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Capitulo I LA HUIDA

Desde sus diecisiete años trabajando y ahorrando, y diez años después, Uriel estaba a un paso de cumplir su sueño.
Él recordaba con nostalgia las noches de verano cuando recostado en el piso de la terraza de la casa paterna podía ver el cielo nocturno poblado de lucecitas titilantes. Aunque había algunas que no lo hacían.
Unas eran estrellas muy distantes, y que tal vez ya no existían hacía millones de años. Los de luz fija, eran los planetas. También se veía pasar cada tanto alguna cruzando el cielo velozmente, esas no eran naturales, sino satélites lanzados por hombres y que giran en sentido inverso a los cuerpos celestes.
El otro, el de color perlado era la reina del cielo nocturno, la Luna. Con el pasar de los años le surgió una duda ¿Por qué si Luna es un satélite se le dice “la” en vez de “el”, Y a Sol que es “una” estrella se le dice “el” en vez de “la Sol”?

Ese punto brillante de color era rojizo, sin duda era Marte y el que brillaba mucho era el llamado Lucero, aunque en realidad se trataba de Venus. Se lo podía ver tanto al atardecer como al alba.
Con tiempo y práctica se podía ubicar a Júpiter y Saturno, pero para él las protagonistas eran ellas, las estrellas. Nos observaban desde que este mundo que habitamos no era más que polvo. Testigos mudos de nuestras aventuras y desventuras.
Betelgeuse, Sirio... Alnilam, Alnitak y Mintaka, llamadas Las Tres Marías que a los niños nos anunciaban entre otras cosas, la inminente llegada de los Reyes Magos con lo más importante, sus regalos. Ellas forman el cinturón de Orión.
La Cruz del Sur y ellas, las más azules y bellas... Las Pléyades. Necesitaba ese reencuentro.
Cómo extrañaba todo aquello. Ahora la ciudad de Buenos Aires invadida de luces ya no permitía ver casi nada, y ni hablar de ese brillante cinturón bautizado Vía Láctea. Contaminación lumínica que le dicen.

Todo aquello que ya no podía ver lo motivó a ahorrar lo suficiente como para hacer el soñado viaje de reencuentro con su cielo nocturno. Necesitaba ese reencuentro
Compró una destartalada combi Volkswagen modelo 58. La desarmó y en una carrera hacia su sueño fue rearmándola cuál rompecabezas, ahorrando peso sobre peso.
Quedó como salida de fábrica, excepto en su interior, donde instalo una cama, una pequeña cocinita, heladera y todo lo necesario como para que hasta dos personas acampen sin lujos pero cómodamente.
Sabiendo de los posibles rigores del clima de su destino, se había provisto de una carpa y los elementos necesarios ante cualquier contingencia, linternas, pilas de repuesto, hornillo, fósforos, botiquín de primeros auxilios, termos y cada elemento que durante años de planificación fue agregando a la lista. Y lo más importante, la caja que apenas un día antes había recibido conteniendo un poderoso telescopio Nextar 130slt compacto que le permitiría tomar fotos o filmar estrellas y planetas.
Había evaluado cientos de veces hacia dónde “huir”, y finalmente se decidió por el Valle de Marte en la puna jujeña, a tres mil ochocientos metros sobre el nivel del mar.
Él amaba Jujuy y conservaba allí un puñado de amigos de cuando supo ir a carnavalear.

El Carnaval es algo que los jujeños esperan durante once meses cada año, porque empiezan a celebrarlo un mes antes y lo finalizan una semana después.
Sucede que primero realizan el jueves de comadres, noche en la que solo salen a festejar las madrinas con sus ahijadas y en los bares o boliches no se permite el ingreso a hombres, los que, para cuidar a sus amores, las esperan pacientemente a la salida. Luego sigue con el jueves de compadres, y le toca a padrinos y ahijados, pero en esta ocasión si se permite el acceso a mujeres. Finalmente llega el jueves de Comadres y Compadres, cuando se juntan todas y todos.
El sábado siguiente es el del Pre Carnaval, que es como para entrar en calor para el Carnaval que comenzara una semana después.
El sábado de inicio del Carnaval los amigos se van juntando en los distintos pueblos, almuerzan juntos y por la tarde salen al Desentierro del Diablo, una ceremonia que consiste en desenterrar un muñeco de diablo que fue sepultado el año anterior al finalizar el carnaval. Es una ceremonia muy antigua, donde corre la Chicha, la Cerveza y el Vino. Al finalizar el desentierro regresan cientos y hasta miles de personas bailando en un interminable trencito humano. Entonces se declara oficialmente inaugurado el Carnaval.
Sábado, Domingo y lunes de bailes y machados entalcados, de diablos haciendo diabluras.
El martes es el de Cenizas, y se realizan también antiguas ceremonias de bendiciones.
Pero como les parecía poco carnaval, los jujeños, al sábado siguiente celebran el Carnaval de Flores. Luego, a esperar once meses hasta el próximo carnaval.
Durante semanas se pueden ver automóviles aun adornados con serpentinas y entalcados, ya que fueron bendecidos y no se los puede lavar según la costumbre.


