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Las Rúbaras.


“¿Por qué estamos corriendo hacia el final?”, se preguntaba mientras miraba en silencio los enormes engranajes que se movían eternamente desde que tenía memoria. El sonido que hacían la relajaba y la hacía volver a aquella pregunta de la misma manera como tenía presente el intento de imitar el sonido de las tuercas, girando de forma perpetua y generando la cantidad exacta de energía, suficiente para poder mover aquella enorme ciudad por los aires de aquel planeta.

Llevaba meses encerrada en la sala de máquinas, estudiando cada movimiento, cada centímetro del sistema mecánico, sus planos, sus rutinarios circuitos y enlaces perpetuos. Anotando mentalmente cada golpe que daban, cada revolución incesante y perfectamente coordinada con las cadenas, mangas y poleas que movían a su vez los pistones y cilindros para transmitir de forma hidráulica la fuerza y la corriente a los circuitos encargados de cargar los gigantescos magnetones, los que mantenían a flote la masa de roca donde las edificaciones y calles sobre su cabeza, a unos cuantos metros más arriba, se mantenían como si estuvieran a ras del piso.

La conocían como la mejor imitadora de la historia, y como toda buena imitadora, sucesora de su gran maestra fallecida hace unas catorce traslaciones alrededor de su sol, era necesario que copiara el ciento por ciento de los sonidos del motor que mantenía con vida el último bastión de su civilización. Necesitaba de ese entendimiento sonoro de las almas que vivían en su planeta y en su ciudad, La Antorcha, bautizada así por Civas, el humano.

La Antorcha, era la última de las épicas ciudades flotantes que las rúbaras construyeron cuando el humano les enseñó las técnicas de la mecánica y la energía magnética después de que visitara su planeta cuando ella vivía sus primeros años. Emulaba a la distancia una forma bastante particular de flamas sobre un cono producto de las luces de la ciudad y las chimeneas humeantes, que se elevaban más arriba que los rascacielos de los libros de historia que guardaba Civas en la memoria de su intercomunicador. Ella aún sentía un ardor interno y una alegría nostálgica cuando recordaba las caras de él y los Protomagos. Habían llegado para mostrarle, junto a las otras estudiantes de la imitación, otros seres vivientes e inteligentes del universo, diferentes a ellas, pero de mente muy similar. Civas fue el primer humano en comunicarse con su raza y sus habilidades de comprensión ante ésta causaron gran impresión entre las rúbaras. Pudo dar clases magistrales de física y química en un par de días que fueron suficientes para que las elementalistas imitadoras de la materia levantaran La Antorcha como muestra de su entendimiento.

Vionra sabía por qué los Protomagos, los creadores de todo lo conocido, habían elegido a Civas para realizar este viaje y también sabía cuál sería su misión a futuro cuando lo volviese a ver. Pero el futuro podía esperar, el tiempo era un mero factor en el alma de las rúbaras. Ahora la imitación de los sonidos de los engranajes era más importante. Y mucho más que eso, era necesario para poder avanzar, ya que los sonidos de la nueva tecnología eran el objetivo para poder evolucionar y trascender. Parte de su destino estaba en ello.

Quizás corrían porque era su curso en la existencia o porque simplemente tenían miedo de que el tiempo se convirtiera en algo más poderoso que las afectara completamente, dejándolas sin poder cambiar, sin poder cumplir con su ciclo natural de transformación e imitación, reflexionaba. Las rúbaras, nacidas de los elementos y más parecidas a los elementales de la mitología humana, creían en una entidad superior a la cual adoraban y respetaban, por lo que eran estrictamente religiosas y dedicaban su tiempo a estudiar cómo convertirse en parte de esa entidad en algún momento: Desprenderse de su vida pseudomaterial corpórea, elevar la consciencia y fusionarse con el universo que las rodeaba. Transformarse en energía pura.

