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Esta historia se cuenta desde tiempo inmemorial, especialmente al resplandor del brasero, en muchos hogares durante las frías noches de invierno.
Dicen que todo sucedió hace varios siglos, cuando el mundo no estaba tan agobiado por el actual ritmo de vida, pero en cambio las naciones se enzarzaban a menudo en cruentas guerras, por causas políticas, religiosas o económicas, promovidas generalmente por la ambición de sus gobernantes.

Volvía un jinete de regreso a su hogar, tras haber participado activamente en una de esas guerras, después haber sido licenciado con honores una vez disuelto su regimiento.
Marchaba tranquilamente al paso, cabalgando un impresionante alazán, con la bolsa llena de monedas y joyas, conseguidas en múltiples saqueos y en numerosas timbas, en las que casi siempre había triunfado, tanto por su buena suerte en el juego como haciendo uso de ingeniosas trampas.
Llevaba idea de comprar unas tierras y una casa, en la que descansar tranquilamente al tiempo que ir contando sus aventuras de guerra a sus parientes y paisanos y disfrutar de buena comida ante el fuego de la chimenea bien acompañado, preferentemente por una mujer.

Ensimismado en sus pensamientos, llegó a un cruce de caminos, en el que a la sombra de un árbol vió una negra silueta humana que se apoyaba en un largo bastón.
“Tal vez sea un peregrino”, se dijo a si mismo, sin darle mayor importancia.
Entonces el desconocido personaje se volvió hacia el, mostrando un rostro de aspecto inquietante: Una cara inexpresiva, de labios finos, ojos hundidos en sus órbitas y una piel sumamente blanca, que formaban un conjunto poco tranquilizador.

Con voz grave y cavernosa, al tiempo que levantaba su largo bastón como si quisiera tocar al jinete con él, le dijo: “Soy la Muerte, y he venido a llevarte conmigo”. Al principio creyó que era algún loco o algún borracho, pero a medida que se le iba acercando empezó a notar un sudor frío, lo cual hizo que empezara a entrarle un miedo como nunca había sentido.
Pero el susto apenas le duró unos instantes, y echando mano al arzón de su montura sacó una pistola, la amartilló y disparó contra aquella aparición, viendo cómo la bala impactaba en mitad de su frente, aunque la siniestra figura siguió en pié, como si nada hubiera pasado.

Presa de pánico, clavó espuelas furiosamente haciendo que se encabritara el caballo, relinchando de dolor y lanzándose a un galope tendido para huir de aquel terrorífico lugar y echando la vista atrás a menudo, para cerciorarse de que no era seguido por nada ni por nadie. Al cabo de un tiempo, sintiéndose fuera de peligro, frenó al alazán; para volver de nuevo a ir al paso, mientras reflexionaba sobre lo que acababa de ocurrir.
Es cierto que tarde o temprano todo ser viviente ha de morir, e incluso recordaba los miles de ocasiones en que había estado a punto de perder la vida durante las batallas en que había participado, habiéndose librado por su habilidad en el manejo de las armas y por un instinto de supervivencia que le había aconsejado retirarse a tiempo de aquellos combates en los que era imposible sobrevivir.
Sabía que al final tenía que morir, pero deseaba hacerlo tranquilo, de viejo y en la cama del hogar que esperaba conseguir en su pueblo, y no de la manera en que se le había anunciado la Parca.
Tras un par de horas de tranquila cabalgada, a la vuelta de un camino volvió a ver a la siniestra silueta, que esta vez ya le esperaba mirando a la cara mientras le decía: “¿Por qué has corrido tanto? No intentes huir de tu Destino, pues finalmente nos encontraremos cuando menos te lo esperes.”

El jinete reaccionó de nuevo como si estuviera en un campo de batalla. Tiró de la empuñadura de su espada para desenvainarla y lanzarse contra aquel terrorífico ser, tirándole una estocada que le atravesó de parte a parte, pero que apenas pareció hacerle daño, puesto que permaneció en pié sin moverse.
Y de nuevo volvió a lanzarse al galope, para huir de todo aquello, sin parar en ningún momento de aflojar el paso, de tanto terror que sentía dentro, forzando al caballo hasta extremos esfuerzos físicos.
En un momento dado, el pobre animal ya no pudo más, y cayó reventado bruscamente, proyectando al jinete por encima de su cabeza, estrelándose éste contra una enorme piedra, con un siniestro crujido en su cráneo, haciendo que perdiera el conocimiento.

Pasó un corto tiempo, y el caballero abrió de nuevo sus ojos. Comprendió que su herida era mortal y se dispuso a entregar su alma al Creador. Fué entonces, antes de que una total negrura se apoderase de él, cuando vió de nuevo a la Muerte que le decía con su profunda voz: “¿Por qué corrías tanto? ¿No te dije acaso que al final nos encontraríamos?”.



Texto agregado el 16-07-2022, y leído por 102 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-07-2022 Es muy triste, pero cierto, la huesuda nos va a estar esperando en cualquier recodo del camino. Todos vamos para allá. Ojalá pudieras eliminarle las primeras seis líneas de tu texto, la explicación del inicio. No le aportan absolutamente nada a tu cuento. Me gustó. Saludos. maparo55
16-07-2022 Buena historia cedric, hace recordar lo mucho que se hace para llenar las alforjas, pero lo poco sabios que sé, es, para aceptar el destino inevitable como es la muerte. Un abrazo. azariel
 
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