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Inicio / Cuenteros Locales / Cedric / Por propia mano.

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-”Te quedan seis meses, tal vez ocho, pero nada más- le dijo el médico- ya sé que es una mala faena del Destino, aunque desgraciadamente es lo que hay. La fase terminal no es excesivamente dolorosa, pero por otra parte la medicina de cuidados paliativos ha mejorado mucho estos últimos años”.
Pablo y su médico se conocían desde hace muchos años y había plena confianza entre ambos, así que prefirió no andarse con rodeos, por dura que fuese la situación.
“Sé que has procurado llevar una vida lo más sana posible -prosiguió-, que siempre has querido actuar de buena fé y que has sabido cuidar bien de tu familia. Lástima lo que le pasó a tu mujer, cuando falleció de forma tan trágica hace ya tres años. Te quedan tus hijos y tus nietos, con los que siempre has repartido cariño y buenos momentos”
“Recuerda tomar la medicación que te he recetado y si notas demasiadas molestias, ya sabes que puedes llamarme cuando lo necesites”- dijo a modo de despedida.

Salió de la consulta del médico y, ya en la calle, respiró el fresco aire otoñal mientras pensaba en las palabras que acababa de oir, al tiempo que empezaba a dar vueltas en su cabeza a unas ideas que llevaba planeando desde hacía tiempo.
Cuando llegó a su casa, llamó por teléfono a sus hijos para quedar con ellos y sus respectivas familias en juntarse para una buena comida el siguiente fin de semana.

Ese domingo, tal como solía hacer cada mes, fué al cementerio y puso un ramo de rosas en la tumba de su mujer, mientras iba recordando cómo había vivido con ella, compartiendo momentos buenos y malos mientras sacaban adelante a sus hijos, a los que habían sabido dar carrera para poder triunfar en la vida. Habían logrado buenos empleos y fundar sus propias familias, con quienes se juntaban a menudo para diversas celebraciones.

Después, comió con sus hijos y sus nietos en un conocido restaurante, resultando todo muy alegre y recibiendo grandes muestras de cariño por parte todos, echando de menos la presencia de su difunta esposa, a la que tanto le habría gustado disfrutar de aquellos momentos de alegría familiar.
Pablo no quiso decir nada de lo que le había dicho el médico, por no poner una nota de tristeza en aquellos felices momentos, aparte de que tenía ciertos planes que prefería reservar para sí mismo.

Al día siguiente se levantó temprano, pues quería organizar bien todo lo que tenía planeado.
Ordenó una serie de papeles que dejó encima de la mesa de su despacho, en sobres a la atención de ciertas personas de su confianza, salió a comer en un bar de su barriada y después echó una larga siesta tumbado en su cama, despertando al atardecer como tenía previsto.
Tras levantarse y asearse un poco, se dirigió al armario trastero y de allí sacó una pequeña caja, dentro de la cual, envuelta en un paño y bien engrasada tenía guardada una pistola. Era un modelo antiguo, del calibre 7,65, que había pertenecido a su padre y que conservaba como una reliquia familiar. Tras comprobar los dos cargadores que había junto con el arma, sabía que disponía de 14 disparos posibles, que pensaba aprovechar al máximo.

Pablo salió a la calle, subió a su coche y condujo hasta un antiguo polígono industrial que había a las afueras de la ciudad, dirigiéndose a una nave apartada donde sabía que iba a encontrar a aquellas personas con las que quería ajustar cuentas, mientras ciertos recuerdos trágicos acudían a su cabeza.

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Todo había sucedido unos tres años atrás, mientras su mujer y él iban en su coche por una apartada carretera secundaria, disfrutando de la paz y aire puro de aquella zona, hasta que repentinamente se encontraron de cara con aquel deportivo que participaba en una carrera ilegal. No pudo esquivar el choque y el impacto fué brutal, su coche dió varias vueltas de campana, saliendo despedido por la puerta en una de ellas, pero su mujer quedó atrapada dentro y no pudo escapar cuando el vehículo se incendió, siendo lo último que pudo ver antes de perder el conocimiento.

Después de una estancia en el hospital para reponerse de sus heridas, no pudiendo asistir al entierro de su esposa, vino el calvario de las investigaciones policiales y el juicio por el accidente, en el que esperaba algo de justicia, encontrando una enorme lentitud en toda la tramitación de su expediente, y una gran decepción el día del juicio, cuando a la parte contraria apenas se le impuso una multa por homicidio involuntario. Siempre había confiado en la justicia, pero se vió muy decepcionado por su mal funcionamiento y su resultado, que no esperaba tan adverso.

El seguro del causante del accidente no quiso hacerse cargo de ninguna indemnización, y el culpable se declaró insolvente, pues no tenía trabajo conocido ni ningún bien a nombre suyo.
Lo peor de todo, durante el juicio, fué el no recibir ningún tipo de disculpa por lo que había hecho; al contrario, cada vez que cruzaban mirada, la suya era una mezcla de burla y prepotencia que no hizo sino aumentar la ira de Pablo.
La indemnización que hubiera podido recibir no le importaba, pues por muy grande que fuera no le devolvería jamás a su querida esposa, pero si al menos le hubiera pedido perdón, o hubiera manifestado algún signo de arrepentimiento, sus sentimientos hacia el culpable habrían sido muy distinto.