Le esperaba más de un día de ruta, con parada de una noche en algún lugar de la ruta nacional 34, esa que nace en Rosario Norte y empalma con la número 9 o Panamericana allá por Tucumán.
A las cuatro de la mañana de ese viernes de noviembre puso en marcha el motor de su Bandida Rural, pues así había bautizado a su combi.
Las calles aún no estaban cargadas de vehículos. Llegó a la avenida Directorio y giró en la calle Viel para un par de cuadras después subir a la autopista 25 de Mayo. En el sentido contrario al que iba empezaban a desfilar autos y camiones rumbo a la ciudad o el Sur del Gran Buenos Aires. En su dirección, hacia el Oeste y luego al Norte casi no había tránsito.
Al pasar sobre el Parque Chacabuco divisó a su izquierda la iglesia de la Medalla Milagrosa y las copas de la gran variedad de árboles entre los que se destacaban los florecidos algarrobos. Luego, la gran curva hacia la derecha, después el peaje y la bifurcación que lo conduciría hacia la avenida General Paz. Va a estar un poco congestionada pensó, pero nadie lo apuraba.
Sonrió cuando vio que no había tal congestión y pensó en que las estrellas estaban de su lado.
Al cabo de unos veinte minutos llegó al distribuidor que lo metería en la ruta Panamericana. Pasó por debajo del puente de la avenida San Martín en Florida y después el de la calle Pelliza. Luego el siguiente peaje y después el desvío que lo llevaba a la ruta 9 y a su primera parada en Figheras, Santa Fe. Allí cargaría combustible y desayunaría. Calculó que eso sería cerca de las ocho de la mañana.
Recordó al pasar por el sitio donde derribaron el helicóptero en el que murieron el hijo del ahora ex presidente y también fallecido, y un piloto de carreras que le acompañaba. Qué extraño y conmovedor fue ese suceso. Se tejieron mil historias y conspiraciones. Lo cierto es que murieron un par de testigos en circunstancias extrañas.
Luego circunvalaría la ciudad de Rosario hasta su extremo Norte, dónde nacía la ruta 34. No conocía esa ciudad, ni le interesaba demasiado, le causaba una mezcla de tristeza y bronca saberla invadida por los narcos. Pero es la ciudad de grandes como Messi, Di María, Fito Páez, Olmedo y el más grande e inolvidable, el Negro Fontanarrosa.
Mientras más se alejaba de Buenos Aires, menos la extrañaba y más libre se sentía. Huía de esa ciudad que lo sofocaba con su exceso de asfalto y cemento.
Los próximos quince días cumpliría su sueño y eso es todo lo que le importaba.

Apenas pasadas las ocho de la mañana y con un cielo azul y despejado llegó al parador de Figheras. Ocupó una mesa junto a la ventana desde donde podía observar a su Bandida Rural y a la gente yendo y viniendo. Los pasajeros de los micros que también hacían allí su parada, un par de parroquianos del lugar y a mozas trabajando a cuatro manos para atender a todos en los escasos minutos que duraban las paradas de los micros.
Consumió su café doble con tres medialunas, pagó y espero a que llenen el tanque de combustible, reviso el agua del radiador, el nivel de aceite, en fin, lo que suelen hacer todos los conductores.
Con eso llegaría hasta Tucumán sin sobresaltos, pero haría noche en Pergamino.
Ya conduciendo por la 34 iba trayendo a su memoria los lugares por donde pasaba, como Cañada de Gómez el pueblo natal de León Gieco.
Arribó a Pergamino cerca de las 7 de la tarde. Buscó donde estacionarse y preguntó dónde podría cenar. Le indicaron un bodegón frente a la plaza donde también podría estacionarse y pasar la noche.
La cena consistió en un plato rebosante de ravioles y un par de copas de vino blanco bien frío. No conduciría hasta seis u ocho horas después, así que podía hacerlo, sin abusar. Un helado de postre, pagar la cuenta y dar una vuelta por el centro de la ciudad. Varios lo miraron como bicho raro, y era de esperarse, era un extraño en pueblo chico ...
A eso de las diez de la noche cerró las cortinas de las ventanillas y se recostó no sin antes poner la alarma del teléfono para las cinco de la mañana.

