Zapatillas blancas muy pequeñas, como de muñeco; pantalón azul mezclilla, marca Bambino. No recuerdo con la misma precisión qué llevaba puesto sobre la cintura. Sí recuerdo bien su cara, con los ojos muy abiertos. Recuerdo perfectamente, también, la blancura de su hueso roto, saliendo del pantaloncito azul mezclilla.
“Es la sala del trabajo de mañana”, me señaló el auxiliar, apagando la luz y dejándolo ahí, sobre la bandeja; en compañía de otros tantos que, tal vez por ser adultos o por ya no estar vestidos, no se me quedaron con detalle en la memoria.
Salimos y volví fingiendo que olvidaba algo. Le dejé la luz prendida. Me dio las gracias entonces, mientras cerraba yo la puerta y él los ojos más tranquilo.
Su primera noche ahí, al menos, ya no sería tan oscura.