Vionra, en ese sentido, seguía los pasos de Filtomar, maestra de las réplicas y las imitaciones sonoras. La mejor antes que ella. Quién inventó la capacidad de orar a su diosa como si fuera un canto de todas las almas de su especie. Al fallecer, ella le entregó el conocimiento en forma de llamas azules llenas de La Verdad. Vionra consumió a través de su cuerpo estas llamas, bañándose en ellas, lo que produjo una fusión tanto material como intelectual y una transformación corpórea mucho más etérea de lo parecía ser a su corta edad. Más cercana a la máxima entidad. Las rúbaras no comían, pero sí consumían algunos materiales, como rocas o tierra, para mantener la delgada piel que las separaba de la masa viscosa y colorida a la vista, que a veces se dejaba ver a través de la luz. Al nacer de los elementos, ésta cambiaba dependiendo de su afiliación con ellos en una especie de plasma o fino magma cálido, pero con el pasar del tiempo podía arrugarse como las cortezas de los árboles que tanto hablaban los humanos, sin perder su tenue diferencia con el interior de su cuerpo semi etéreo.

Aquella diosa a la que veneraban no tenía nombre verbal, pero el concepto entendido por Civas fue la Metarrúbara, una mentalidad suprema cercana al entendimiento universal que, con el pasar del tiempo, creó consciencia de sí misma y le entregó a los elementos primitivos, tierra, fuego, aire, agua y éter, la capacidad de mutar y poder reproducirse con ayuda de las reacciones químicas entre ellos. Así, la gestación del saber a través de la química era el fundamento máximo del poder y el potencial de cómo las rúbaras lograban evolucionar imitando cosas, transformándose en o fusionándose con ellas. La fe de las rúbaras era prácticamente ciencia en la cabeza de Civas y Vionra aprendió de esa forma a buscar trascender, imitando la forma de los sonidos, invisibles y poderosos.

Fue ahí mismo, recordando a Civas años atrás hablando de la ciencia que los salvó de haber quedado encerrados dentro de los límites de su planeta llamado Tierra, probablemente ahora extinto, cuando Vionra se halló moviendo su meramente físico cuerpo emulando las ondas sonoras dibujadas en el espacio, como una especie de sinestesia, casi invisibles a los ojos de cualquier ser viviente en el universo conocido, pero no invisibles para ella, maestra del sonido. Las ondas que emulaba se dirigían directamente a los enormes engranajes como si una gigantesca fuerza magnética hubiese detectado metales en el interior de su cuerpo. Atraída como una estrella moribunda a un agujero negro y como las figuras de los cuerpos celestes en el espacio se mantienen en su eje por la gravedad hacia su sol, su cuerpo se acercó como las llamas azules se acercaron a ella cuando Filtomar se unía a la gran consciencia de la poderosa Metarrúbara. Y como si una figura casi maternal la llamara por su único nombre, se abrió al vórtice del entendimiento que la inundó en una experiencia jamás vivida por ninguna otra rúbara que pudiese recordar.

Se dejó llevar mientras su piel comenzó a abrirse y a descomponerse en pequeños fragmentos que al pasar por entremedio de las tuercas y ruedas sentía el frío del metal y la piedra, sin producirle dolor o miedo alguno. De hecho, lo que estaba experimentando era todo lo contrario. Sintió por primera vez el asombro real, la felicidad más íntegra de su especie, la realización máxima de su capacidad de imitar y sonrió emulando una boca antes de fusionarse y desaparecer completamente, sintiendo el eco de la fuerza y el potencial de la maquinaria en su mente mientras se deshacía por penúltima vez, porque volvería a su forma corpórea una vez más y tendría la oportunidad de despedirse de su ciudad y entregar su conocimiento, como Filtomar lo había hecho con ella, a otra rúbara más.

Y fue así también como La Antorcha, potenciada con la vida y energía de Vionra y todas las rúbaras imitadoras que vivían en ella, surcó el cielo de aquel planeta, brilló a lo lejos con un intenso color azul y rojo cruzando el horizonte del firmamento, de la misma forma en que todos los días desde su creación, para imitar casi con exactitud el atardecer que los Protomagos habían creado para ellas millones de años atrás.

Texto agregado el 26-03-2023, y leído por 90 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-03-2023 Genial. Me gustó mucho. Jaeltete Tete
28-03-2023 El alma del texto está en la penúltima estrofa (mi preferida). Me gustó. Saludos, sheisan
27-03-2023 Muy interesante el concepto de la ciudad come-rubarás y su poder de imitación, o diríamos ¿simulación? Saludos. ValentinoHND
 
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