No sé sobresaltó cuando sonó suavemente el despertador de su celular, al mismo tiempo que alguien le golpeaba la ventanilla de la combi. Eran un par de policías queriendo saber quién era y qué hacía allí. Recordó que esa policía provincial no tiene muy buena fama justamente.
Dadas las explicaciones del caso, se saludaron y retomó su camino al Norte. De salida hacia la ruta vio una panadería que recién abría sus puertas y se tentó con comprar una docena de facturas con medialunas incluidas. Así no se detendría para almorzar pensó, y trataría de llegar de un tirón con solo un par de cortas paradas. En la heladerita llevaba agua mineral, una gaseosa, jamón cocido, queso y... ¡Pan! ¡se había olvidado de comprar el pan!
Dio la vuelta y regresó por ello a la panadería.

A través de la 34 dejó atrás Santa Fe y se adentró en Santiago del Estero, le caían muy bien los santiagueños, pero esos interminables kilómetros tan chatos y con campos sembrados con soja se le hacían tan aburridos. De vez en cuando avistaba algún tranquilo burro pastando. Parecían esos fondos de los dibujos animados que se repiten una y otra vez, y cada burro avistado, el mismo burro.
Le vino a la memoria cuando un verano en Mar del Plata ofició de representante del Chango Acosta Villafañe un gran humorista de esos pagos. Eso sí, cuando vez la actuación dos o tres veces ya nada te causa gracia.
Pasó a través de la capital provincial y en Río Hondo decidió seguir por la 34 en vez de entrar a Tucumán.
Craso error, la ruta allí parecía recién bombardeada. Increíble la cantidad de baches grandes y profundos. Estaba tal vez descuidado ese tramo por su poco tránsito, y los pocos micros que por allí circulaban eran clandestinos. Se detuvo en la estación de servicio de un pueblo llamado 7 de Abril en Tucumán, para cargar combustible y comer un sándwich y unas facturas.
Conversó de cosas intrascendentes con un par de parroquianos y siguió camino.
Llego a la unión de la ruta 34 con la 9 ya en Salta, al Este de Rosario de la Frontera.
A medida que avanzaba empezó a divisar en el horizonte los primeros cerros.

A media mañana arribo a San Salvador de Jujuy y sin detenerse, sin salir de la ruta 9, encaró directo hacia Volcán.
Pasó por Yala, León y empezó a trepar por la cuesta de Bárcena y llegó a su querido pueblito Volcán. Se llama así, Volcán, aunque no hay volcán alguno. Sino que se refiere mas bien a los derrumbes que suelen sufrir los cerros cuando se acumula mucha agua en sus cimas. Cuando esto sucede, se ve el cerro como un flan al que le quitaron un pedazo con la cuchara.
Allí vivían Beba y su esposo José. Sus hermanos vivían en la capital y venían algún que otro fin de semana, pero infaltables para Carnaval. También estaba la casa de los padres de Raúl, allí donde descubrió la magia de Jujuy.

Es una provincia hermosa Jujuy, con su Quebrada de Humahuaca, sus ríos y valles, su yunga y mi destino, la Puna, Cusi Cusi y su Valle de Marte.
Ya era la tardecita cuando hizo sonar la bocina de su Bandida Rural. José se asomó a la puerta y tardó en reconocerlo, fue hasta que Beba le dijo: pero mirá nomás, ¡si es el flaco atorrante!
- ¿Qué te trae por acá después de tanto tiempo? Hubieras avisado y hacíamos un locro y empanadas.
- Me trae una deuda que tenía, le respondió.
Y sin decir más, sacó un par de bolsas con prepizzas caseras que eran su especialidad, una fainá también casera, la salsa y la muzzarella.
Beba y José se rieron a carcajadas. Eso se lo debía desde hacía más de diez años. La pizza estilo porteño con faina.

Mientras el horno se calentaba al máximo, Beba le exigió la receta, ya que en el pueblo nadie las hacía y eso podía ser un buen negocio para el próximo carnaval.
Y mientras lo hacía, charlaron de muchas cosas, anécdotas y del trágico alud que costó varias vidas, familias sin techo y que aún años después seguían igual, a pesar de las promesas del gobierno de turno.
Si vas para Cusi Cusi podés ir a visitar al Mingo que sigue en las minas de Pirquitas, le dijo José. ¿Por qué no? Le respondió, está chata es irrompible.
Preguntó por su amigo Raúl y le dijeron que hacía casi un año que no pasaba, desde el último carnaval. Que andaba dando vueltas como siempre, pero reconciliado con su hija y disfrutando de su nieta.

