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Los castillos son lóbregos, si bien entre la opacidad de sus desgastados muros se adivinan épocas más gloriosas. En uno de ellos deambula un ser insustancial que recorre las habitaciones con la inercia milenaria. Nadie ha puesto pie sobre esas frías baldosas desde que la última brizna de nobleza se desperdigó por el aire denso de su propio anacronismo. La sangre se diluyó por imperio de las nuevas épocas y dicha estirpe ahora sólo se recuerda en ajados libros o en algún retrato rematado en cierta subasta.
Pero este porfiado espectro domina solitario entre telarañas y polvo de siglos, esquivando afanosos roedores que al igual que él, recorren las ruinas entre rechinos de tripas. O acaso, ellos también son los fantasmas melancólicos de sus propios huesos oliendo sólo por costumbre en la desolación de sus salones.
Corona de niebla ciñe su testa sombría. Ropajes amplios, entretejidos de ecos flotan cual mortaja sobre su inexistente osamenta. Entre las sombras, indistinguible, recorre el castillo sin pausa y eleva un quejido que bien puede ser el rechino de alguna madera, pero que para él es una orden de carácter imperativo. Nada se inclina ante eso, ningún atisbo de temor, de premura, sólo el imperceptible crujir de alguna telaraña mecida por cierta brisa filtrada por los embudos de las oquedades.
¿Se extinguen los fantasmas alguna vez o sólo persisten en hollar su propia melancolía por los siglos de los siglos? ¿Son la huella tejida resignificada en un desvaído cromosoma intercalado de fulgores lejanos, tambores de gloria, ecos de sus propios ecos?
Dos tipos se han atrevido a pasar la noche en aquel lugar. Separando algunos peñascos que tapiaban el paso, recorren las demolidas habitaciones con su curiosidad no exenta de un escalofrío difícil de disimular. No por nada se cuentan historias, algunas tan fantasiosas que al mismo rey espectro asombrarían.
Después de hurgar cada rincón y verificar que allí sólo habita el silencio, han encendido una ruma de tablones para calentar sus huesos. No encontraron nada de valor en dicha estancia por lo que ahora calientan sus cuerpos contemplando sus propias sombras reflejadas en las paredes.
-¡Venid a mí! –creyó bramar el invisible ser, sin percatarse que esa intención no provocaba ninguna onda en esa atmósfera embalsamada.
Repitió la orden y sólo el chillido de algún roedor vibró en la noche.
Iracundo, cruzó las ruinas que en otras auroras fueron habitaciones rebosantes de elegancia, recordando las astillas de su voz broncínea. Intentó una vez más estampar en esa nada lo imperativo de su orden. El silencio lapidoso sólo se estremeció por una risotada: los dos intrusos celebraban sus trastadas, mientras mordisqueaban trozos de carne y trasegaban los últimos sorbos de licor.
Hacia allá se dirigió la entidad, envuelta en su embalsamada atmósfera, sin que su paso perturbara las sombras. Pero no cejó o fue su voluntad oxidada la que lo propulsó hacia el origen de su ira. Risotadas de lacayos que merecían un ejemplarizador castigo, propinado por el rigor de los látigos que pendían sólo en las hebras deshiladas de su memoria.
-¡Ah miserables!- creyó gritar, nacido ese rugido desde vísceras ya muchas eras inexistentes.
Los individuos prosiguieron con su velada, desatando la ira de ese monarca testimonial, quien descargó furioso sus muñones sobre las testas de esos intrusos. Uno de ellos alzó una botella y se bebió hasta la última gota de licor.
-¿Crees tú en fantasmas?- preguntó uno, con voz algo aguardentosa.
-No sé. Nunca he experimentado algo extraño que pudiera yo atribuir a un hecho sobrenatural. Por lo tanto, no creo que existan.
-Yo tampoco. Pero mi abuela sí ha presenciado cosas raras y mi madre y también uno de mis hermanos. O no tengo facultades para captar ese tipo de cosas o bien, son puros cuentos de ellos para amenizar las veladas.
El espectro contemplaba con sus ojillos sin pupilas a ese par de rapaces y entendiendo que ya no tenía imperio sobre ellos, abrió sus mandíbulas tejidas de soledad para descargar un alarido que espeluznaría a cualquier cristiano. Pero como lo suyo sólo era nostalgia o un simple sentimiento sobreviviendo al polvo de huesos y a las ruinas, fue un algo que se quedó suspendido en los biseles de esa atmósfera.
¿Cejaría ese fantasma en su porfía ancestral después de este traspié? ¿O perseveraría en su tullida forma de mantenerse durante siglos, así se desplomase el último ladrillo de ese castillo abandonado? Acaso sólo sea un asunto de creencia o negación, balanceadas ambas opciones en igualdad y en ese virtual empate, sólo la brisa, o sólo los espectros o acaso la nada investida de misterios sea la que redefine espectros en el telón vibrante de la imaginación.













Texto agregado el 02-09-2022, y leído por 169 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
03-09-2022 Ojalá algún día llegue a escribir tan bien. Es uno de esos cuentos que deberían estar en las páginas de una antología famosa. En verdad, es una gran suerte haberte leído hoy. Mi segunda vez que pongo 5* hoy. Gnomo_de_concreto
03-09-2022 Un verdadero misterio, Guidos, escrito con la maestría de tu pluma y relatado con el artilugio de tu imaginación. ***** estrellas fantásticas. Clorinda
02-09-2022 La impotencia del espectro duele, porque a pesar de su deseo, no es capaz de trascender su mundo fantasmal hacia la vigilia. Los descreídos disfrutan su transgresión, sin saber que sí hay alguien que los observa. Un relato muy bueno, amigo. maparo55
02-09-2022 Un texto exquisito en contenido y forma. De todo mi retorcido gusto fantasmal. Felicitaciones te has lucido!. Un abrazo, sheisan
02-09-2022 Siempre es un placer pasar por tu refugio, leer tus historias. Abrazo grande Shou
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