísimo, me encantó y no lo noté extenso para nada. Es un cuento que a simple vista te puede hacer reír, pero en sus detalles veo mucho más de una cruel realidad que afecta a tantos. Un abrazo mi estimado Vicente. ome
26-06-2022 4. La verdad es que aplaudo al protagonista (a ti). Desde otro punto de vista, me ha resultado genial en cuanto a forma y a fondo. De excelencia lo tuyo. Gracias, querido Vicente. gsap
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