Las pizzas les encantaron y el fainá también. Allí en Jujuy no se conseguía y se debía a que no se conseguía harina de garbanzos, la cual era muy costosa ya que había que traerla de lejos, y el flete la encarecía demasiado.
Le ofrecieron pasar la noche allí, ya que la habitación, ya que su hija se había mudado a la capital, ahora era enfermera, casada con un hijo y estudiando para doctora. La última vez que la había visto fue para su cumpleaños de 15. Ahora ya era toda una señora esa peque que corría tirándole talco y espuma a todo aquel que le ponga a tiro.
Hicieron sobremesa, vino mediante, hasta entrada la madrugada. Después una ducha caliente y a descansar. En verdad estaba molido con tanto trajín.
Lo despertaron pasadas las nueve de la mañana, mate en mano y con bizcochos. Él aportó la docena de facturas aún sin tocar.

Amaneció nublado y con las nubes bajas e inmóviles, tal cual las recordaba de su primera vez en Volcán. Esa mañana de un febrero de años pasados, él se había parado en medio del mayor de los silencios, con esas nubes ocultando las cumbres de los cerros, como adormecidas allí, inmóviles. Fue entonces cuando sintió que él era el único que se podía mover en todo el Universo. Fue sobrenatural eso que para quienes allí habitaban, era algo natural y de lo cual casi ni se percataban.
Todo inmóvil, como congelado y en silencio total. Ni los pájaros se atrevían a romper ese silencio.

Antes de seguir viaje compró empanadas de carne y pollo a la señora Luisa que las hacía en el horno de barro de su humilde casita, y que les vendía a los choferes de los micros que pasaban a toda hora. Eran exquisitas.
Las primeras gotas de lluvia interrumpieron sus recuerdos.
Y decidió postergar la salida hasta que la lluvia pase. Además, acercaría a José hasta el siguiente pueblo distante a unos cinco kilómetros, Tumbaya.
Era como ir del microcentro porteño hasta el barrio de Caballito, pero rodeado de los ya verdes cerros de la Quebrada.
A eso de las once partieron, con la promesa del locro para la semana próxima. José le no indicó que era mejor que entre a la puna por Abra Pampa y no por Purmamarca, era más largo, pero el camino estaba en mejores condiciones. Y así lo hizo después de despedirse en Tumbaya.

Retomó la ruta con sus curvas y contra curvas dejando atrás Purmamarca, Tilcara, Humahuaca, y demás pueblitos quebradeños.
Al finalizar la quebrada la ruta tiene una curva de casi noventa grados, pasando por Tres Cruces dónde hay un puesto de Gendarmería que solo detiene a los que bajan desde La Quiaca, al igual que en Humahuaca.
Detienen a muchos, excepto al parecer, a los narcos. Pero esa es otra historia.
Al llegar a Abra Pampa tenía que girar a la izquierda, hacia el Oeste.
Iba subiendo con cada kilómetro hacia sus estrellas, que allí estaban, a pesar del cielo nublado.
No era larga la distancia por recorrer hasta Cusi Cusi, pero si lenta, aún más después de pasar por El Aguilar. Las llamas y las vicuñas ya formaban parte del paisaje. Y le preocupaban un par de cosas, el estado del camino y la altura.
Recordaba lo mal que la pasó cuando años atrás llegó a Potosí. No podía encontrar oxígeno, fue terrible, creyó que no saldría vivo de allí, pero a las pocas horas se fue aclimatando. En el valle estaría a unos cuatro mil metros menos de altura, pero cuando se viene desde tres mil más abajo, cuesta mucho aclimatarse.

