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La terraza


Una gota descendió de sus labios. Se deslizó boca abajo resbalando por el cuello. Sin darme cuenta me quedé mirando fijamente su escote, por donde descendió la gota. Me miró, dos mesas vacías de por medio, sin darme importancia. Sólo nosotros dos a esa hora, soportando el calor de media tarde en la terraza del hotel.
Volvió a mirarme con más atención, sorprendida tal vez por mi insistencia con su escote. Bebió un poco más del Martini. Se pasó la lengua por los labios lentamente. Me miró fijo.
Nuestros ojos se encontraron nuevamente, como lo habían hecho temprano en el lobby, en el ascensor, en la piscina.

Se levantó, se acercó a mi mesa, se sentó. Tendría cuarenta y pico. Su estado físico era envidiable. Me intimidaba. Me sentí disminuído, visual y físicamente inadecuado. Me sentí adoptado como un sobrino, mientras ella cuidaba que las olas no mojaran mis baldecitos de arena. Me ofreció su copa de Martini, incitándome a beber. Me negué.
Me contó su historia como justificándose, como explicándole a su sobrino por qué lo había llevado de paseo al mar. Divorciada hacía pocos meses tras un año de litigio. Dos hijos afortunadamente grandes. Sola por elección, los hombres funcionan bien un tiempo, luego se descomponen y la garantía no cubre el desperfecto.

Nos encontramos nuevamente a la noche, en la barra del bar. Yo estaba de espaldas, mirando al ayudante del cantinero deslizando cajones de un lado hacia el otro, con los brazos sudorosos y la camisa húmeda sobre sus músculos macizos. No la sentí llegar. Apoyó un brazo sobre mi espalda y me saludó afectuosamente. Me comentó algo sobre el próximo inicio de temporada, los preparativos, la falta de personal.
Estaba vestida con una tela muy suave que resaltaba su cuerpo maravilloso. Noté como el hombre de los cajones la miraba subrepticiamente. Adiviné el deseo en esa mirada furtiva, rápida, silenciosa. Sentí envidia y una necesidad no correspondida de ocupar lugares distintos.

Me invitó al casino, sólo un par de fichas, yo pago todo. A media noche la acompañé a su habitación: el whiskey del casino es de mala calidad, estoy un poco mareada… Cerró la puerta. Dejó caer el vestido y admiré ese cuerpo en todo su esplendor. Los pechos orgullosos, firmes. La piel bronceada. Las caderas y piernas perfectas.
Me guió una mano hasta sus pechos, me hizo acariciarlos. Humedeció mis dedos con su saliva y los devolvió a sus pezones, mostrándome como recorrerlos. Llevó una mano a mi entrepierna buscando mi erección, pero detuve su mano. Me miró sorprendida. Lo siento –le dije-, soy una IA nivel 9.

Texto agregado el 30-04-2023, y leído por 207 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
25-01-2024 chispas! creo que todos nos quedamos a medio camino! ni modo, a esperar la actualización del hardware para que traiga el equipo adecuado. Abrazo! -Vincho-
14-09-2023 Muy bueno. Felicitaciones. LuisAntonioArandaGallegos< /a>
15-05-2023 No,excelente... 6236013
15-05-2023 Me encantó.... Primero que todo,la forma en que la describes al caer su vestido,puede uno imaginarla,con esa sensualidad tan propia que hacen recordar otros de tus poemas.... ¡¡¡Íbamos tan bien!!! Pero todo quedó ahí,en esa I A Muy bueno! No Excelente***** Beso Victoria 6236013
08-05-2023 Y por que no un IA a nivel 10?.!Qué texto san seductor, tan lascivo y penetrante!. De forma rotunda ocupas y te asientas en los sentidos, que no son solo cinco, ya nuestras terminaciones nerviosas están a lo largo y ancho de nuestro cuerpo visceral. Martilu
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