Hizo algunas averiguaciones por su cuenta, y descubrió que era alguien de buena y adinerada familia, que andaba metido en el mundillo de las carreras ilegales y que tenía muchos contactos en el mundo judicial, por lo que no le habría costado nada el comprar a jueces o jurados, aparte de haber sido bien aconsejado sobre lo que tenía que hacer para salir casi impune de sus delitos.
También supo que tenía un negocio de preparación de coches para carreras clandestinas, en una vieja nave industrial, de la cual pudo encontrar la dirección.

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Llegó a su destino y aparcó junto al enorme edificio. En la puerta vió a un hombre corpulento, que reconoció como uno de los acompañantes que estaban junto al responsable del accidente durante el juicio, como si actuaran de guardaespaldas suyos. Tal vez iría armado, pero para éso sabía lo que tenía que hacer.
Bajó del coche y se dirigió hacia aquella persona. Al verlo, su rostro expresó gran sorpresa, mientras su mano se dirigió dentro de su chaqueta, sacándola a continuación empuñando un arma, pero no tuvo tiempo de utilizarla, pues Pablo fué más rápido al sacar su automática, realizando dos disparos, alcanzando a su oponente en el pecho y en la cabeza, cayendo a tierra a continuación.

Entró por la puerta de aquella nave, donde vió como tres mecánicos trabajaban en un formidable deportivo, que seguramente emplearían en alguna de sus carreras clandestinas, y que habían oído el ruido de los disparos, por lo que se dirigieron hacia Pablo empuñando unas enormes barras de hierro, pero éste no les dió tiempo a usarlas. Empezó a disparar moviendo su mano en abanico, como queriendo repartir los proyectiles entre aquellos tres personajes, viendo como caían uno tras otro, hasta agotar la munición de su arma.
Con mucha calma, introdujo un nuevo cargador y se puso a buscar por aquellas instalaciones al culpable de la muerte de su mujer, hasta que llegó a un despacho donde lo encontró. Había oído los tiros y estaba con un teléfono en la mano, como si quisiera llamar a la policía o a alguien que viniera a ayudarle, quedándose totalmente blanco y paralizado cuando vió entrar a Pablo pistola en mano.

“-¿Qué quieres?” -preguntó mirándole a la cara-.
“-¿No me recuerdas?”-preguntó Pablo.
“-Sí, pero no recuerdo de qué ni cuándo.”
“-Sigues siendo el mal bicho sin sentimientos ni conciencia de siempre. Hace tres años te estrellaste con tu deportivo contra mi coche, muriendo mi mujer y dejándome a mi gravemente herido. ¿Vas recordando?”
“-Ahora lo recuerdo, pero no fué más que un accidente. Si lo que quieres es dinero, no hay problema, te daré lo que quieras, pero no me mates.”
“-¿Dinero? Aunque me dieras todo el oro del mundo, éso no me devolvería a mi mujer.”
“-¿Y qué vas a ganar si me matas? Puedo hacerte muy rico si me dejas vivir, y siempre podrás encontrar otra mujer, pues el dinero siempre es muy atrayente y puede hacerte feliz y poderoso. Piénsalo, pues creo que te hago una buena propuesta.”
Mientras decía estas palabras, metió con disimulo la mano en un cajón de su mesa, para sacarla empuñando un revólver, pero Pablo fué más rápido.
Vió como salieron los tiros de su automática, agotando el cargador, a la vez que en la cara de su adversario se sucedían los gestos de dolor al notar los impactos de las balas, hasta que cayó desplomado al suelo.

Muy tranquilo, abandonó el despacho y buscó la salida a la calle. Una vez afuera, encendió un cigarro que le supo a gloria, después de tan tensos momentos vividos, notando una placentera sensación .
Sabía que lo detendrían y que iría a la cárcel, de la cual no saldría ya con vida, pues moriría antes de que saliera el juicio, dado lo lenta que iba la justicia. Por otra parte, él ya la había hecho por propia mano, pues aunque no era muy lícita, era justicia al fin y al cabo.
Sentado en el suelo, junto a la puerta de entrada a la nave, vió a lo lejos los destellos azules de las luces de la policía que se aproximaba…


Texto agregado el 03-08-2022, y leído por 118 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
19-08-2022 No siempre la justicia de los hombres resuelve las cosas como debiera ser, pero la venganza tampoco es buena. Muy intensa historia, acuerdo con Diosa al decir que hay otra justicia que no se equivoca, y un karma que construimos con nuestras acciones. Muy buena historia, abrazo grande Shou
04-08-2022 Buena historia, Cédric, entretenida y bien contada. No es buena la venganza, pero el fulano que causó el accidente, se merecía lo que pasó. Saludos. maparo55
04-08-2022 Por suerte, sé que hay una justicia divina y nunca se equivoca. Muy bueno! Abrazote. MujerDiosa
03-08-2022 Las leyes están diseñadas para castigar al agresor. La minipulacion de la justicia es la que hace la diferencia. Las leyes se aplican con rigurosidad al de bajos recursos monetarios. Hay cientos de casos como el de Pablo. Colombia es el campeón en estos asuntos, donde el homicida queda en libertad, por vencimiento de términos o por falta de pruebas condundentes, aunque existan las evidencias concretas. Amenazas de muerte, compra de testigos, una lista sin fin. Buen relato. Un abrazo. azariel
 
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