Ya era pasado el mediodía cuando llegó a Cusi Cusi y se dirigió a la única fonda y hotel del lugar. Allí haría noche.
Lo recibió la dueña, una tal Laura. De unos cuarenta y tantos años, bajita y regordeta, con la piel curtida por el Sol de la Puna.
En la sala que hacía las veces de comedor, había una sola mesa larga y el menú era también uno solo, el del día.
Notó que había dos platos puestos sobre la mesa con sus correspondientes vasos.
Fue entonces cuando ingreso otro hombre, de mediana estatura, cabello entrecano y calculo que tendría cerca de cincuenta años. Su piel también estaba curtida por el Sol.
El hombre le extendió la mano, le dio la bienvenida y se presentó como Marcos, esposo de Laura y dueño de la posada.
- Estamos de suerte, hoy es día de locro, ¿le gusta el locro?
- No solo me gusta, sé que el locro jujeño es el mejor de todos. Sonrió satisfecho por la respuesta el hombre.
- Y nada mejor que regarlo con un buen vino tinto. Le dijo mientras llenaba las copas.
- Cuente, si se puede saber, que lo trae por estos pagos.
Uriel le explico sobre su “aventura” y el hombre le dio clase sobre el Valle de Marte, pues él era un guía especializado en la zona.
Tuvieron larga charla, y se enteró que su hijo mayor estaba navegando como marinero en un buque carguero y el menor estudiando abogacía en la capital. Acá debo aclarar que la capital a la que se refieren es San Salvador de Jujuy.

Descansó mientras planifica a su aventura. Lo embargaba una sensación tan extraña, estaba muy cerca de ese reencuentro con sus estrellas, tan cerca de cumplir su sueño. Recordó cuando su amiga Paty, de Tijuana ella, se burlaba cuando él le decía que allí uno tiene la sensación de que con solo estirar los brazos parece que podrá tocar las estrellas. ¿De cuál estás fumando? Le decía burlándose.

Por la tardecita salimos con don Marcos hacia el valle. Sabiendo de sus intenciones, le indicó un buen lugar para acampar.
Era una especie de loma, alejada de las paredes de un rojo acantilado. Todo era de tonos rojizos allí, realmente sí se parecía a un paisaje marciano, salvo por una pareja de cóndores que volaban planeando contra el viento muy a lo alto.
Le dio las indicaciones del caso, en especial las noches que son muy frías le dijo. De regreso a la posada, ceno y se fue a dormir temprano, antes de las diez. La ansiedad le hizo demorar el poder dormirse.
A la mañana siguiente apenas amaneció, comprobó que en la bandida rural no faltase nada y fue a comprar algunas cosas, como agua mineral de reserva.
A eso de las once de la mañana partió para la zona elegida.

Demoró casi cuatro horas en llegar, ya que no había más que huellas en lugar de caminos.
Llegó a un desvío y no reconoció el lugar, no había señal satelital y por ende tampoco funcionaba el GPS.
Eligió el que le parecía el correcto.
Ya eran más de las 5 de la tarde cuando advirtió que no había elegido bien. Sin embargo, momentos después divisó un lugar similar al escogido el día anterior, y sin dudarlo montó campamento allí, pues iba a caer la noche y estaba bajando la temperatura. El Sol se pondría en poco más de una hora y llegaría el frío.
Ya tiritando montó el telescopio y se metió dentro de la carpa calefaccionada gracias a un pequeño caloventor a baterías.
Tomó un café con bizcochos y procedió a vestirse como si estuviese en la Antártida.
Intentó encender su radio, pero solo consiguió escuchar ruidos de estática.
Ya caída la noche, a eso de las veinte horas asomó la nariz fuera de la carpa. No había viento, pero el termómetro indicaba tres grados bajo cero, y bajaría aún más.

Olvidó el frio cuando al alzar la vista las vio a ellas, a sus amadas estrellas, a Venus hacia el Oeste y unos grados más al Este… Marte decía presente como haciendo pata ancha.
Allí estaba la Vía Láctea en todo su esplendor, como jamás la había visto, y Orión, y Géminis con sus Pollux y Castor. Sirio reinando en el cielo negro azabache, Betelgeuse... Y ellas, las más bonitas, las Pléyades que parecían haberse vestido de azul para la ocasión.
Estaba extasiado, apuntó hacia ellas con su telescopio y tuvo ganas de llorar al observarlas, no quería ni podía dejar de admirarlas. Producían en el un extraño embrujo desde que de pequeño las vio por primera vez.

No sabe cuánto tiempo pasó ni cuánto había bajado la temperatura, se metió en la carpa buscando un café que le atenúe el frío y estaba ya terminándolo cuando hubo un suave ruido y la tierra tembló haciéndole volcar el resto de café que le quedaba en la taza. ¿Terremoto?
Esperó unos minutos y cuando creyó que ya estaba todo en calma salió a corroborar el estado del telescopio que por suerte estaba en perfectas condiciones.
Decidió regresar a la carpa cuando al girar sobre sus pasos observó a unos cien metros un pequeño fuego encendido. ¿Habría caído un pequeño meteorito? Pensó.
Y casi sin dudarlo, esquivando rocas se dirigió hacia allí.

Texto agregado el 01-05-2023, y leído por 62 visitantes. (0 votos)


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