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Escucharon el extraño ruido mientras desayunaban. Prudencia, Ramón y Beto se miraron, confusos. Beto salió a echar un vistazo y descubrió al vecino arriba del techo que cubría el patio lateral contiguo, sacando las planchas de zinc y lanzándolas al suelo. Al lado suyo había otro hombre, que no reconoció, removiendo las vigas de madera hasta despegarlas. Caían también estrepitosamente. Beto no podía creer lo que estaba viendo. Le gritó al vecino:
— ¡Qué mierda estás haciendo!
El otro no le respondió y siguió soltando las planchas.
— ¡Cómo se te ocurre subirte a mi techo y echarlo abajo, infeliz! —agregó Beto.
Esta vez el vecino lo miró y gritó de vuelta:
— ¡Lo siento, pero el camión con el material para la piscina es muy grande, y necesito abrir paso!
Beto miró a la calle y vio un enorme camión hormigonero con el motor en marcha.
— ¡Tengo despejar este sector —le informó el vecino—, o el camión no podrá pasar!
La situación era tan inconcebible que Beto se tardó unos minutos en reaccionar. No encontraba las palabras apropiadas para rebatirle semejante absurdo. Entonces le gritó:
— ¡Qué tienes en la cabeza, idiota! ¿No ves que es mi techo y que no puedes subirte así como así y empezar a desarmarlo? ¡Que el puto camión pase por tu puto patio!
— ¡No hagas tanto escándalo! —le respondió el vecino mientras levantaba una plancha y se disponía a lanzarla al suelo— porque, al final, este techo está sobre un patio que, en realidad, es mío. Estoy en mi legítimo derecho de echarlo abajo.
Al escuchar los gritos y el ruido del desmontaje Prudencia y Ramón salieron. Se quedaron paralizados, tan incrédulos como Beto, al ver lo que estaba haciendo el vecino y su ayudante. Prudencia los increpó, pero los hombres no se dieron por aludidos. Estaban totalmente concentrados en su tarea. En un ataque de rabia Beto hizo el intento de subirse para detenerlos, pero en su arrebato no logró sujetarse a los pilares. El vecino, al ver que no pudo subir, se acercó al borde del techo y le dijo.
— ¡Cálmate hombre! ¡Entiendo tu enojo, pero comprende que no estoy haciendo nada ilegal, sólo recupero algo que me pertenece!
— ¡Y dale con lo mismo! —le replicó Beto— ¡De dónde sacaste tamaña estupidez! ¡Todo mi sitio está en regla! ¡Estás totalmente chiflado! ¡Bájate de ahí inmediatamente o si no voy a llamar a la policía! —protestó enfurecido.
— Hazlo —lo desafió el vecino—, el perjudicado serás tú.
Y siguió sacando el techo y tirándolo al suelo. En eso viene Ramón y le dice a su hermano que tienen que bajar a esos dos como sea antes de que lo destruyan todo. En tanto, del otro lado asomó por encima del cerco Carla, la esposa del vecino, y empezó a increparlos por escandalosos y aprovechadores. Prudencia, que le tenía cierta inquina, fue a enfrentarla.
— ¿Y a ti qué bicho te picó, loca de remate? —le espetó.
Los argumentos de la vecina eran los mismos que los de su marido. Que se habían apropiado de esa parte de su sitio y que ahora su marido sólo estaba recuperando algo que le pertenecía, y que si fueran más decentes se quedarían tranquilos. Ramón y Beto fueron a separar a su madre de la vecina porque se gritaban de tan cerca que estaban a punto de agarrarse a manotazos por entre la verja.
— ¡Vieja bruta! —decía Carla.
— ¡Guatona loca! —replicaba Prudencia— ¡Tú y tu esposo son unos cavernícolas!
— ¡Mala clase! ¡No saben vivir! — aullaba la vecina.
— ¡Tarados de mierda! ¡Van a tener que pagar todo esto! — vociferaba la madre.
El alegato subía de tono y Beto decidió ir en ayuda de su madre.
— ¡Señora, usted está más tocada que su marido! —le dijo a la vecina—. Mejor se va de aquí o la vamos a tener que echar a la fuerza junto a los monos que están en el techo.
— ¡A ver, inténtalo, delincuente! —lo retó Carla.
Desde arriba el vecino colaboraba con el griterío. Ramón, desesperado, dio un salto y se colgó con una mano del borde del techo y con la otra intentó agarrarle un pie. El vecino lo esquivó y le lanzó patadas. El ayudante, más atrás, con un palo en alto esperaba la ocasión para dejarlo caer sobre la cabeza de Ramón.
