Intento una mirada periférica. Una periferia que abarque lo que enumero, como si lo que enumero fuera todo. Es apenas todo lo que enumero.
El intento me conduce al centro y allí de nuevo se va por las ramas. Inasible y contundente. Errático.
Un centro que parece quieto, pero es el germen de lo que se mueve.
Una periferia que no lo es, porque se expande. Entonces, fotogramas vivos se cuelan.
Mis dientes de lata y el destello de unos ojos.
Una mudanza a otro hemisferio.
Regresión a vidas pasadas.
Salvarme de la episiotomía de mi hijo.
La certera daga de la traición.
Un potus podrido en un frasco de mermelada.
Pero, en realidad, es el amor invariable y terco. El miedo invariable y terco.
La luna brillando sobre el río desde mi ventana. El Aleph. La garganta poderosa. Rocco Siffredi. La cruz del sur vista al revés. Creer que nunca regresaría. Saber que hoy es todo. El perfecto momento del darse cuenta. El rayo cayendo desde las negras nubes, sobre el atlántico.
Todo me refleja, y me reflejo en todo.
El infinito empieza en mí. Soy el infinito.