El chofer del camión, que no se había involucrado en la discusión y se mantenía dentro de su máquina observando la escena, abrió la puerta y le gritó al vecino que si no podían despejar el área, él se metía con el camión a la fuerza y asunto acabado. Ramón, en tanto, se cansó y se soltó del techo. El vecino, liberado del ataque de Ramón, le ordenó a su ayudante que se bajara por el lado de su casa. Y luego, como si estuviera predicando, sentenció desde las alturas:
— ¡Está bien, esto es un poco escandaloso! —dijo—. Quizá debí avisarles antes de empezar, pero ya están notificados, este techo está sobre un espacio que es mío, y tengo que despejarlo para que pase el camión.
— ¡Cómo que son tuyos! —lo cortó Beto—¡No seas ridículo! ¡Cuando compré esta casa el patio ya estaba delimitado! Además, gasté mucha plata en esta construcción y tú no puedes venir a sacarla así como así ¿quién te crees?
— ¡Ya ya ya!—exclamó el vecino en tono perentorio— La demarcación estaba mal, pero no te quise avisar porque me dio pena. Mira, quizá podamos llegar a un acuerdo. Te puedo dar un poco de plata a cuenta de lo que gastaste en el techo. No todo, pero algo, que es mejor que nada —y sonrió confiado en que con eso arreglaba todo.
— ¡Bájate y conversemos aquí, conchetumare! —le gritó Beto ya fuera de sí— ¡No sólo me vas a devolver todo lo que gasté en el techo —agregó— también me vas a tener que aguantar un par de combos en el hocico, por hijo de puta!
— Bueno —replicó el vecino—, así no se puede. Le avisaré al chofer que pase no más —y le hizo el gesto para que avanzara. El otro, todavía indeciso, esperó un rato en la pisadera.
Prudencia, por su parte, seguía alegando con Carla. Ramón le dijo que mejor se metiera a la casa, que él y Beto iban a arreglar este problema. La tomó del brazo y la obligó a entrar. Beto quedó solo. El vecino, su mujer, el ayudante y el chofer lo miraban con interés. Ante la situación adversa, la tozudez del vecino, la mitad del techo destruido y quizá por estar solo frente a esos cuatro seres beligerantes, trató de buscar una solución.
— Ya hueón —dijo—, mira, si luego de pasar el camión me reconstruyes el techo y dejas todo tal como estaba, podemos terminar este lío sin demandas.
Pero el vecino insistía en que el techo de Beto ocupaba parte de su patio y que no tenía obligación de pagarle nada. Ramón, que venía saliendo de dejar a su madre, lo escuchó y se enfadó de tal manera que salió corriendo para ir a desquitarse con el chofer, que era el que estaba más a mano. Al verlo, el chofer se metió rápido dentro de la cabina y aseguró la puerta. Empezó a mover la máquina para ejecutar lo que había dicho, entrar a la fuerza y terminar de romperlo todo. El vecino, por su parte, dirigía la maniobra desde el techo.
— ¡Un poco más allá, quiébrate, por ahí, ahora derecho hasta el fondo! —le indicaba.
Cuando el camión estuvo cerca, el vecino saltó al techo de la cabina y luego a la pisadera y miró desafiante mientras el camión avanzaba y echaba abajo los pilares y con ellos toda la estructura. El derrumbe fue atronador. Prudencia salió de la casa y, al ver el desastre, se dio media vuelta y corrió hacia el interior. Los demás vecinos, que hacía rato estaban contemplando el altercado, exclamaron asombrados por la osadía del chofer. El techo lo habían instalado Beto y Ramón hacía tres años para los asados familiares. Estaban todos embobados viendo la destrucción cuando tronó el primer disparo. Beto, Ramón y varios de los mirones se lanzaron al suelo instintivamente, otros corrieron a sus casas. Hubo un segundo disparo, y un tercero, y luego una explosión terrible. Un viento caliente arrasó con todo a su paso e impregnó el aire de olor a gasolina. A los pocos segundos empezaron a caer, esparcidas aquí y allá, esquirlas. A dos metros de Beto cayó un pie negro y ensangrentado.

Texto agregado el 04-10-2022, y leído por 131 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-10-2022 Un cuento manejado con maestría, la tensión se mantiene hasta el final, que queda abierto y a interpretación del lector. Saludos. ValentinoHND
 
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